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Antología Luisianense

Álvar Núñez Cabeza de Vaca.
La Relación de los Naufragios y Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca.











Tabla de los Capitulos Contenidos

Prohemio
Capítulo
  1. En que cuenta cuándo partió la armada, y los oficiales y gente que en ella iba
  2. Cómo el gobernador vino al puerto de Xagua y trajo consigo a un piloto
  3. Cómo llegamos a la Florida
  4. Cómo entramos por la tierra
  5. Cómo dejó los navíos el gobernador
  6. Cómo llegamos a Apalache
  7. De la manera que es la tierra
  8. Cómo partimos de Aute
  9. Cómo partimos de bahía de Caballos
  10. De la refriega que nos dieron los indios
  11. De lo que acaeció a Lope de Oviedo con unos indios
  12. Cómo los indios nos trajeron de comer
  13. Como supimos de otros Christianos
  14. Como se partieron los quatro Christianos
  15. De lo que nos acaesciò en Isla la de Malhado
  16. Como se partieron los Christianos de la Isla de Malhado
  17. Como vinieron los Indios i truxeron à Andrès Dorantes, i à Castillo, i à Estevanico
  18. De la Relacion que diò de Esquivèl
  19. De como nos apartaron los Indios
  20. De como nos huimos
  21. De como curamos aqui vnos dolientes
  22. Como otro dia nos truxeron otros enfermos
  23. Como nos partimos, despues de haver comido los Perros
  24. De las Costumbres de los Indios de aquella Tierra
  25. Como los Indios son prestos à un Arma
  26. De las Naciones, i Lenguas
  27. De como nos mudamos, i fuimos bien rescibidos
  28. De otra nueva costumbre
  29. De como se robaban los unos à los otros
  30. De como se mudò la costumbre de rescebirnos
  31. De como seguimos el camino del Maìz
  32. De como nos dieron los coraçones de los venados
  33. Como vimos rastro de Christianos
  34. De como embiè por los Christianos
  35. De como el Alcalde Maior nos rescibiò bien la noche que llegamos
  36. De como hecimos hacer Iglesias en aquella Tierra
  37. De lo que acontesciò quando me quise venir
  38. De lo que suscediò à los demàs que entraron en las Indias




de Vaca’s proposed route.
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Proemio

Sacra, cesárea y católica Majestad


Entre cuantos príncipes sabemos haya habido en el mundo, ninguno pienso se podría hallar a quien con tan verdadera voluntad, con tan gran diligencia y deseo hayan procurado los hombres servir como vemos que a Vuestra Majestad hacen hoy. Bien claro se podrá aquí conocer y que esto no será sin gran causa y razón, ni son tan ciegos los hombres, que a ciegas y sin fundamento todos siguiesen este camino, pues vemos que no sólo los naturales a quien la fe y la subjeción obliga a hacer esto, mas aún los extraños trabajan por hacerle ventaja. Mas ya que el deseo y voluntad de servir y a todos en esto haga conformes, allende la ventaja que cada uno puede hacer, hay una muy gran diferencia no causada por culpa de ellos, sino solamente de la fortuna, o más cierto sin culpa de nadie, mas por sola voluntad y juicio de Dios; donde nace que uno salga con más señalados servicios que pensó, y a otro le suceda todo tan al revés, que no pueda mostrar de su propósito más testigo que a su diligencia, y aun ésta queda a las veces tan encubierta que no puede volver por sí. De mí puedo decir que en la jornada que por mandado de Vuestra Majestad hice de Tierra Firme, bien pensé que mis obras y servicios fueran tan claros y manifiestos como fueron los de mis antepasados y que no tuviera yo necesidad de hablar para ser contado entre los que con entera fe y gran cuidado administran y tratan los cargos de Vuestra Majestad, y les hace merced. Mas como ni mi consejo ni diligencia aprovecharon para que aquello a que éramos idos fuese ganado conforme al servicio de Vuestra Majestad, y por nuestros pecados permitiese Dios que de cuantas armadas a aquellas tierras han ido ninguna se viese en tan grandes peligros ni tuviese tan miserable y desastrado fin, no me quedó lugar para hacer más servicio de éste, que es traer a Vuestra Majestad relación de lo que en diez años que por muchas y muy extrañas tierras que anduve perdido y en cueros, pudiese saber y ver, así en el sitio de las tierras y provincias de ellas, como en los mantenimientos y animales que en ella se crían, y las diversas costumbres de muchas y muy bárbaras naciones con quien conversé y viví, y todas las otras particularidades que pude alcanzar y conocer, que de ello en alguna manera Vuestra Majestad será servido: porque aunque la esperanza de salir de entre ellos tuve, siempre fue muy poca, el cuidado y diligencia siempre fue muy grande de tener particular memoria de todo, para que si en algún tiempo Dios nuestro Señor quisiese traerme a donde ahora estoy, pudiese dar testigo de mi voluntad, y servir a Vuestra Majestad. Lo cual yo escribí con tanta certinidad, que aunque en ella se lean algunas cosas muy nuevas y para algunos muy difíciles de creer, pueden sin duda creerlas: y creer por muy cierto, que antes soy en todo más corto que largo, y bastará para esto haberlo ofrecido a Vuestra Majestad por tal. A la cual suplico la reciba en nombre del servicio, pues éste solo es el que un hombre que salió desnudo pudo sacar consigo.






Capítulo I

En que cuenta cuándo partió la armada,
y los oficiales y gente que en ella iba

A 17 días del mes de junio de 1527 partió del puerto de San Lúcar de Barrameda el gobernador Pánfilo de Narváez, con poder y mandado de Vuestra Majestad para conquistar y gobernar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cuales son en Tierra Firme; y la armada que llevaba eran cinco navíos, en los cuales, poco más o menos, irían seiscientos hombres. Los oficiales que llevaba (porque de ellos se ha de hacer mención) eran éstos que aquí se nombran: Cabeza de Vaca, por tesorero y por alguacil mayor; Alonso Enríquez, contador; Alonso de Solís, por factor de Vuestra Majestad y por veedor; iba un fraile de la Orden de San Francisco por comisario, que se llamaba fray Juan Suárez, con otros cuatro frailes de la misma Orden. Llegamos a la isla de Santo Domingo, donde estuvimos casi cuarenta y cinco días, proveyéndonos de algunas cosas necesarias, señaladamente de caballos. Aquí nos faltaron de nuestra armada más de ciento y cuarenta hombres, que se quisieron quedar allí, por los partidos y promesas que los de la tierra les hicieron. De allí partimos y llegamos a Santiago (que es puerto en la isla de Cuba), donde en algunos días que estuvimos, el gobernador se rehízo de gente, de armas y de caballos. Sucedió allí que un gentilhombre que se llamaba Vasco Porcalle, vecino de la villa de la Trinidad, que es en la misma isla, ofreció de dar al gobernador ciertos bastimentos que tenía en la Trinidad, que es cien leguas del dicho puerto de Santiago. El gobernador, con toda la armada, partió para allá; mas llegados a un puerto que se dice Cabo de Santa Cruz, que es mitad del camino, parecióle que era bien esperar allí y enviar un navío que trajese aquellos bastimentos; y para esto mandó a un capitán Pantoja que fuese allá con su navío, y que yo, para más seguridad, fuese con él, y él quedó con cuatro navíos, porque en la isla de Santo Domingo había comprado un otro navío. Llegados con estos dos navíos al puerto de la Trinidad, el capitán Pantoja fue con Vasco Porcalle a la villa, que es una legua de allí, para recibir los bastimentos; yo quedé en la mar con los pilotos, los cuales nos dijeron que con la mayor presteza que pudiésemos nos despachásemos de allí, porque aquel era muy mal puerto y se solían perder muchos navíos en él; y porque lo que allí nos sucedió fue cosa muy señalada, me pareció que no sería fuera del propósito y fin con que yo quise escribir este camino, contarla aquí. Otro día de mañana comenzó el tiempo a no dar buena señal, porque comenzó a llover, y el mar iba arreciando tanto, que aunque yo di licencia a la gente que saliese a tierra, como ellos vieron el tiempo que hacía y que la villa estaba de allí una legua, por no estar al agua y frío que hacía, muchos se volvieron al navío. En esto vino una canoa de la villa, rogándome que me fuese allá y que me darían los bastimentos que hubiese y necesarios fuesen; de lo cual yo me excusé diciendo que no podía dejar los navíos. A mediodía volvió la canoa con otra carta, en que con mucha importunidad pedían lo mismo, y traían un caballo en que fuese; yo di la misma respuesta que primero había dado, diciendo que no dejaría los navíos; mas los pilotos y la gente me rogaron mucho que fuese, porque diese prisa que los bastimentos se trajesen lo más presto que pudiese ser, porque nos partiésemos luego de allí, donde ellos estaban con gran temor que los navíos se habían de perder si allí estuviesen mucho. Por esta razón yo determiné de ir a la villa, aunque primero que fuese dejé proveído y mandado a los pilotos que si el Sur, con que allí suelen perderse muchas veces los navíos, ventase y se viesen en mucho peligro, diesen con los navíos al través y en parte que se salvase la gente y los caballos. Y con esto yo salí, aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en mi compañía, los cuales no quisieron salir, diciendo que hacía mucha agua y frío y la villa estaba muy lejos; que otro día, que era domingo, saldrían con la ayuda de Dios, a oír misa. A una hora después de yo salido la mar comenzó a venir muy brava, y el norte fue tan recio que ni los bateles osaron salir a tierra, ni pudieron dar en ninguna manera con los navíos al través por ser el viento por la proa; de suerte que con muy gran trabajo, con dos tiempos contrarios y mucha agua que hacía, estuvieron aquel día y el domingo hasta la noche. A esta hora el agua y la tempestad comenzó a crecer tanto, que no menos tormenta había en el pueblo que en el mar, porque todas las casas e iglesias se cayeron, y era necesario que anduviésemos siete u ocho hombres abrazados unos con otros para podernos amparar que el viento no nos llevase; y andando entre los árboles, no menos temor teníamos de ellos que de las casas, porque como ellos también caían, no nos matasen debajo. En esta tempestad y peligro anduvimos toda la noche, sin hallar parte ni lugar donde media hora pudiésemos estar seguros.



First Map of the American Continents.
By Sebastian Münster, 1550.
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Andando en esto, oímos toda la noche, especialmente desde el medio de ella, mucho estruendo grande y ruido de voces, y gran sonido de cascabeles y de flautas y tamborinos y otros instrumentos, que duraron hasta la mañana, que la tormenta cesó. En estas partes nunca otra cosa tan medrosa se vio; yo hice una probanza de ello, cuyo testimonio envié a Vuestra Majestad. El lunes por la mañana bajamos al puerto y no hallamos los navíos; vimos las boyas de ellos en el agua, adonde conocimos ser perdidos, y anduvimos por la costa por ver si hallaríamos alguna cosa de ellos; y como ninguno hallásemos, metímonos por los montes, y andando por ellos un cuarto de legua de agua hallamos la barquilla de un navío puesta sobre unos árboles, y diez leguas de allí por la costa, se hallaron dos personas de mi navío y ciertas tapas de cajas, y las personas tan desfiguradas de los golpes de las peñas, que no se podían conocer; halláronse también una capa y una colcha hecha pedazos, y ninguna otra cosa pareció. Perdiéronse en los navíos sesenta personas y veinte caballos. Los que habían salido a tierra el día que los navíos allí llegaron, que serían hasta treinta, quedaron de los que en ambos navíos había. Así estuvimos algunos días con mucho trabajo y necesidad, porque la provisión y mantenimientos que el pueblo tenía se perdieron y algunos ganados; la tierra quedó tal, que era gran lástima verla: caídos los árboles, quemados los montes, todos sin hojas ni yerba. Así pasamos hasta cinco días del mes de noviembre, que llegó el gobernador con sus cuatro navíos, que también habían pasado gran tormenta y también habían escapado por haberse metido con tiempo en parte segura. La gente que en ellos traía, y la que allí halló, estaban tan atemorizados de lo pasado, que temían mucho tornarse a embarcar en invierno, y rogaron al gobernador que lo pasase allí, y él, vista su voluntad y la de los vecinos, intervino allí. Dióme a mí cargo de los navíos y de la gente para que me fuese con ellos a invernar al puerto de Xagua, que es doce leguas de allí, donde estuve hasta 20 días del mes de febrero.




Capítulo II

Cómo el gobernador vino al puerto de Xagua y trajo consigo a un piloto

En este tiempo llegó allí el gobernador con un bergantín que en la Trinidad compró, y traía consigo un piloto que se llamaba Miruelo; habíalo tomado porque decía que sabía y había estado en el río de las Palmas, y era muy buen piloto de toda la costa norte. Dejaba también comprado otro navío en la costa de La Habana, en el cual quedaba por capitán Álvaro de la Cerda, con cuarenta hombres y doce de a caballo; y dos días después que llegó el gobernador se embarcó, y la gente que llevaba eran cuatrocientos hombres y ochenta caballos en cuatro navíos y un bergantín. El piloto que de nuevo habíamos tomado metió los navíos por los bajíos que dicen de Canarreo, de manera que otro día dimos en seco, y así estuvimos quince días, tocando muchas veces las quillas de los navíos en seco, al cabo de los cuales, una tormenta del sur metió tanta agua en los bajíos, que pudimos salir, aunque no sin mucho peligro. Partidos de aquí y llegados a Guaniguanico, nos tomó otra tormenta, que estuvimos a tiempo de perdernos. A cabo de Corrientes tuvimos otra, donde estuvimos tres días; pasados éstos, doblamos el cabo de San Antón, y anduvimos con tiempo contrario hasta llegar a doce leguas de La Habana; y estando otro día para entrar en ella, nos tomó un tiempo de sur que nos apartó de la tierra, y atravesamos por la costa de la Florida y llegamos a la tierra martes 12 días del mes de abril, y fuimos costeando la vía de la Florida; y Jueves Santo surgimos en la misma costa, en la boca de una bahía, al cabo de la cual vimos ciertas casas y habitaciones de indios.




Capítulo III

Cómo llegamos a la Florida

En este mismo día salió el contador Alonso Enríquez y se puso en una isla que está en la misma bahía y llamó a los indios, los cuales vinieron y estuvieron con él buen pedazo de tiempo, y por vía de rescate le dieron pescado y algunos pedazos de carne de venado. Otro día siguiente, que era Viernes Santo, el gobernador se desembarcó con la más gente que en los bateles que traía pudo sacar, y como llegamos a los buhíos o casas que habíamos visto de los indios, hallámoslas desamparadas y solas, porque la gente se había ido aquella noche en sus canoas. El uno de aquellos buhíos era muy grande, que cabrían en él más de trescientas personas; los otros eran más pequeños, y hallamos allí una sonaja de oro entre las redes. Otro día el gobernador levantó pendones por Vuestra Majestad y tomó la posesión de la tierra en su real nombre, presentó sus provisiones y fue obedecido por gobernador, como Vuestra Majestad lo mandaba. Asimismo presentamos nosotros las nuestras ante él, y él las obedeció como en ellas se contenía. Luego mandó que toda la otra gente desembarcase y los caballos que habían quedado, que no eran más de cuarenta y dos, porque los demás, con las grandes tormentas y mucho tiempo que habían andado por la mar, eran muertos; y estos pocos que quedaron estaban tan flacos y fatigados, que por el presente poco provecho pudimos tener de ellos. Otro día los indios de aquel pueblo vinieron a nosotros, y aunque nos hablaron, como nosotros no teníamos lengua, no los entendíamos; mas hacíannos muchas señas y amenazas, y nos pareció que nos decían que nos fuésemos de la tierra, y con esto nos dejaron, sin que nos hiciesen ningún impedimento, y ellos se fueron.




Capítulo IV

Cómo entramos por la tierra

Otro día adelante el gobernador acordó de entrar por la tierra, por descubrirla y ver lo que en ella había. Fuímonos con él el comisario y el veedor y yo, con cuarenta hombres, y entre ellos seis de caballo, de los cuales poco nos podíamos aprovechar. Llevamos la vía del norte hasta que a hora de vísperas llegamos a una bahía muy grande, que nos pareció que entraba mucho por la tierra; quedamos allí aquella noche, y otro día nos volvimos donde los navíos y gente estaban. El gobernador mandó que el bergantín fuese costeando la vía de la Florida, y buscase el puerto que Miruelo el piloto había dicho que sabía; mas ya él lo había errado, y no sabía en qué parte estábamos, ni adónde era el puerto; y fuele mandado al bergantín que si no lo hallase, travesase a La Habana, y buscase el navío que Álvaro de la Cerda tenía, y tomados algunos bastimentos, nos viniesen a buscar. Partido el bergantín, tornamos a entrar en la tierra los mismos que primero, con alguna gente más, y costeamos la bahía que habíamos hallado; y andadas cuatro leguas, tomamos cuatro indios, y mostrámosles maíz para ver si le conocían, porque hasta entonces no habíamos visto señal de él. Ellos nos dijeron que nos llevarían donde lo había; y así, nos llevaron a su pueblo, que es al cabo de la bahía, cerca de allí, y en él nos mostraron un poco de maíz, que aún no estaba para cogerse. Allí hallamos muchas cajas de mercaderes de Castilla, y en cada una de ellas estaba un cuerpo de hombre muerto, y los cuerpos cubiertos con unos cueros de venado pintados. Al comisario le pareció que esto era especie de idolatría, y quemó la caja con los cuerpos. Hallamos también pedazos de lienzo y de paño, penachos que parecían de la Nueva España; hallamos también muestras de oro. Por señas preguntamos a los indios de adónde habían habido aquellas cosas; señaláronnos que muy lejos de allí había una provincia que se decía Apalache, en la cual había mucho oro, y hacían seña de haber muy gran cantidad de todo lo que nosotros estimamos en algo. Decían que en Apalache había mucho, y tomando aquellos indios por guía, partimos de allí; y andadas diez o doce leguas, hallamos otro pueblo de quince casas, donde había buen pedazo de maíz sembrado, que ya estaba para cogerse, y también hallamos alguno que estaba ya seco; y después de dos días que allí estuvimos, nos volvimos donde el contador y la gente y navíos estaban, y contamos al contador y pilotos lo que habíamos visto, y las nuevas que los indios nos habían dado. Y otro día que fue primero de mayo, el gobernador llamó aparte al comisario y al contador y al veedor y a mí, y a un marinero que se llamaba Bartolomé Fernández, y a un escribano que se decía Jerónimo de Alaniz, y así juntos, nos dijo que tenía voluntad de entrar por la tierra adentro y los navíos se fuesen costeando hasta que llegasen al puerto, y que los pilotos decían y creían que yendo la vía de las Palmas estaban muy cerca de allí; y sobre esto nos rogó le diésemos nuestro parecer. Yo respondía que me parecía que por ninguna manera debía dejar los navíos sin que primero quedasen en puerto seguro y poblado, y que mirase que los pilotos no andaban ciertos, ni se afirmaban en una misma cosa, ni sabían a qué parte estaban; y que allende de esto, los caballos no estaban para que en ninguna necesidad que se ofreciese nos pudiésemos aprovechar de ellos; y que sobre todo esto, íbamos mudos y sin lengua, por donde mal nos podíamos entender con los indios, ni saber lo que de la tierra queríamos, y que entrábamos por tierra de que ninguna relación teníamos, ni sabíamos de qué suerte era, ni lo que en ella había, ni de qué gente estaba poblada, ni a qué parte de ella estábamos; y que sobre todo esto, no teníamos bastimentos para entrar adonde no sabíamos; porque, visto lo que los navíos había, no se podía dar a cada hombre de ración para entrar por la tierra más de una libra de bizcocho y otra de tocino, y que mi parecer era que se debía embarcar e ir a buscar puerto y tierra que fuese mejor para poblar, pues la que habíamos visto, en sí era tan despoblada y tan pobre, cuanto nunca en aquellas partes se había hallado. Al comisario le pareció todo lo contrario, diciendo que no se había de embarcar, sino que yendo siempre hacia la costa, fuesen en busca del puerto, pues los pilotos decían que no estaría sino diez o quince leguas de allí la vía de Pánuco, y que no era posible, yendo siempre a la costa, que no topásemos con él, porque decían que entraba doce leguas adentro por la tierra, y que los primeros que lo hallasen, esperasen allí a los otros, y que embarcarse era tentar a Dios, pues desque partimos de Castilla tantos trabajos habíamos pasado, tantas tormentas, tantas pérdidas de navíos y de gente habíamos tenido hasta llegar allí; y que por estas razones él se debía de ir por luengo de costa hasta llegar al puerto, y que los otros navíos, con la otra gente, se irían a la misma vía hasta llegar al mismo puerto. A todos los que allí estaban pareció bien que esto se hiciese así, salvo al escribano, que dijo que primero que desamparase los navíos, los debía de dejar en puerto conocido y seguro, y en parte que fuese poblada; que esto hecho, podría entrar por la tierra adentro y hacer lo que le pareciese. El gobernador siguió su parecer y lo que los otros le aconsejaban. Yo, vista su determinación, requeríle de parte de Vuestra Majestad que no dejase los navíos sin que quedasen en puerto y seguros, y así lo pedí por testimonio al escribano que allí teníamos. Él respondió que, pues él se conformaba con el parecer de los más de los otros oficiales y comisario, que yo no era parte para hacerle estos requerimientos, y pidió al escribano le diese por testimonio cómo por no haber en aquella tierra mantenimientos para poder poblar, ni puerto para los navíos, levantaba el pueblo que allí había asentado, e iba con él en busca del puerto y de tierra que fuese mejor; y luego mandó apercibir la gente que había de ir con él, que se proveyesen de lo que era menester para la jornada. Y después de esto proveído, en presencia de los que allí estaban, me dijo que, pues yo tanto estorbaba y temía la entrada por tierra, que me quedase y tomase cargo de los navíos y de la gente que en ellos quedaba, y poblase si yo llegase primero que él. Yo me excusé de esto, y después de salidos de allí aquella misma tarde, diciendo que no le parecía que de nadie se podía fiar aquello, me envió a decir que me rogaba que tomase cargo de ello. Y viendo que importunándome tanto, yo todavía me excusaba, me preguntó qué era la causa por que huía de aceptarlo; a lo cual respondí que yo huía de encargarme de aquello porque tenía por cierto y sabía que él no había de ver más los navíos, ni los navíos a él, y que esto entendía viendo que tan sin aparejo se entraban por la tierra adentro. Y que yo quería más aventurarme al peligro que él y los otros se aventuraban, y pasar por lo que él y ellos pasasen, que no encargarme de los navíos, y dar ocasión a que se dijese que, como había contradicho la entrada, me quedaba por temor, y mi honra anduviese en disputa; y que yo quería más aventurar la vida que poner mi honra en esta condición. Él, viendo que conmigo no aprovechaba, rogó a otros muchos que me hablasen en ello y me lo rogasen, a los cuales respondí lo mismo que a él; y así, proveyó por su teniente, para que quedase en los navíos, a un alcalde que traía que se llamaba Caravallo.




Capítulo V

Cómo dejó los navíos el gobernador

Sábado primero de mayo, el mismo día que esto había pasado, mandó dar a cada uno de los que habían de ir con él dos libras de bizcocho y media libra de tocino, y así nos partimos para entrar en la tierra. La suma de toda la gente que llevábamos era trescientos hombres; en ellos iba el comisario fray Juan Suárez, y otro fraile que se decía fray Juan de Palos, y tres clérigos y los oficiales. La gente de caballo que con estos íbamos, éramos cuarenta de caballo; y así anduvimos con aquel bastimento que llevábamos, quince días, sin hallar otra cosa que comer, salvo palmitos de la manera de los de Andalucía. En todo este tiempo no hallamos indio ninguno, ni vimos casa ni poblado, y al cabo llegamos a un río que lo pasamos con muy gran trabajo a nado y en balsas; detuvímonos un día en pasarlo, que traía muy gran corriente. Pasados a la otra parte, salieron a nosotros hasta doscientos indios, poco más o menos; el gobernador salió a ellos, y después de haberlos hablado por señas, ellos nos señalaron de suerte que nos hubimos de revolver con ellos, y prendimos cinco o seis; y éstos nos llevaron a sus casas, que estaban hasta media legua de allí, en las cuales hallamos gran cantidad de maíz que estaba ya para cogerse, y dimos infinitas gracias a nuestro Señor por habernos socorrido en tan grande necesidad, porque ciertamente, como éramos nuevos en los trabajos, allende del cansancio que traíamos, veníamos muy fatigados de hambre y a tercero día que allí llegamos, nos juntamos el contador y veedor y comisario y yo, y rogamos al gobernador que enviase a buscar la mar, por ver si hallaríamos puerto, porque los indios decían que la mar no estaba muy lejos de allí. Él nos respondió que no curásemos de hablar en aquello, porque estaba muy lejos de allí; y como yo era el que más le importunaba, díjome que me fuese yo a descubrirla y que buscase puerto, y que había de ir a pie con cuarenta hombres; y así, otro día yo me partí con el capitán Alonso del Castillo y con cuarenta hombres de su compañía, y así anduvimos hasta hora del mediodía, que llegamos a unos placeles de la mar que parecía que entraban mucho por tierra; anduvimos por ellos hasta legua y media con el agua hasta la mitad de la pierna, pisando por encima de ostiones, de los cuales recibimos muchas cuchilladas en los pies, y nos fueron a causa de mucho trabajo, hasta que llegamos en el río que primero habíamos atravesado, que entraba por aquel mismo ancón, y como no lo pudimos pasar, por el mal aparejo que para ello teníamos, volvimos al real, y contamos al gobernador lo que habíamos hallado, y cómo era menester otra vez pasar el río por el mismo lugar que primero habíamos pasado, para que aquél ancón se descubriese bien, y viésemos si por allí había puerto; y otro día mandó a un capitán que se llamaba Valenzuela, que con setenta hombres y seis de caballo pasase el río y fuese por él abajo hasta llegar a la mar, y buscar si había puerto; el cual, después de dos días que allá estuvo, volvió y dijo que él había descubierto el ancón, y que todo era bahía baja hasta la rodilla, y que no se hallaba puerto; y que había visto cinco o seis canoas de indios que pasaban de una parte a otra y que llevaban puestos muchos penachos. Sabido esto, otro día partimos de allí, yendo siempre en demanda de aquella provincia que los indios nos habían dicho Apalache, llevando por guía los que de ellos habíamos tomado, y así anduvimos hasta 17 de junio, que no hallamos indios que nos osasen esperar. Y allí salió a nosotros un señor que le traía un indio a cuestas, cubierto de un cuero de venado pintado: traía consigo mucha gente, y delante de él venían tañendo unas flautas de caña; y así llegó donde estaba el gobernador, y estuvo una hora con él, y por señas le dimos a entender que íbamos a Apalache, y por las señas que él hizo, nos pareció que era enemigo de los de Apalache, y que nos iría a ayudar contra él. Nosotros le dimos cuentas y cascabeles y otros rescates, y él dio al gobernador el cuero que traía cubierto; y así se volvió, y nosotros le fuimos siguiendo por la vía que él iba. Aquella noche llegamos a un río, el cual era muy hondo y muy ancho, y la corriente muy recia, y por no atrevernos a pasar con balsas, hicimos una canoa para ello, y estuvimos en pasarlo un día; y si los indios nos quisieran ofender, bien nos pudieran estorbar el paso, y aun con ayudarnos ellos, tuvimos mucho trabajo. Uno de a caballo, que se decía Juan Velázquez, natural de Cuéllar, por no esperar entró en el río, y la corriente, como era recia, lo derribó del caballo, y se asió a las riendas, y ahogó a sí y al caballo; y aquellos indios de aquel señor, que se llamaba Dulchanchelín, hallaron el caballo, y nos dijeron dónde hallaríamos a él por el río abajo; y así fueron por él, y su muerte nos dio mucha pena, porque hasta entonces ninguno nos había faltado. El caballo dio de cenar a muchos aquella noche.

Pasados de allí, otro día llegamos al pueblo de aquel señor, y allí nos envió maíz. Aquella noche, donde iban a tomar agua nos flecharon un cristiano, y quiso Dios que no lo hirieron. Otro día nos partimos de allí sin que indio ninguno de los naturales pareciese, porque todos habían huido; más yendo nuestro camino, parecieron indios, los cuales venían de guerra, y aunque nosotros los llamamos, no quisieron volver ni esperar; mas antes se retiraron, siguiéndonos por el mismo camino que llevábamos. El gobernador dejó una celada de algunos de a caballo en el camino, que como pasaron, salieron a ellos, y tomaron tres o cuatro indios, y éstos llevamos por guías de allí adelante; los cuales nos llevaron por tierra muy trabajosa de andar y maravillosa de ver, porque en ella hay muy grandes montes y los árboles a maravilla altos, y son tantos los que están caídos en el suelo, que nos embarazaban el camino, de suerte que no podíamos pasar sin rodear mucho y con muy gran trabajo; de los que no estaban caídos, muchos estaban hendidos desde arriba hasta abajo, de rayos que en aquella tierra caen, donde siempre hay muy grandes tormentas y tempestades. Con este trabajo caminamos hasta un día después de San Juan, que llegamos a vista de Apalache sin que los indios de la tierra nos sintiesen. Dimos muchas gracias a Dios por vernos tan cerca de Él, creyendo que era verdad lo que de aquella tierra nos habían dicho, que allí se acabarían los grandes trabajos que habíamos pasado, así por el malo y largo camino para andar, como por la mucha hambre que habíamos padecido; porque aunque algunas veces hallábamos maíz, las más andábamos siete y ocho leguas sin toparlo; y muchos había entre nosotros que, allende del mucho cansancio y hambre, llevaban hechas llagas en las espaldas, de llevar las armas a cuestas, sin otras cosas que se ofrecían. Mas con vernos llegados donde deseábamos, y donde tanto mantenimiento y oro nos habían dicho que había, pareciónos que se nos había quitado gran parte del trabajo y cansancio.




Capítulo VI

Cómo llegamos a Apalache

Llegados que fuimos a vista de Apalache, el gobernador mandó que yo tomase nueve de a caballo y cincuenta peones, y entrase en el pueblo, y así lo acometimos el veedor y yo; y entrados, no hallamos sino mujeres y muchachos, que los hombres a la sazón no estaban en el pueblo; mas de ahí a poco, andando nosotros por él, acudieron, y comenzaron a pelear, flechándonos, y mataron el caballo del veedor; mas al fin huyeron y nos dejaron. Allí hallamos mucha cantidad de maíz que estaba ya para cogerse, y mucho seco que tenían encerrado. Hallámosles muchos cueros de venados, y entre ellos algunas mantas de hilo pequeñas, y no buenas, con que las mujeres cubren algo de sus personas. Tenían muchos vasos para moler maíz. En el pueblo había cuarenta casas pequeñas y edificadas, bajas y en lugares abrigados, por temor de las grandes tempestades que continuamente en aquella tierra suele haber. El edificio es de paja, y están cercados de muy espeso monte y grandes arboledas y muchos piélagos de agua, donde hay tantos y tan grandes árboles caídos, que embarazan, y son causa que no se puede por allí andar sin mucho trabajo y peligro.




Capítulo VII

De la manera que es la tierra

La tierra, por la mayor parte, desde donde desembarcamos hasta este pueblo y tierra de Apalache, es llana; el suelo, de arena y tierra firme; por toda ella hay muy grandes árboles y montes claros, donde hay nogales y laureles, y otros que se llaman liquidámbares, cedros, sabinas y encinas y pinos y robles, palmitos bajos, de la manera de los de Castilla. Por toda ella hay muchas lagunas grandes y pequeñas, algunas muy trabajosas de pasar, parte por la mucha hondura, parte por tantos árboles como por ellas están caídos. El suelo de ellas es de arena, y las que en la comarca de Apalache hallamos son muy mayores que las de hasta allí. Hay en esta provincia muchos maizales, y las casas están tan esparcidas por el campo, de la manera que están las de los Gelves. Los animales que en ellas vimos son: venados de tres maneras, conejos y liebres, osos y leones, y otras salvajinas, entre los cuales vimos un animal que trae los hijos en una bolsa que en la barriga tiene; y todo el tiempo que son pequeños los trae allí, hasta que saben buscar de comer; y si acaso están fuera buscando de comer, y acude gente, la madre no huye hasta que los ha recogido en su bolsa. Por allí la tierra en muy fría; tiene muy buenos pastos para ganados; hay aves de muchas maneras, ánsares en gran cantidad, patos, ánades, patos reales, dorales y garzotas y garzas, perdices; vimos muchos halcones, neblíes, gavilanes, esmerejones y otras muchas aves. Dos horas después que llegamos a Apalache, los indios que allí habían huido vinieron a nosotros de paz, pidiéndonos a sus mujeres e hijos, y nosotros se los dimos, salvo que el gobernador detuvo un cacique de ellos consigo, que fue causa por donde ellos fueron escandalizados; y luego otro día volvieron en pie de guerra, y con tanto denuedo y presteza nos acometieron, que llegaron a nos poner fuego a las casas en que estábamos; mas como salimos, huyeron, y acogiéronse a las lagunas, que tenían muy cerca; y por esto, y por los grandes maizales que había, no les pudimos hacer daño, salvo a uno que matamos. Otro día siguiente, otros indios de otro pueblo que estaba de la otra parte vinieron a nosotros y acometiéronnos de la misma arte que los primeros y de la misma manera se escaparon, y también murió uno de ellos. Estuvimos en este pueblo veinte y cinco días, en que hicimos tres entradas por la tierra y hallámosla muy pobre de gente y muy mala de andar, por los malos pasos y montes y lagunas que tenía. Preguntamos al cacique que les habíamos detenido, y a los otros indios que traíamos con nosotros, que eran vecinos y enemigos de ellos, por la manera y población de la tierra, y la calidad de la gente, y por los bastimentos y todas las otras cosas de ella. Respondiéronnos cada uno por sí, que el mayor pueblo de toda aquella tierra era aquel Apalache, y que adelante había menos gente y muy más pobre que ellos, y que la tierra era mal poblada y los moradores de ella muy repartidos; y que yendo adelante, había grandes lagunas y espesura de montes y grandes desiertos y despoblados. Pregutámosles luego por la tierra que estaba hacia el sur, qué pueblos y mantenimientos tenía. Dijeron que por aquella vía, yendo a la mar nueve jornadas, había un pueblo que llamaban Aute, y los indios de él tenían mucho maíz, y que tenían frísoles y calabazas, y que por estar tan cerca de la mar alcanzaban pescados, y que éstos eran amigos suyos. Nosotros, vista la pobreza de la tierra, y las malas nuevas que de la población y de todo lo demás nos daban, y como los indios nos hacían continua guerra hiriéndonos la gente y los caballos en los lugares donde íbamos a tomar agua, y esto desde las lagunas, y tan a salvo, que no los podíamos ofender, porque metidos en ellas nos flechaban, y mataron un señor de Tezcuco que se llamaba don Pedro, que el comisario llevaba consigo, acordamos de partir de allí, e ir a buscar la mar y aquel pueblo de Aute que nos habían dicho; y así nos partimos al cabo de veinte y cinco días que allí habíamos llegado. El primero día pasamos aquellas lagunas y pasos sin ver indio ninguno, mas al segundo día llegamos a una laguna de muy mal paso, porque daba el agua a los pechos y había en ella muchos árboles caídos. Ya que estábamos en medio de ella nos acometieron muchos indios que estaban escondidos detrás de los árboles porque no les viésemos; otros estaban sobre los caídos, y comenzáronnos a flechar de manera que nos hirieron muchos hombres y caballos, y nos tomaron la guía que llevábamos, antes que de la laguna saliésemos, y después de salidos de ella, nos tornaron a seguir, queriéndonos estorbar el paso; de manera que no nos aprovechaba salirnos afuera ni hacernos más fuertes y querer pelear con ellos, que se metían luego en la laguna, y desde allí nos herían la gente y caballos. Visto esto, el gobernador mandó a los de caballo que se apeasen y les acometiesen a pie. El contador se apeó con ellos, y así los acometieron, y todos entraron a vueltas en una laguna, y así les ganamos el paso. En esta revuelta hubo algunos de los nuestros heridos, que no les valieron buenas armas que llevaban; y hubo hombres este día que juraron que habían visto dos robles, cada uno de ellos tan grueso como la pierna por bajo, pasados de parte a parte de las flechas de los indios; y esto no es tanto de maravillar, vista la fuerza y maña con que las echan; porque yo mismo vi una flecha en un pie de un álamo, que entraba por él un jeme. Cuantos indios vimos desde la Florida aquí todos son flecheros; y como son tan crecidos de cuerpo y andan desnudos, desde lejos parecen gigantes. Es gente a maravilla bien dispuesta, muy enjutos y de muy grandes fuerzas y ligereza. Los arcos que usan son gruesos como el brazo, de once o doce palmos de largo, que flechan a doscientos pasos con tan gran tiento, que ninguna cosa yerran. Pasados que fuimos de este paso, de ahí a una legua llegamos a otro de la misma manera, salvo que por ser tan largo, que duraba media legua, era muy peor; éste pasamos libremente y sin estorbo de indios; que como habían gastado en el primero toda la munición que de flechas tenían, no quedó con qué osarnos acometer. Otro día siguiente, pasando otro semejante paso, yo hallé rastro de gente que iba delante, y di aviso de ello al gobernador, que venía en la retaguardia; y así, aunque los indios salieron a nosotros, como íbamos apercibidos, no nos pudieron ofender; y salidos a lo llano, fuéronnos todavía siguiendo; volvimos a ellos por dos partes, y matámosles dos indios, y hiriéronme a mí y dos o tres cristianos; y por acogérsenos al monte no les pudimos hacer más mal ni daño. De esta suerte caminamos ocho días, y desde este paso que he contado, no salieron más indios a nosotros hasta una legua adelante, que es lugar donde he dicho que íbamos. Allí, yendo nosotros por nuestro camino, salieron indios, y sin ser sentidos, dieron en la retaguardia, y a los gritos que dio un muchacho de un hidalgo de los que allí iban, que se llamaba Avellaneda, el Avellaneda volvió, y fue a socorrerlos, y los indios le acertaron con una flecha por el canto de las corazas, y fue tal la herida, que pasó casi toda la flecha por el pescuezo, y luego allí murió y lo llevamos hasta Aute. En nueve días de camino, desde Apalache hasta allí, llegamos. Y cuando fuimos llegados, hallamos toda la gente de él, ida, y las casas quemadas, y mucho maíz y calabazas y frísoles, que ya todo estaba para empezarse a coger. Descansamos allí dos días, y estos pasados, el gobernador me rogó que fuese a descubrir la mar, pues los indios decían que estaba tan cerca de allí; ya en este camino la habíamos descubierto por un río muy grande que en él hallamos, a quien habíamos puesto por nombre el río de la Magdalena. Visto esto, otro día siguiente yo me partí a descubrirla, juntamente con el comisario y el capitán Castillo y Andrés Dorantes y otros siete de caballo y cincuenta peones, y caminamos hasta hora de vísperas, que llegamos a un ancón o entrada de la mar, donde hallamos muchos ostiones, con que la gente holgó; y dimos muchas gracias a Dios por habernos traído allí. Otro día de mañana envié veinte hombres a que conociesen la costa y mirasen la disposición de ella, los cuales volvieron al otro día en la noche, diciendo que aquellos ancones y bahías eran muy grandes y entraban tanto por la tierra adentro, que estorbaban mucho para descubrir lo que queríamos, y que la costa estaba muy lejos de allí. Sabidas estas nuevas y vista la mala disposición y aparejo que para descubrir la costa por allí había, yo me volví al gobernador, y cuando llegamos, hallámosle enfermo con otros muchos, y la noche pasada los indios habían dado en ellos y puéstolos en grandísimo trabajo, por la razón de la enfermedad que les había sobrevenido; también les habían muerto un caballo. Yo di cuenta de lo que había hecho y de la mala disposición de la tierra. Aquel día nos detuvimos allí.




Capítulo VIII

Cómo partimos de Aute

Otro día siguiente partimos de Aute, y caminamos todo el día hasta llegar donde yo había estado. Fue camino en extremo trabajoso, porque ni los caballos bastaban a llevar los enfermos, ni sabíamos qué remedio poner, porque cada día adolecían; que fue cosa de muy gran lástima y dolor ver la necesidad y trabajo en que estábamos. Llegados que fuimos, visto el poco remedio que para ir adelante había, porque no había dónde, ni aunque lo hubiera, la gente pudiera pasar adelante, por estar los más enfermos, y tales, que pocos había de quien se pudiese haber algún provecho.

Dejo aquí de contar esto más largo, porque cada uno puede pensar lo que se pasaría en tierra tan extraña y tan mala, y tan sin ningún remedio de ninguna cosa, ni para estar ni para salir de ella. Mas como el más cierto remedio sea Dios nuestro Señor, y de este nunca desconfiamos, sucedió otra cosa que agravaba más que todo esto, que entre la gente de caballo se comenzó la mayor parte de ellos a ir secretamente, pensando hallar ellos por sí remedio, y desamparar al gobernador y a los enfermos, los cuales estaban sin algunas fuerzas y poder. Mas, como entre ellos había muchos hijosdalgo y hombres de buena suerte, no quisieron que esto pasase sin dar parte al gobernador y a los oficiales de Vuestra Majestad; y como les afeamos su propósito, y les pusimos delante el tiempo en que desamparaban a su capitán y los que estaban enfermos y sin poder, y apartarse sobre todo el servicio de Vuestra Majestad, acordaron de quedar, y que lo que fuese de uno fuese de todos, sin que ninguno desamparase a otro. Visto esto por el gobernador, los llamó a todos y a cada uno por sí, pidiendo parecer de tan mala tierra, para poder salir de ella y buscar algún remedio, pues allí no lo había, estando la tercia parte de la gente con gran enfermedad, y creciendo esto cada hora, que teníamos por cierto todos lo estaríamos así; de donde no se podía seguir sino la muerte, que por ser en tal parte se nos hacía más grave; y vistos estos y otros muchos inconvenientes, y tentados muchos remedios, acordamos en uno harto difícil de poner en obra, que era hacer navíos en que nos fuésemos. A todos parecía imposible, porque nosotros no los sabíamos hacer, ni había herramienta, ni hierro, ni fragua, ni estopa, ni pez, ni jarcias, finalmente, ni cosa ninguna de tantas como son menester, ni quien supiese nada para dar industria en ello, y sobre todo, no haber qué comer entretanto que se hiciesen, y los que habían de trabajar del arte que habíamos dicho. Y considerando todo esto, acordamos de pensar en ello más de espacio, y cesó la plática aquel día, y cada uno se fue encomendándolo a Dios nuestro Señor, que lo encaminase por donde Él fuese más servido. Otro día quiso Dios que uno de la compañía vino diciendo que él haría unos cañones de palo, y con unos cueros de venado se harían unos fuelles, y como estábamos en tiempo que cualquiera cosa que tuviese alguna sobrehaz de remedio, nos parecía bien, dijimos que se pusiese por obra; y acordamos de hacer de los estribos y espuelas y ballestas, y de las otras cosas de hierro que había, los clavos y sierras y hachas, y otras herramientas, de que tanta necesidad había para ello; y dimos por remedio que para haber algún mantenimiento en el tiempo que esto se hiciese se hiciesen cuatro entradas en Aute con todos los caballos y gente que pudiesen ir, y que a tercero día se matase un caballo, el cual se repartiese entre los que trabajaban en la obra de las barcas y los que estaban enfermos; las entradas se hicieron con la gente y caballos que fue posible, y en ellas se trajeron hasta cuatrocientas hanegas de maíz, aunque no sin contienda y pendencias con los indios. Hicimos coger muchos palmitos para aprovecharnos de la lana y cobertura de ellos, torciéndola y aderezándola para usar en lugar de estopa para las barcas; las cuales se comenzaron a hacer con un solo carpintero que en la compañía había, y tanta diligencia pusimos, que, comenzándolas a cuatro días de agosto, a veinte días del mes de septiembre eran acabadas cinco barcas, de a veinte y dos codos cada una, calafateadas con las estopas de los palmitos, y breámoslas con cierta pez de alquitrán que hizo un griego llamado don Teodoro, de unos pinos; y de la misma ropa de los palmitos, y de las colas y crines de los caballos, hicimos cuerdas y jarcias, y de las nuestras camisas velas, y de las sabinas que allí había, hicimos los remos que nos pareció que era menester. Y tal era la tierra en que nuestros pecados nos habían puesto, que con muy gran trabajo podíamos hallar piedras para lastre y anclas de las barcas, ni en toda ella habíamos visto ninguna. Desollamos también las piernas de los caballos enteras, y curtimos los cueros de ellas para hacer botas en que llevásemos el agua. En este tiempo algunos andaban cogiendo mariscos por los rincones de las entradas de la mar, en que los indios, en dos veces que dieron en ellos, nos mataron diez hombres a vista del real, sin que los pudiésemos socorrer, los cuales hallamos de parte a parte pasados con las flechas; que aunque algunos tenían buenas armas, no bastaron a resistir para que esto no se hiciese, por flechar con tanta destreza y fuerza como arriba he dicho. Y a dicho y juramento de nuestros pilotos, desde la bahía, que pusimos nombre de la Cruz, hasta aquí anduvimos doscientas y ochenta leguas, poco más o menos. En toda esta tierra no vimos sierra ni tuvimos noticias de ella en ninguna manera; y antes que nos embarcásemos, sin los que los indios nos mataron, se murieron más de cuarenta hombres de enfermedad y hambre. A veinte y dos días del mes de septiembre se acabaron de comer los caballos, que sólo uno quedó, y este día nos embarcamos por esta orden: que en la barca del gobernador iban cuarenta y nueve hombres; en otra que dio al contador y comisario iban otros tantos; la tercera dio al capitán Alonso del Castillo y Andrés Dorantes, con cuarenta y ocho hombres, y otra dio a dos capitanes, que se llamaban Téllez y Peñalosa, con cuarenta y siete hombres. La otra dio al veedor y a mí con cuarenta y nueve hombres, y después de embarcados los bastimentos y ropa, no quedó a las barcas más que un jeme de bordo fuera del agua, y allende de esto, íbamos tan apretados, que no nos podíamos menear; y tanto puede la necesidad, que nos hizo aventurar a ir de esta manera, y meternos en una mar tan trabajosa, y sin tener noticia de la arte del marear ninguno de los que allí iban.




Capítulo IX

Cómo partimos de bahía de Caballos

Aquella bahía de donde partimos ha por nombre la bahía de Caballos, y anduvimos siete días por aquellos ancones, entrados en el agua hasta la cinta, sin señal de ver ninguna cosa de costa, y al cabo de ellos llegamos a una isla que estaba cerca de la tierra. Mi barca iba delante, y de ella vimos venir cinco canoas de indios, los cuales las desampararon y nos las dejaron en las manos, viendo que íbamos a ellas; las otras barcas pasaron adelante, y dieron en unas casas de la misma isla, donde hallamos muchas lizas y huevos de ellas, que estaban secas; que fue muy gran remedio para la necesidad que llevábamos. Después de tomadas, pasamos adelante, y dos leguas de allí pasamos un estrecho que la isla con la tierra hacía, al cual llamamos de San Miguel por haber salido en su día por él; y salidos llegamos a la costa, donde, con las cinco canoas que yo había tomado a los indios, remediamos algo de las barcas, haciendo falcas de ellas, y añadiéndolas, de manera que subieron dos palmos de bordo sobre el agua; y con esto tornamos a caminar por luengo de costa de vía del río de Palmas, creciendo cada día la sed y la hambre, porque los bastimentos eran muy pocos y iban muy al cabo, y el agua se nos acabó, porque las botas que hicimos de las piernas de los caballos luego fueron podridas y sin ningún provecho. Algunas veces entramos por ancones y bahías que entraban mucho por la tierra adentro; todas las hallamos bajas y peligrosas; y así anduvimos por ellas treinta días, donde algunas veces hallábamos indios pescadores, gente pobre y miserable. Al cabo ya de estos treinta días, que la necesidad del agua era en extremo, yendo cerca de la costa, una noche sentimos venir una canoa, y como la vimos, esperamos que llegase, y ella no quiso hacer cara; y aunque la llamamos, no quiso volver ni aguardarnos, y por ser de noche no la seguimos, y fuímonos nuestra vía. Cuando amaneció vimos una isla pequeña, y fuimos a ella por ver si hallaríamos agua; mas nuestro trabajo fue en balde, porque no la había. Estando allí surtos, nos tomó una tormenta muy grande, porque nos detuvimos seis días sin que osásemos salir a la mar; y como había cinco días que no bebíamos, la sed fue tanta, que nos puso en necesidad de beber agua salada, y algunos se desatentaron tanto en ello, que súbitamente se nos murieron cinco hombres. Cuento esto así brevemente, porque no creo que haya necesidad de particularmente contar las miserias y trabajos en que nos vimos; pues considerando el lugar donde estábamos y la poca esperanza de remedio que teníamos, cada uno puede pensar mucho de lo que allí pasaría. Y como vimos que la sed crecía y el agua nos mataba, aunque la tormenta no era cesada, acordamos de encomendarnos a Dios nuestro Señor, y aventuramos antes al peligro de la mar que esperar la certinidad de la muerte que la sed nos daba. Así, salimos la vía donde habíamos visto la canoa la noche que por allí veníamos; y en este día nos vimos muchas veces anegados, y tan perdidos, que ninguno hubo que no tuviese por cierta la muerte. Plugo a nuestro Señor, que en las mayores necesidades suele mostrar su favor, que a puesta del Sol volvimos una punta que la tierra hace, adonde hallamos mucha bonanza y abrigo. Salieron a nosotros muchas canoas, y los indios que en ellas venían nos hablaron, y sin querernos aguardar, se volvieron. Era gente grande y bien dispuesta, y no traían flechas ni arcos. Nosotros les fuimos siguiendo hasta sus casas, que estaban cerca de allí a la lengua del agua, y saltamos en tierra, y delante de las casas hallamos muchos cántaros de agua y mucha cantidad de pescado guisado, y el señor de aquellas tierras ofreció todo aquello al gobernador, y tomándolo consigo, lo llevó a su casa. Las casas de éstos eran de esteras, que a lo que pareció eran estantes; y después que entramos en casa del cacique, nos dio mucho pescado, y nosotros le dimos del maíz que traíamos, y lo comieron en nuestra presencia, y nos pidieron más, y se lo dimos, y el gobernador le dio muchos rescates; el cual, estando con el cacique en su casa, a media hora de la noche, súbitamente los indios dieron en nosotros y en los que estaban muy malos echados en la costa, y acometieron también la casa del cacique, donde el gobernador estaba, y lo hirieron de una piedra en el rostro. Los que allí se hallaron prendieron al cacique; mas como los suyos estaban tan cerca, soltóseles y dejóles en las manos una manta de martas cebelinas, que son las mejores que creo yo que en el mundo se podrían hallar, y tienen un olor que no parece sino de ámbar y almizcle, y alcanza tan lejos, que de mucha cantidad se siente; otras vimos allí mas ningunas eran tales como éstas. Los que allí se hallaron, viendo al gobernador herido, lo metimos en la barca, e hicimos que con él se recogiese toda la más gente a sus barcas, y quedamos hasta cincuenta en tierra para contra los indios, que nos acometieron tres veces aquella noche, y con tanto ímpetu, que cada vez nos hacían retraer más de un tiro de piedra. Ninguno hubo de nosotros que no quedase herido, y yo lo fui en la cara; y si como se hallaron pocas flechas, estuvieran más proveídos de ellas, sin duda nos hicieran mucho daño. La última vez se pusieron en celada los capitanes Dorantes y Peñalosa y Téllez con quince hombres, y dieron en ellos por las espaldas, y de tal manera les hicieron huir, que nos dejaron. Otro día de mañana yo les rompí más de treinta canoas, que nos aprovecharon para un norte que hacía, que por todo el día hubimos de estar allí con mucho frío, sin osar entrar en la mar, por la mucha tormenta que en ella había. Esto pasado, nos tornamos a embarcar, y navegamos tres días; y como habíamos tomado poca agua, y los vasos que teníamos para llevar asimismo eran muy pocos, tornamos a caer en la primera necesidad; y siguiendo nuestra vía, entramos por un estero, y estando en él vimos venir una canoa de indios. Como los llamamos, vinieron a nosotros, y el gobernador, a cuya barca habían llegado, pidióles agua, y ellos la ofrecieron con que les diesen en qué la trajesen, y un cristiano griego, llamado Doroteo Teodoro (de quien arriba se hizo mención), dijo que quería ir con ellos; el gobernador y otros se lo procuraron estorbar mucho, y nunca lo pudieron, sino que en todo caso quería ir con ellos; así se fue y llevó consigo un negro, y los indios dejaron en rehenes dos de su compañía; y a la noche volvieron los indios y trajéronnos muchos vasos sin agua, y no trajeron los cristianos que habían llevado; y los que habían dejado por rehenes, como los otros los hablaron, quisiéronse echar al agua. Mas los que en la barca estaban los detuvieron; y así, se fueron huyendo los indios de la canoa, y nos dejaron muy confusos y tristes por haber perdido aquellos dos cristianos.




Capítulo X

De la refriega que nos dieron los indios


Venida la mañana, vinieron a nosotros muchas canoas de indios, pidiéndonos los dos compañeros que en la barca habían quedado por rehenes. El gobernador dijo que se los daría con que trajesen los dos cristianos que habían llevado. Con esta gente venían cinco o seis señores, y nos pareció ser la gente más bien dispuesta y de más autoridad y concierto que hasta allí habíamos visto, aunque no tan grandes como los otros de quien hemos contado. Traían los cabellos sueltos y muy largos, y cubiertos con mantas de martas, de la suerte de las que atrás habíamos tomado, y algunas de ellas hechas por muy extraña manera, porque en ella había unos lazos de labores de unas pieles leonadas, que parecían muy bien. Rogábannos que nos fuésemos con ellos y que nos darían los cristianos y agua y otras muchas cosas; y contino acudían sobre nosotros muchas canoas, procurando tomar la boca de aquella entrada; y así por esto, como porque la tierra era muy peligrosa para estar en ella, nos salimos a la mar, donde estuvimos hasta mediodía con ellos. Y como no nos quisiesen dar los cristianos, y por este respecto nosotros no les diésemos los indios, comenzáronnos a tirar piedras con hondas, y varas, con muestras de flecharnos, aunque en todos ellos no vimos sino tres o cuatro arcos.

Estando en esta contienda el viento refrescó, y ellos se volvieron y nos dejaron; y así navegamos aquel día, hasta hora de vísperas, que mi barca que iba delante, descubrió una punta que la tierra hacía, y del otro cabo se veía un río muy grande, y en una isleta que hacía la punta hice yo surgir por esperar las otras barcas. El gobernador no quiso llegar; antes se metió por una bahía muy cerca de allí, en que había muchas isletas, y allí nos juntamos, y desde la mar tomamos agua dulce, porque el río entraba en la mar de avenida, y por tostar algún maíz de lo que traíamos, porque ya había dos días que lo comíamos crudo, saltamos en aquella isla; mas como no hallamos leña, acordamos de ir al río que estaba detrás de la punta, una legua de allí; y yendo, era tanta la corriente, que no nos dejaba en ninguna manera llegar, antes nos apartaba de la tierra, y nosotros trabajando y porfiando por tomarla. El norte que venía de la tierra comenzó a crecer tanto, que nos metió en la mar, sin que nosotros pudiésemos hacer otra cosa; y a media legua que fuimos metidos en ella, sondeamos, y hallamos que con treinta brazas no pudimos tomar hondo, y no podíamos entender si la corriente era causa que no lo pudiésemos tomar; y así navegamos dos días todavía, trabajando por tomar tierra, y al cabo de ellos, un poco antes que el Sol saliese, vimos muchos humeros por la costa; y trabajando por llegar allá, nos hallamos en tres brazas de agua, y por ser de noche no osamos tomar tierra, porque como habíamos visto tantos humeros, creíamos que se nos podía recrecer algún peligro sin nosotros poder ver, por la mucha oscuridad, lo que habíamos de hacer, y por esto determinamos de esperar a la mañana; y como amaneció, cada barca se halló por sí perdida de las otras; yo me hallé en treinta brazas, y siguiendo mi viaje a hora de vísperas vi dos barcas, y como fui a ellas, vi que la primera a que llegué era la del gobernador, el cual me preguntó qué me parecía que debíamos hacer. Yo le dije que debía recobrar aquella barca que iba delante, y que en ninguna manera la dejase, y que juntas todas tres barcas, siguiésemos nuestro camino donde Dios nos quisiese llevar. Él me respondió que aquello no se podía hacer, porque la barca iba muy metida en el mar y él quería tomar la tierra, y que si la quería yo seguir, que hiciese que los de mi barca tomasen los remos y trabajasen, porque con fuerza de brazos se había de tomar la tierra, y esto le aconsejaba un capitán que consigo llevaba, que se llamaba Pantoja, diciéndole que si aquel día no tomaba la tierra, que en otros seis no la tomaría, y en este tiempo era necesario morir de hambre. Yo, vista su voluntad, tomé mi remo, y lo mismo hicieron todos los que en mi barca estaban para ello, y bogamos hasta casi puesto el sol; mas como el gobernador llevaba la más sana y recia gente que entre toda había, en ninguna manera lo pudimos seguir ni tener con ella. Yo, como vi esto, pedíle que, para poderle seguir, me diese un cabo de su barca, y él me respondió que no harían ellos poco si solos aquella noche pudiesen llegar a tierra. Yo le dije que, pues vía la poca posibilidad que en nosotros había para poder seguirle y hacer lo que había mandado, que me dijese qué era lo que mandaba que yo hiciese. El me respondió que ya no era tiempo de mandar unos a otros; que cada uno hiciese lo que mejor le pareciese que era para salvar la vida; que él así lo entendía de hacer, y diciendo esto, se alargó con su barca, y como no le pude seguir, arribé sobre la otra barca que iba metida en la mar, la cual me esperó; y llegado a ella, hallé que era la que llevaban los capitanes Peñalosa y Téllez; y así, navegamos cuatro días en compañía, comiendo por tasa cada día medio puño de maíz crudo. A cabo de estos cuatro días nos tomó una tormenta, que hizo perder la otra barca, y por gran misericordia que Dios tuvo de nosotros no nos hundimos del todo, según el tiempo hacía; y con ser invierno, y el frío muy grande, y tantos días que padecíamos hambre, con los golpes que de la mar habíamos recibido, otro día la gente comenzó mucho a desmayar, de tal manera, que cuando el sol se puso, todos los que en mi barca venían estaban caídos en ella unos sobre otros, tan cerca de la muerte, que pocos había que tuviesen sentido, y entre todos ellos a esta hora no había cinco hombres en pie. Y cuando vino la noche no quedamos sino el maestre y yo que pudiésemos marear la barca, y a dos horas de la noche el maestre me dijo que yo tuviese cargo de ella, porque él estaba tal, que creía aquella noche morir. Y así, yo tomé el leme, y pasada media noche, yo llegué por ver si era muerto el maestre, y él me respondió que él antes estaba mejor y que él gobernaría hasta el día. Yo cierto aquella hora de muy mejor voluntad tomara la muerte, que no ver tanta gente delante de mí de tal manera.

Y después que el maestre tomó cargo de la barca, yo reposé un poco muy sin reposo, ni había cosa más lejos de mí entonces que el sueño. Y acerca del alba parecióme que oía el tumbo del mar, porque, como la costa era baja, sonaba mucho, y con este sobresalto llamé al maestre, el cual me respondió que creía que éramos cerca de tierra, y tentamos y hallámonos en siete brazas, y parecióle que nos debíamos tener a la mar hasta que amaneciese. Y así, yo tomé un remo y bogué de la banda de la tierra, que nos hallamos una legua della, y dimos la popa a la mar. Y cerca de tierra nos tomó una ola, que echó la barca fuera del agua un juego de herradura, y con el gran golpe que dio, casi toda la gente que en ella estaba como muerta, tornó en sí, y como se vieron cerca de la tierra se comenzaron a descolgar, y con manos y pies andando; y como salieron a tierra a unos barrancos, hicimos lumbre y tostamos del maíz que traíamos, y hallamos agua de la que había llovido, y con el calor del fuego la gente tornó en sí y comenzaron algo a esforzarse. El día que aquí llegamos era sexto del mes de noviembre.




Capítulo XI

De lo que acaeció a Lope de Oviedo con unos indios

Desde que la gente hubo comido, mandé a Lope de Oviedo, que tenía más fuerza y estaba más recio que todos, se llegase a unos árboles que cerca de allí estaban, y subido en uno de ellos, descubriese la tierra en que estábamos y procurase de haber alguna noticia de ella. Él lo hizo así y entendió que estábamos en isla, y vio que la tierra estaba cavada a la manera que suele estar tierra donde anda ganado, y parecióle por esto que debía ser tierra de cristianos, y así nos lo dijo. Yo le mandé que la tornase a mirar muy más particularmente y viese si en ella había algunos caminos que fuesen seguidos, y esto sin alargarse mucho por el peligro que podía haber. Él fue, y topando con una vereda se fue por ella adelante hasta espacio de media legua, y halló unas chozas de unos indios que estaban solas, porque los indios eran idos al campo, y tomó una olla de ellos, y un perrillo pequeño y unas pocas de lizas, y así se volvió a nosotros; y pareciéndonos que se tardaba, envié a otros dos cristianos para que le buscasen y viesen qué le había sucedido; y ellos le toparon cerca de allí y vieron que tres indios, con arcos y flechas, venían tras él llamándole, y él asimismo llamaba a ellos por señas. Y así llegó donde estábamos, y los indios se quedaron un poco atrás asentados en la misma ribera, y después de media hora acudieron otros cien indios flecheros, que ahora ellos fuesen grandes o no, nuestro miedo les hacía parecer gigantes, y pararon cerca de nosotros, donde los tres primeros estaban. Entre nosotros excusado era pensar que habría quien se defendiese, porque difícilmente se hallaron seis que del suelo se pudiesen levantar. El veedor y yo salimos a ellos y llamámosles, y ellos se llegaron a nosotros; y lo mejor que pudimos, procuramos de asegurarlos y asegurarnos, y dímosles cuentas y cascabeles, y cada uno de ellos me dio una flecha, que es señal de amistad, y por señas nos dijeron que a la mañana volverían y nos traerían de comer, porque entonces no lo tenían.




Capítulo XII

Cómo los indios nos trajeron de comer

Otro día, saliendo el sol, que era la hora que los indios nos habían dicho, vinieron a nosotros, como lo habían prometido, y nos trajeron mucho pescado y de unas raíces que ellos comen, y son como nueces, algunas mayores o menores; la mayor parte de ellas se sacan de bajo del agua y con mucho trabajo. A la tarde volvieron y nos trajeron más pescado y de las mismas raíces, e hicieron venir sus mujeres e hijos para que nos viesen, y así, se volvieron ricos de cascabeles y cuentas que les dimos, y otros días nos tornaron a visitar con lo mismo que otras veces. Como nosotros veíamos que estábamos proveídos de pescados y de raíces y de agua y de las otras cosas que pedimos, acordamos de tornarnos a embarcar y seguir nuestro camino, y desenterramos la barca de la arena en que estaba metida, y fue menester que nos desnudásemos todos y pasásemos gran trabajo para echarla al agua, porque nosotros estábamos tales, que otras cosas muy más livianas bastaban para ponernos en él. Y así embarcados, a dos tiros de ballesta dentro en la mar, nos dio tal golpe de agua que nos mojó a todos; y como íbamos desnudos y el frío que hacía era muy grande, soltamos los remos de las manos, y a otro golpe que la mar nos dio, trastornó la barca; el veedor y otros dos se asieron de ella para escaparse; mas sucedió muy al revés, que la barca los tomó debajo y se ahogaron. Como la costa es muy brava, el mar de un tumbo echó a todos los otros, envueltos en las olas y medio ahogados, en la costa de la misma isla, sin que faltasen más de los tres que la barca había tomado debajo. Los que quedamos escapados, desnudos como nacimos y perdido todo lo que traíamos, y aunque todo valía poco, para entonces valía mucho. Y como entonces era por noviembre, y el frío muy grande, y nosotros tales que con poca dificultad nos podían contar los huesos, estábamos hechos propia figura de la muerte. De mí sé decir que desde el mes de mayo pasado yo no había comido otra cosa sino maíz tostado, y algunas veces me vi en necesidad de comerlo crudo; porque aunque se mataron los caballos entretanto que las barcas se hacían, yo nunca pude comer de ellos, y no fueron diez veces las que comí pescado. Esto digo por excusar razones, porque pueda cada uno ver qué tales estaríamos.

Y sobre todo lo dicho había sobrevenido viento norte, de suerte que más estábamos cerca de la muerte que de la vida. Plugo a nuestro Señor que, buscando tizones del fuego que allí habíamos hecho, hallamos lumbre, con que hicimos grandes fuegos; y así, estuvimos pidiendo a Nuestro Señor misericordia y perdón de nuestros pecados, derramando muchas lágrimas, habiendo cada uno lástima, no sólo de sí, mas de todos los otros, que en el mismo estado veían. Y a hora de puesto el sol, los indios, creyendo que no nos habíamos ido, nos volvieron a buscar y a traernos de comer; mas cuando ellos nos vieron así en tan diferente hábito del primero y en manera tan extraña, espantáronse tanto que se volvieron atrás. Yo salí a ellos y llamélos, y vinieron muy espantados; hícelos entender por señas cómo se nos había hundido una barca y se habían ahogado tres de nosotros, y allí en su presencia ellos mismos vieron dos muertos, y los que quedábamos íbamos aquel camino.

Los indios, de ver el desastre que nos había venido y el desastre en que estábamos, con tanta desventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima que hubieron de vernos en tanta fortuna, comenzaron todos a llorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí se podía oír, y esto les duró más de media hora; y cierto ver que estos hombres tan sin razón y tan crudos, a manera de brutos, se dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros de la compañía creciese más la pasión y la consideración de nuestra desdicha.

Sosegado ya este llanto, yo pregunté a los cristianos, y dije que si a ellos parecía, rogaría a aquellos indios que nos llevasen a sus casas; y algunos de ellos que habían estado en la Nueva España respondieron que no se debía de hablar de ello, porque si a sus casas nos llevaban, nos sacrificarían a sus ídolos; mas, visto que otro remedio no había, y que por cualquier otro camino estaba más cerca y más cierta la muerte, no curé de lo que decían, antes rogué a los indios que nos llevasen a sus casas, y ellos mostraron que habían gran placer de ello, y que esperásemos un poco, que ellos harían lo que queríamos, y luego treinta de ellos se cargaron de leña, y se fueron a sus casas, que estaban lejos de allí, y quedamos con los otros hasta cerca de la noche, que nos tomaron, y llevándonos asidos y con mucha prisa, fuimos a sus casas; y por el gran frío que hacía, y temiendo que en el camino alguno no muriese o desmayase, proveyeron que hubiese cuatro o cinco fuegos muy grandes puestos a trechos, y en cada uno de ellos nos calentaban y, desde que veían que habíamos tomado alguna fuerza y calor, nos llevaban hasta el otro tan aprisa, que casi con los pies no nos dejaban poner en el suelo; y de esta manera fuimos hasta sus casas, donde hallamos que tenían hecha una casa para nosotros, y muchos fuegos en ella, y desde a una hora que habíamos llegado, comenzaron a bailar y hacer grande fiesta, que duró toda la noche, aunque para nosotros no había placer, fiesta ni sueño, esperando cuándo nos habían de sacrificar; y a la mañana nos tornaron a dar pescado y raíces, y hacer tan buen tratamiento, que nos aseguramos algo y perdimos algo el miedo del sacrificio.



Capítulo XIII

Como supimos de otros Christianos

Este mismo dia Yo vi à vn Indio de aquellos vn Rescate, i conoscì que no era de los que nosotros les haviamos dado: i preguntando donde le havian havido, ellos por señas me respondieron, que se lo havian dado otros Hombres como nosotros, que estaban atràs. Yo viendo esto, embiè dos Christianos, i dos Indios, que les mostrasen aquella Gente, i mui cerca de alli toparon con ellos, que tambien venian à buscarnos, porque los Indios que allà quedaban, los havian dicha de nosotros, i estos eran los Capitanes Andrès Dorantes, y Alonso del Castillo, con toda la Gente de su Barca. Y llegados à nosotros, se espantaron mucho de vernos de la manera que estabamos, i rescibieron mui gran pena por no tener que darnos, que ninguna otra cosa traìan, sino la que tenian vestida. Y estuvieron alli con nosotros, i nos contaron, como à cinco de aquel mismo Mes, su Barca havia dado al travès legua, i media de alli, i ellos havian escapado, sin perderse ninguna cosa: i todos juntos acordamos de adobar su Barca, i irnos en ella los que tuviesen fuerça, i disposicion para ello; los otros quedarse alli hasta que convaleciesen, para irse, como pudiesen, por luengo de Costa, i que esperasen alli, hasta que Dios los llevase con nosotros à Tierra de Christianos; i como lo pensamos, asi nos pusimos en ello; i antes que echasemos la Barca al Agua, Tavera, vn Caballero de nuestra Compañia, muriò; i la Barca que nosotros pensabamos llevar, hiço su fin, i no se pudo sostener à si misma, que luego fue hundida; i como quedamos del arte que he dicho, i los mas desnudos, i el tiempo tan recio para caminar, i pasar Rios, i Ancones à nado, ni tener bastimento alguno, ni manera para llevarlo, determinamos de hacer lo que la necesidad pedia, que era invernar alli; i acordamos tambien, que quatro Hombres, que mas recios estaban, fuesen à Panuco, creiendo que estabamos cerca de alli; i que si Dios Nuestro Señor fuese servido de llevarnos allà, diesen aviso de como quedabamos en aquella Isla, i de nuestra necesidad, i trabajo. Estos eran mui grandes nadadores, i al vno llamaban Alvaro Fernandez, Portuguès, Carpintero, i Marinero: el segundo se llamaba Mendez; i al tercero Figueroa, que era natural de Toledo: el quarto, Astudillo, natural de �afra, llevaban consigo vn Indio, que era de la Isla.



Capítulo XIV

Como se partieron los quatro Christianos

Partidos estos quatro Christianos, dende à pocos dias suscediò tal tiempo de frios, i tempestades, que los Indios no podian arrancar las Raìces: i de los Cañales en que pescaban ià no havia provecho ninguno; i como las Casas eran tan desabrigadas, començòse à morir la Gente; i cinco Christianos, que estaban en rancho en la Costa, llegaron à tal estremo, que se comieron los vnos à los otros, hasta que quedò vno solo, que por ser solo no huvo quien lo comiese. Los nombres de ellos son estos: Sierra, Diego Lopez, Corral, Palacios, Gonçalo Ruiz. De este caso se alteraron tanto los Indios, i hovo entre ellos tan gran escandalo, que sin duda, si al principio ellos lo vieran, los matàran, i todos nos vieramos en grande trabajo. Finalmente, en mui poco tiempo, de ochenta Hombres, que de ambas partes alli llegamos, quedaron vivos solos quince: i despues de muertos estos; diò à los Indios de la Tierra vna enfermedad de estomago, de que muriò la mitad de la Gente de ellos: i creieron, que nosotros eramos los que los matabamos; i teniendolo por mui cierto, concertaron entre sì de matar à los que haviamos quedado. Yà que lo venian à poner en efecto, vn Indio, que à mi me tenia, les dixo, que no creiesen, que nosotros eramos los que los matabamos, porque si nosotros tal poder tuvieramos, escusàramos que no murieran tantos de nosotros, como ellos vian que havian muerto, sin que les pudieramos poner remedio, i que ià no quedabamos sino mui pocos, i que ninguno hacia daño, ni perjuicio, que lo mejor era, que nos dexasen. Y quiso Nuestro Señor, que los otros siguieron este consejo, i pareicer, i ansi se estorvò su proposito. A esta Isla pusimos por nombre, Isla de Malhado. La Gente que alli hallamos son grandes, i bien dispuestos: no tienen otras Armas sino Flechas, i Arcos, en que son por estremo diestros. Tienen los Hombres la vna Teta horadada de vna parte à otra, i algunos ai que las tienen ambas; i por el agujero que hacen, traen vna Caña atravesada, tan larga, como dos palmos i medio, i tan gruesa, como dos dedos: traen tambien horadado el Labio de abaxo, i puesto en èl vn pedaço de la Caña, delgada como medio dedo. Las Mugeres son para mucho trabajo. La habitacion que en esta Isla hacen, es desde Octubre, hasta en fin de Hebrero. El su mantenimiento es las Raìces que he dicho, sacadas debaxo el Agua por Noviembre, i Diciembre. Tienen Cañales, i no tienen mas Peces de para este tiempo: de aì adelante comen las Raìces. En fin de Hebrero vàn à otras partes à buscar con que mantenerse, porque entonces las Raìces comiençan à nascer, i no son buenas. Es la Gente del Mundo, que mas aman à sus Hijos, i mejor tratamiento les hacen: i quando acaesce que à alguno se le muere el Hijo, lloranle los Padres, i los Parientes, i todo el Pueblo, i el llanto dura vn Año cumplido, que cada dia por la mañana, antes que amanezca, comiençan primero à llorar los Padres, i tras esto todo el Pueblo: i esto mismo hacen al medio dia, i quando amanesce: i pasado un Año que los han llorado, hacenle las Honras del muerto, i lavanse, i limpianse del tizne que traen. A todos los Defuntos lloran de esta manera, salvo à los viejos, de quien no hacen caso, porque dicen, que ià han pasado su tiempo, i de ellos ningun provecho ai, antes ocupan la Tierra, i quitan el mantenimiento à los niños. Tienen por costumbre de enterrar los Muertos, sino son los que entre ellos son Fisicos, que à estos quemanlos; i mientras el fuego arde, todos estàn bailando, i haciendo mui gran fiesta, i hacen polvos los huesos: i pasado vn Año, quando se hacen sus Honras, todos se jasan en ellas, i à los Parientes dàn aquellos polvos à beber de los huesos en Agua. Cada vna tiene vna Muger conoscida. Los Fisicos son los Hombres mas libertados; pueden tener dos, i tres, i entre estas ai mui gran amistad, i conformidad. Quando viene que alguno casa su Hija, el que la toma por Muger, dende el dia que con ella se casa, todo lo que matare caçando, ò pescando, todo lo trae la Muger à la casa de su Padre, sin osar tomar, ni comer alguna cosa de ello, i de casa de el Suegro le llevan à èl de comer: i en todo este tiempo el Suegro, ni la Suegra no entran en su casa, ni èl ha de entrar en casa de los Suegros, ni Cuñados: i si acaso se toparen por alguna parte, se desvian vn tiro de Ballesta el vno del otro; i entretanto que asi vàn apartandose, llevan la cabeça baxa, i los ojos en tierra puestos; porque tienen por cosa mala verse, ni hablarse. Las Mugeres tienen libertad para comunicar, i conversar con los Suegros, i Parientes; i esta costumbre se tiene desde la Isla, hasta mas de cinquenta leguas por la Tierra adentro.

Otra costumbre ai, i es, que quando algun Hijo, ò Hermano muere, en la casa donde muriere, tres meses no buscan de comer, antes se dexan morir de hambre, i los Parientes, i los Vecinos les proveen de lo que han de comer. Y como en el tiempo que aqui estuvimos muriò tanta Gente de ellos, en las mas Casas havia mui gran hambre, por guardar tambien su costumbre, i cerimonia; i los que lo buscaban, por mucho que trabajaban, por ser el tiempo tan recio, no podian hacer sino mui poco; i por esta causa los Indios que à mi me tenian, se salieron de la Isla, i en vnas Canoas se pasaron à Tierra-firme à vnas Baìas, adonde tenian muchos Hostiones, i tres meses del Año no comen otra cosa, i beben mui mala Agua. Tienen gran falta de Leña, i de Mosquitos mui grande abundancia. Sus Casas son edificadas de Esteras, sobre muchas Cascaras de Hostiones, i sobre ellos duermen encueros, i no los tienen sino es acaso; i asi estuvimos hasta en fin de Abril, que fuimos à la Costa de la Mar, à do comimos Moras de �arças todo el Mes, en el qual no cesan de hacer sus Areitos, i fiestas.



Capítulo XV

De lo que nos acaesciò en Isla la de Malhado

En aquella Isla, que he contado, nos quisieron hacer Fisicos, sin examinarnos, ni pedirnos los Titulos, porque ellos curan las enfermedades soplando al enfermo, i con aquel soplo, i las manos, echan de èl la enfermedad, i mandaron nos que hiciesemos lo mismo, i sirviesemos en algo: nosotros nos reìamos de ello, diciendo, que era burla, i que no sabiamos curar, i por esto nos quitaban la comida, hasta que hiciesemos lo que nos decian. Y viendo nuestra porfia, vn Indio me dixo à mì, que Yo no sabia lo que decia en decir, que no aprovecharia nada aquello que èl sabia, ca las Piedras, i otras cosas que se crian por los Campos, tienen virtud; i que èl con vna Piedra caliente, traiendola por el estomago, sanaba, i quitaba el dolor, i que nosotros que eramos hombres, cierto era que teniamos maior virtud, i poder. En fin, nos vimos en tanta necesidad, que lo hovimos de hacer, sin temer que nadie nos llevase por ello la pena. La manera que ellos tienen en curarse es esta: que en viendose enfermos, llaman vn Medico, i despues de curado, no solo le dàn todo lo que poseen, mas entre sus parientes buscan cosas para darle. Lo que el Medico hace, es dalle vnas fajas adonde tiene el dolor, i chupanles al derredor de ellas. Dàn cauterios de fuego, que es cosa entre ellos tenida por mui provechosa, i Yo lo he experimentado, i me suscediò bien de ello; i despues de esto, soplan aquel lugar que les duele, i con esto creen ellos, que se les quita el mal. La manera con que nosotros curamos, era santiguandolos, i soplarlos, i reçar vn Pater noster, i vn Ave Maria, i rogar lo mejor que podiamos à Dios Nuestro Señor, que les diese salud, i espirase en ellos, que nos hiciesen algun buen tratamiento. Quiso Dios Nuestro Señor, i su misericordia, que todos quellos por quien suplicamos, luego que los santiguamos, decian à los otros, que estaban sanos, i buenos; i por este respecto nos hacian buen tratamiento, i dexaban ellos de comer por darnoslo à nosotros, i nos daban Cueros, i otras cosillas. Fue tan estremada la hambre que alli se pasò, que muchas veces estuve tres dias sin comer ninguna cosa, i ellos tambien lo estaban, i paresciame ser cosa imposible durar la vida, aunque en otras maiores hambres, i necesidades me vi despues, como adelante dirè. Los Indios que tenian à Alonso del Castillo, i Andrès Dorantes, i à los demàs que havian quedado vivos, como eran de otra Lengua, i de otra Parentela, se pasaron à otra parte de la Tierra-firme à comer Hostiones, i alli estuvieron hasta el primero dia del Mes de Abril, i luego bolvieron à la Isla, que estaba de alli hasta dos leguas, por lo mas ancho del Agua, i la Isla tiene media legua de travès, i cinco en largo.

Toda la Gente de esta Tierra anda desnuda, solas las Mugeres traen de sus cuerpos algo cubierto con vna Lana que en los Arboles se cria. Las Moças se cubren con vnos Cueros de Venados. Es Gente mui partida de lo que tienen vnos con otros. No ai entre ellos Señor. Todos los que son de vn Linage andan juntos. Habitan en ella dos maneras de Lenguas, à los vnos llaman de Capoques, i à los otros de Han: tienen por costumbre, quando se conoscen, i de tiempo à tiempo se vèn, primero que se hablen, estàr media hora llorando; i acabado esto, aquel que es visitado, se levanta primero, i dà al otro todo quanto posee, i el otro lo rescibe: i de aì à vn poco se và con ello, i aun algunas veces, despues de rescebido, se vàn sin que hablen palabra. Otras estrañas costumbres tienen, mas Yo he contado las mas principales, i mas señaladas por pasar adelante, i contar lo que mas nos suscedio.



Capítulo XVI

Como se partieron los Christianos de la Isla de Malhado

Despues que Dorantes, i Castillo bolvieron à la Isla, recogieron consigo todos los Christianos, que estaban algo esparcidos, i hallaronse por todos catorce. Yo, como he dicho, estaba en la otra parte en Tierra-firme, donde mis Indios me havian llevado, i donde me havia dado tan gran enfermedad, que ià que alguna otra cosa me diera esperança de vida, aquella bastaba para del todo quitarmela. Y como los Christianos esto supieron, dieron à vn Indio la Manta de Martas, que del Cacique haviamos tomado, como arriba diximos, porque los pasase donde Yo estaba para verme; i asi, vinieron doce, porque los dos quedaron tan flacos, que no se atrevieron à traerlos consigo: los nombres de los que entonces vinieron, son: Alonso del Castillo, Andrès Dorantes, i Diego Dorantes, Valdivieso, Estrada, Tostado, Chaves, Gutierrez, Asturiano Clerigo, Diego de Huelva, Estevanico el Negro, Benitez: i como fueron venidos à Tierra-firme, hallaron otro, que era de los nuestros, que se llamaba Francisco de Leon; i todos trece por luengo de Costa. Y luego que fueron pasados los Indios, que me tenian, me avisaron de ello, i como quedaban en la Isla Hieronimo de Alaniz, i Lope de Oviedo. Mi enfermedad estorvò que no les pude seguir, ni los vì. Yo huve de quedar con estos mismos Indios de la Isla mas de vn Año, i por el mucho trabajo que me daban, i mal tratamiento que me hacian, determinè de huir de ellos, i irme à los que moran en los Montes, i Tierra-firme, que se llaman los de Charruco, porque Yo no podia sufrir la vida, que con estos otros tenia; porque entre otros trabajos muchos, havia de sacar las Raìces para comer debaxo del Agua, i entre las Cañas, donde estaban metidas en la Tierra; i de esto traìa Yo los dedos tan gastados, que vna Paja que me tocase, me hacia sangre de ellos, i las Cañas me rompian por muchas partes, porque muchas de ellas estaban quebradas, i havia de entrar por medio de ellas, con la Ropa que he dicho que traìa. Y por esto Yo puse en obra de pasarme à los otros, i con ellos me suscediò algo mejor: i porque Yo me hice Mercader, procurè de vsar el Oficio lo mejor que supe; i por esto ellos me daban de comer, i me hacian buen tratamiento, i rogabanme, que me fuese de vnas partes à otras, por cosas que ellos havian menester; porque por raçon de la Guerra, que contino traen, la Tierra no se anda, ni se contrata tanto. E ià con mis Tratos, i Mercaderias entraba la Tierra adentro todo lo que queria, i por luengo de Costa me alargaba quarenta, ò cinquenta leguas. Lo principal de mi trato, era pedaços de Caracoles de la Mar, i Coraçones de ellos, i Conchas, con que ellos cortan vna fruta, que es como Frisoles, con que se curan, i hacen sus Bailes, i Fiestas; i esta es la cosa de maior prescio que entre ellos ai, i Cuentas de la Mar, i otras cosas. Asi esto era lo que io llevaba la Tierra adentro; i en cambio, i trueco de ello traìa Cueros, i Almagra con que ellos se vntan, i tiñen las Caras, i Cabellos; Pedernales para puntas de Flechas, Engrudo, i Cañas duras para hacerlas, i vnas Borlas, que se hacen de Pelos de Venados, que las tiñen, i paran coloradas: i este Oficio me estaba à mi bien, porque andando en èl tenia libertad para ir donde queria, i no era obligado à cosa alguna, i no era Esclavo, i donde quiera que iba me hacian buen tratamiento, i me daban de comer por respeto de mis Mercaderias; i lo mas principal, porque andando en ello, Yo buscaba por donde me havia de ir adelante, i entre ellos era mui conoscido: holgaban mucho quando me vian, i les traìa lo que havian menester; i los que no me conoscian, me procuraban, i deseaban vèr por mi fama. Los trabajos que en esto pasè, serìa largo contarlos, asi de peligros, i hambres, como de tempestades, i frios, que muchos de ellos me tomaron en el Campo. i solo, donde por gran misericordia de Dios Nuestro Señor escapè; i por esta causa Yo no trataba el Oficio en Invierno, por ser tiempo, que ellos mismos en sus Choças, i Ranchos metidos, no podian valerse, ni ampararse. Fueron casi seis Años el tiempo que Yo estuve en esta Tierra solo entre ellos, i desnudo, como todos andaban. La raçon por què tanto me detuve, fue por llevar conmigo vn Christiano, que estaba en la Isla, llamado Lope de Oviedo. El otro Compañero de Alaniz, que con èl havia quedado, quando Alonso del Castillo, i Andrès Dorantes, con todos los otros, se fueron, muriò luego; i por sacarlo de alli, Yo pasaba à la Isla cada Año, i le rogaba, que nos fuesemos à la mejor maña que pudiesemos en busca de Christianos, i cada Año me detenia, diciendo, que el otro siguiente nos iriamos. En fin, al cabo lo saquè, i le pasè el Ancon, i quatro Rios, que ai por la Costa, porque èl no sabia nadar, i ansi fuimos con algunos Indios adelante, hasta que llegamos à vn Ancon, que tiene vna legua de travès, i es por todas partes hondo: i por lo que de èl nos paresciò, i vimos, es, el que llaman del Espiritu Santo, i de la otra parte dèl vimos vnos Indios, que vinieron à vèr los nuestros, i nos dixeron, como mas adelante havia tres Hombres como nosotros, i nos dixeron los nombres de ellos; i preguntandoles por los demàs, nos respondieron, que todos eran muertos de frio, i de hambre: i que aquellos Indios de adelante, ellos mismos por su pasatiempo havian muerto à Diego Dorantes, i à Valdivieso, i à Diego de Huelva, porque se havian pasado de vna casa à otra; i, que los otros Indios sus vecinos, con quien agora estaba el Capitan Dorantes, por raçon de vn sueño que havian soñado, havian muerto à Esquivèl, i à Mendez. Preguntamosles, què tales estaban los vivos? dixeron nos, que mui maltratados, porque los Mochachos, i otros Indios, que entre ellos son mui holgaçanes, i de mal trato, les daban muchas coces, i bofetones, i palos, i que esta era la vida que con ellos tenian. Quesimonos informar de la Tierra adelante, i de los mantenimientos que en ella havia, respondieron, que era mui pobre de Gente, i que en ella no havia que comer, i que morian de frio, porque no tenian Cueros, ni con que cubrirse. Dixeron nos tambien, si queriamos vèr aquellos tres Christianos, que de aì à dos dias los Indios que los tenian venian à comer Nueces vna legua de alli à la Vera de aquel Rio: i porque viesemos, que lo que nos havian dicho del mal tratamiento de los otros era verdad, estando con ellos dieron al Compañero mio de bofetones, i palos, i Yo no quedè sin mi parte, i de muchos pellaços de lodo que nos tiraban, i nos ponian cada dia las Flechas al coraçon, diciendo, que nos querian matar como à los otros nuestros Compañeros. Y temiendo esto Lope de Oviedo, mi Compañero, dixo, que queria bolverse con vnas Mugeres de aquellos Indios, con quien haviamos pasado el Ancon, que quedaban algo atràs. Yo porfiè mucho con èl que no lo hiciese, i pasè muchas cosas, i por ninguna via lo pude detener; i asi se bolviò, i Yo quedè solo con aquellos Indios, los quales se llamaban Quevenes, i los otros con quien èl se fue, llaman Deaguanes.



Capítulo XVII

Como vinieron los Indios i truxeron à Andrès Dorantes, i à Castillo, i à Estevanico

Desde à dos dias que Lope de Oviedo se havia ido, los Indios que tenian à Alonso del Castillo, i Andrès Dorantes, vinieron al mesmo Lugar, que nos havian dicho, à comer de aquellas Nueces, de que se mantienen, moliendo vnos granillos con ellas, dos Meses del Año, sin comer otra cosa, i aun esto no lo tienen todos los Años, porque acuden vno, i otro no: son del tamaño de las de Galicia, i los Arboles son mui grandes, i ai gran numero de ellos. Vn Indio me avisò como los Christianos eran llegados, i que si Yo queria verlos, me hurtase, i huiese à vn Canto de vn Monte, que èl me senalò; porque èl, i otros Parientes suios havian de venir à vèr aquellos Indios, i que me llevarian consigo adonde los Christianos estaban. Yo me confiè de ellos, i determinè de hacerlo, porque tenian otra Lengua distinta de la de mis Indios: i puesto por obra, otro dia fueron, i me hallaron en el lugar que estaba señalado: i asi me llevaron consigo. Yà que lleguè cerca de donde tenian su Aposento, Andrès Dorantes saliò à vèr quien era, porque los Indios le havian tambien dicho como venia vn Christiano; i quando me viò, fue mui espantado, porque havia muchos dias que me tenian por muerto, i los Indios asi lo havian dicho. Dimos muchas gracias à Dios de vernos juntos: i este dia fue vno de los de maior placer, que en nuestros dias havemos tenido: i llegado donde Castillo estaba, me preguntaron, què donde iba? Yo le dixe, que mi proposito era de pasar à Tierra de Christianos, i que en este rastro, i busca iba. Andrès Dorantes respondiò, que muchos dias havia que èl rogaba à Castillo, i à Estevanico, que se fuesen adelante, i que no lo osaban hacer, porque no sabian nadar, i que temian mucho los Rios, i Ancones por donde havian de pasar, que en aquella Tierra ai muchos. Y pues Dios Nuestro Señor havia sido servido de guardarme entre tantos trabajos, i enfermedades, i al cabo traerme en su compañia, que ellos determinaban de huir, que Yo los pasaria de los Rios, i Ancones que topasemos; i avisaronme, que en ninguna manera diese à entender à los Indios, ni conosciesen de mì, que Yo queria pasar adelante, porque luego me matarian; i que para esto era menester que Yo me detuviese con ellos seis Meses, que era tiempo en que aquellos Indios iban à otra Tierra à comer Tunas. Esta es vna Fruta, que es del tamaño de Huevos, i son bermejas, i negras, i de mui buen gusto. Comenlas tres Meses del Año, en los quales no comen otra cosa alguna; porque al tiempo que ellos las cogian, venian à ellos otros Indios de adelante, que traìan Arcos para contratar, i cambiar con ellos: i que quando aquellos se bolviesen, nos huìriamos de los nuestros, i nos bolveriamos con ellos. Con este concierto Yo quedè alli, i me dieron por Esclavo à vn Indio, con quien Dorantes estaba; el qual era tuerto, i su Muger, i vn Hijo que tenia, i otro que estaba en su compañia; de manera, que todos eran tuertos. Estos se llaman Marianes: i Castillo estaba con otros sus vecinos, llamados Iguases. Y estando aqui ellos me contaron, que despues que salieron de la Isla de Malhado, en la Costa de la Mar hallaron la Barca en que iba el Contador, i los Frailes al travès; i que iendo pasando aquellos Rios, que son quatro mui grandes, i de muchas corrientes, les llevò las Barcas en que pasaban à la Mar, donde se ahogaron quatro de ellos, i que asi fueron adelante hasta que pasaron el Ancon, i lo pasaron con mucho trabajo: i à quince leguas adelante hallaron otro: i que quando alli llegaron, ià se les havian muerto dos Compañeros, en sesenta leguas que havian andado, i que todos los que quedaban estaban para lo mismo, i que en todo el camino no havian comido sino Cangrejos, i Yerva Pedrera: i llegados à este vltimo Ancon, decian, que hallaron en èl Indios, que estaban comiendo Moras; i como vieron à los Christianos, se fueron de alli à otro cabo: i que estando procurando, i buscando manera para pasar el Ancon, pasaron à ellos vn Indio, i vn Christiano, i que llegado, conoscieron que era Figueroa, vno de los quatro que haviamos embiado adelante en la Isla de Malhado, i alli les contò, como èl, i sus Compañeros havian llegado hasta aquel Lugar, donde se havian muerto dos de ellos, i vn Indio, todos tres de frio, i de hambre, porque havian venido, i estado en el mas recio tiempo del mundo, i que à èl, i � Mendez havian tomado los Indios, i que estando con ellos, Mendez havia huìdo, iendo la via lo mejor que pudo de Panuco, i que los Indios havian ido tras èl; i que lo havian muerto: i que estando èl con estos Indios, supo de ellos, como con los Mariames estaba vn Christiano, que havia pasado de la otra parte, i lo havia hallado con los que llamaban Quevenes: i que este Christiano era Hernando de Esquivèl, natural de Badajoz, el qual venia en compañia del Comisario, i que èl supo de Esquivèl el fin en que havian parado el Governador, i Contador, i los demàs, i le dixo, que el Contador, i los Frailes havian echado al travès su Barca entre los Rios; i viniendose por luengo de Costa, llegò la Barca del Governador con su Gente en tierra, i èl se fue con su Barca, hasta que llegaron à aquel Ancon grande, i que alli tornò à tomar la Gente, i la pasò del otro cabo, i bolviò por el Contador, i los Frailes, i todos los otros; i contò, como estando desembarcados, el Governador havia revocado el Poder que el Contador tenia de Lugar-Teniente suio; i diò el cargo à vn Capitan, que traìa consigo, que se decia Pantoja, i que el Governador se quedò en su Barca, i no quiso aquella noche salir à tierra, i quedaron con èl vn Maestre, i vn Page, que estaba malo, i en la Barca no tenian Agua, ni cosa ninguna que comer; i que à media noche el Norte vino tan recio, que sacò la Barca à la Mar, sin que ninguno la viese, porque no tenia por reson sino vna Piedra, i que nunca mas supieron dèl; i que visto esto, la Gente que en tierra quedaron, se fueron por luengo de Costa, i que como hallaron tanto estorvo de Agua, hicieron Balsas con mucho trabajo, en que pasaron de la otra parte; i que iendo adelante llegaron à vna punta de vn Monte, orilla del Agua, i que hallaron Indios, que como los vieron venir, metieron sus Casas en sus canoas, i se pasaron de la otra parte à la Costa; i los Christianos viendo el tiempo que era, porque era por el Mes de Noviembre, pararon en este Monte porque hallaron Agua, i Leña, i algunos Cangrejos, i Mariscos, donde de frio, i de hambre se començaron poco à poco à morir. Allende de esto, Pantoja, que por Teniente havia quedado, les hacia mal tratamiento, i no lo pudiendo sufrir Soto-Maior, Hermano de Vasco Porcallo, el de la Isla de Cuba, que en el Armada havia venido por Maestre de Campo, se rebolviò con èl, i le diò vn palo, de que Pantoja quedò muerto, i asi se fueron acabando; i los que morian, los otros los hacian tasajos, i el vltimo que muriò fue Soto-Maior i Esquivèl, lo hiço tasajos, i comiendo dèl, se mantuvo hasta primero de Março, que vn Indio de los que alli havian huìdo, vino à vèr si eran muertos, i llevò à Esquivèl consigo; i estando en poder de este Indio, el Figueroa lo hablò, i supo de èl todo lo que havemos contado; i le rogò que se viniese con èl, para irse ambos la via del Panuco; lo qual Esquivèl no quiso hacer, diciendo, que èl havia sabido de los Frailes, que Panuco havia quedado atràs, i asi se quedò alli, i Figueroa se fue à la Costa adonde solia estàr.



Capítulo XVIII

De la Relacion que diò de Esquivèl
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Esta cuenta toda diò Figueroa por la relacion que de Esquivèl havia sabido, i asi de mano en mano llegò à mi, por donde se puede vèr, i saber el fin que toda aquella Armada hovo, i los particulares casos, que à cada vno de los demàs acontescieron. Y dixo mas, que si los Christianos algun tiempo andaban por alli, podria ser que viesen à Esquivèl, porque sabia que se havia huìdo de aquel Indio con quien estaba, à otros que se decian los Mareames, que eran alli vecinos. Y como acabo de decir, èl, i el Asturiano se quisieran ir à otros Indios, que adelante estaban: mas como los Indios que lo tenian lo sintieron, salieron à ellos, i dieronles muchos palos, i desnudaron al Asturiano, i pasaronle vn braço con vna Flecha; i en fin se escaparon huiendo, i los Christianos se quedaron con aquellos Indios, i acabaron con ellos, que los tomasen por Esclavos, aunque estando sirviendoles fueron tan mal tratados de ellos, como nunca Esclavos, ni Hombres de ninguna suerte lo fueron; porque de seis que eran, no contentos con darles muchas bofetadas, i apalearlos, i pelarles las barbas por su pasatiempo, por solo pasar de vna casa, ò otra, mataron tres, que son los que arriba dixe: Diego Dorantes, i Valdivieso, i Diego de Huelva, i los otros tres que quedaban, esperaban parar en esto mismo: i por no sufrir esta vida, Andrès Dorantes se huyò, i se pasò à los Mareames, que eran aquellos adonde Esquivèl havia parado, i ellos le contaron como havian tenido alli à Esquivèl, i como estando alli se quiso huir, porque vna Muger havia soñado, que le havia de matar vn Hijo, i los Indios fueron tras èl, i lo mataron, i mostraron à Andrès Dorantes su Espada, i sus Cuentas, i Libro, i otras cosas que tenia. Esto hacen estos por vna costumbre que tienen, i es, que matan sus mismos Hijos por sueños, i à las Hijas en nasciendo las dexan comer à Perros, i las echan por aì. La razon porque ellos lo hacen es, segun ellos dicen, porque todos los de la Tierra son sus enemigos, i con ellos tienen continua guerra: i que si acaso casasen sus Hijas, multiplicarian tanto sus enemigos, que los sujetarian, i tomarian por Esclavos: i por esta causa querian mas matallas, que no que de ellas mismas nasciese quien fuese su enemigo. Nosotros les diximos, que por què no las casaban con ellos mismos? Y tambien entre ellos dixeron, que era fea cosa casarlas con sus Parientes, i que era mui mejor matarlas, que darlas à sus Parientes, ni à sus enemigos: i esta costumbre vsan estos, i otros sus vecinos, que se llaman los Iguaces solamente, sin que ningunos otros de la Tierra la guarden. Y quando estos se han de casar, compran las Mugeres à sus Enemigos, i el precio que cada vno dà por la suia, es vn Arco, el mejor que puede haver, con dos Flechas; i si acaso no tiene Arco, vna Red, hasta vna braça en ancho, i otra en largo: matan sus Hijos, i mercan los agenos: no dura el casamiento mas de quanto estàn contentos, i con vna Higa deshacen el casamiento. Dorantes estuvo con estos, i desde à pocos dias se huiò. Castillo, i Estevanico se vinieron dentro à la Tierra-firme à los Yeguaces. Toda esta Gente son Flecheros, i bien dispuestos, aunque no tan grandes como los que atràs dexamos; i traen la Teta, i el Labio horadados. Su mantenimiento principalmente es Raìces de dos, ò tres maneras, i buscanlas por toda la Tierra: son mui malas, i hinchan los Hombres que las comen. Tardan dos dias en asarse, i muchas de ellas son mui amargas, i con todo esto se sacan con mucho trabajo. Es tanta la hambre, que aquellas Gentes tienen, que no se pueden pasar sin ellas, i andan dos, ò tres Leguas buscandolas. Algunas veces matan algunos Venados, i à tiempos toman algun Pescado: mas esto es tan poco, i su hambre tan grande, que comen Arañas, i huevos de Hormigas, i Gusanos, i Lagartijas, i Salamanquesas, i Culebras, i Vivoras, que matan los Hombres, que muerden, i comen Tierra, i Madera, i todo lo que pueden haver, i estiercol de Venados, i otras cosas, que dexo de contar; i creo averiguadamente, que si en aquella Tierra huviese piedras, las comerian. Guardan las espinas del Pescado, que comen, i de las Culebras, i otras cosas, para molerlo despues todo, i comer el polvo de ello. Entre estos no se cargan los Hombres, ni llevan cosa de peso, mas llevanlo las Mugeres, i los Viejos, que es la Gente que ellos en menos tienen. No tienen tanto amor à sus Hijos, como los que arriba diximos. Ai algunos entre ellos, que vsan pecado contra natura. Las Mugeres son mui trabajadas, i para mucho: porque de veinte i quatro horas que ai entre dia, i noche, no tienen sino seis horas de descanso: i todo lo mas de la noche pasan en atiçar sus Hornos, para secar aquellas Raìces, que comen; i desque amanesce comiençan à cabar, i à traer Leña, i Agua à sus Casas, i dàr orden en las otras cosas, de que tienen necesidad. Los mas de estos son grandes Ladrones, porque aunque entre sì son bien partidos, en bolviendo vno la cabeça, su Hijo mismo, ò su Padre, le toma lo que puede. Mienten mui mucho, i son grandes borrachos, i para esto beben ellos vna cierta cosa. Estan tan vsados à correr, que sin descansar, ni cansar, corren desde la mañana hasta la noche, i siguen vn Venado; i de esta manera matan muchos de ellos, porque los siguen, hasta que los cansan; i algunas veces los toman vivos. Las Casas de ellos son de Esteras, puestas sobre quatro Arcos, llevanlas acuestas, i mudanse cada dos, ò tres dias, para buscar de comer: ninguna cosa siembran, que se puedan aprovechar: es Gente mui alegre: por mucha hambre que tengan, por eso no dexan de bailar, ni de hacer sus Fiestas, i Areytos. Para ellos el mejor tiempo que estos tienen, es quando comen las Tunas, porque entonces no tienen hambre, i todo el tiempo se les pasa en bailar, i comen de ellas de noche, i de dia: todo el tiempo que les duran, exprimenlas, i abrenlas, i ponenlas à secar; i despues de secas, ponenlas en vnas Seras, como Higos, i guardanlas para comer por el camino, quando se buelven, i las cascaras de ellas muelenlas, i hacenlas polvo. Muchas veces, estando con estos, nos acontesciò tres, ò quatro dias estàr sin comer, porque no lo havia: ellos, por alegrarnos, nos decian, que no estuviesemos tristes, que presto havria Tunas, i comeriamos muchas, i beberiamos del çumo de ellas, i terniamos las barrigas mui grandes, i estariamos mui contentos, i alegres, i sin hambre alguna: i desde el tiempo que esto nos decian, hasta que las Tunas se huviesen de comer, havia cinco, ò seis Meses: i en fin, huvimos de esperar aquestos seis Meses; i quando fue tiempo, fuimos à comer las Tunas: hallamos por la Tierra mui gran cantidad de Mosquitos, de tres maneras, que son mui malos, i enojosos, i todo lo mas del Verano nos daban mucha fatiga: i para defendernos de ellos, haciamos al derredor de la Gente muchos fuegos de Leña podrida, i mojada, para que no ardiesen, i hiciesen humo; i esta defension nos daba otro trabajo, porque en toda la noche no haciamos sino llorar, del humo que en los ojos nos daba, i sobre eso gran calor, que nos causaban los muchos fuegos, i saliamos à dormir à la Costa; i si alguna vez podiamos dormir, recordabannos à palos, para que tornasemos à encender los fuegos. Los de la Tierra adentro, para esto vsan otro remedio, tan incomportable, i mas que este que he dicho; i es, andar con tiçones en las manos, quemando los Campos, i Montes, que topan, para que los Mosquitos huian, i tambien para sacar debaxo de Tierra Lagartijas, i otras semejantes cosas, para comerlas: i tambien suelen matar Venados, cercandolos con muchos fuegos, i vsan tambien esto, por quitar à los Animales el pasto, que la necesidad les haga ir à buscarlo adonde ellos quieren, porque nunca hacen asiento con sus Casas, sino donde ai Agua, i Leña, i alguna vez se cargan todos de esta provision, i vàn à buscar los Venados, que mui ordinariamente estan donde no ai Agua, ni Leña: i el dia que llegan matan Venados, i algunas otras cosas que pueden, i gastan todo el Agua, i Leña en guisar de comer, i en los fuegos que hacen para defenderse de los Mosquitos, i esperan otro dia para tomar algo que lleven para el camino; i quando parten, tales vàn de los Mosquitos, que paresce que tienen enfermedad de Sant Laçaro: i de esta manera satisfacen su hambre dos, ò tres veces en el año, à tan grande costa como he dicho; i por haver pasado por ello, puedo afirmar, que ningun trabajo que se sufra en el Mundo, iguala con este. Por la Tierra ai muchos Venados, i otras Aves, i Animales, de las que atràs he contado. Alcançan aqui Vacas, i Yo las he visto tres veces, i comido de ellas: i paresceme, que seran del tamaño de las de España: tienen los cuernos pequeños, como Moriscas, i el pelo mui largo, merino, como vna bernia, vnas son pardillas, i otras negras; i à mi parescer tienen mejor, i mas gruesa carne, que de las de acà. De las que no son grandes, hacen los Indios Mantas para cubrirse, i de las maiores hacen �apatos, i Rodelas: estas vienen de àcia el Norte, por la Tierra adelante, hasta la Costa de la Florida, i tiendense por toda la Tierra mas de quatrocientas Leguas: i en todo este camino, por los Valles por donde ellas vienen, baxan las Gentes, que por alli habitan, i se mantienen de ellas, i meten en la Tierra grande cantidad de Cueros.



Capítulo XIX

De como nos apartaron los Indios

Quando fueron cumplidos los seis Meses, que Yo estuve con los Christianos, esperando à poner en efecto el concierto que teniamos hecho, los Indios se fueron à las Tunas, que havia de alli à donde las havian de coger, hasta treinta Leguas: i ià que estabamos para huirnos, los Indios con quien estabamos, vnos con otros riñeron sobre vna Muger, i se apuñearon, i apalearon, i descalabraron vnos à otros; i con el grande enojo que huvieron, cada vno tomò su Casa, i se fue à su parte: de donde fue necesario, que todos los Christianos que alli eramos, tambien nos apartasemos, i en ninguna manera nos podimos juntar hasta otro Año: i en este tiempo Yo pasè mui mala vida, ansi por la mucha hambre, como por el mal tratamiento, que de los Indios rescibia, que fue tal, que Yo me huve de huir tres veces de los Amos que tenia, i todos me anduvieron à buscar, i poniendo diligencia para matarme; i Dios Nuestro Señor, por su misericordia, me quiso guardar, i amparar de ellos, i quando el tiempo de las Tunas tornò, en aquel mismo lugar nos tornamos à juntar. Yà que teniamos concertado de huirnos, i señalado el dia, aquel mismo dia los Indios nos apartaron, i fuimos cada vno por su parte: i Yo dixe à los otros Compañeros, que Yo los esperaria en las Tunas; hasta que la Luna fuese llena: i este dia era primero de Septiembre, i primero dia de Luna; i aviselos, que si en este tiempo no viniesen al concierto, Yo me iria solo, i los dexaria: i ansi nos apartamos, i cada vno se fue con sus Indios, i Yo estuve con los mios, hasta trece de Luna: i Yo tenia acordado de me huir à otros Indios, en siendo la Luna llena; i à trece dias del Mes llegaron adonde Yo estaba Andrès Dorantes, i Estevanico, i dixeronme como dexaban à Castillo con otros Indios, que se llamaban Anagados, i que estaban cerca de alli, i que havian pasado mucho trabajo, i que havian andado perdidos, i que otro dia adelante nuestros Indios se mudaron àcia donde Castillo estaba, i iban à juntarse con los que lo tenian, i hacerse Amigos vnos de otros, porque hasta alli havian tenido Guerra: i de esta manera cobramos à Castillo. En todo el tiempo que comiamos las Tunas, teniamos sed, i para remedio de esto bebiamos el çumo de las Tunas, i sacabamoslo en vn hoio, que en la Tierra haciamos, i desque estaba lleno, bebiamos de èl, hasta que nos hartabamos. Es dulce, i de color de Arrope: esto hacen, por falta de otras Vasijas. Ai muchas maneras de Tunas, i entre ellas ai algunas mui buenas, aunque à mi todas me parescian asi, i nunca la hambre me diò espacio para escogerlas, ni parar mientes en quales eran mejores. Todas las mas de Gentes beben Agua llovediça, i recogida en algunas partes, porque aunque ai Rios, como nunca estan de asiento, nunca tienen Agua conoscida, ni señalada. Por toda la Tierra ai mui grandes, i hermosas Dehesas, i de mui buenos pastos para Ganados; i paresceme, que seria Tierra mui fructifera, si fuese labrada, i habitada de Gente de raçon. No vimos Sierra en toda ella, en tanto que en ella estuvimos. Aquellos Indios nos dixeron, que otros estaban mas adelante, llamados Camones, que viven àcia la Costa, i havian muerto toda la Gente, que venia en la Barca de Peñalosa, i Tellez, i que venian tan flacos, que aunque los mataban no se defendian: i asi los acabaron todos, i nos mostraron Ropas, i Armas de ellos, i dixeron, que la Barca estaba alli al travès. Esta es la quinta Barca, que faltaba, porque la del Governador ià diximos como la Mar la llevò: i la del Contador, i los Frailes la havian visto echada al travès en la Costa, i Esquivèl contò el fin de ellos. Las dos, en que Castillo, i Yo, i Dorantes ibamos, ià hemos contado, como junto à la Isla de Malhado se hundieron.



Capítulo XX

De como nos huimos

Despues de havernos mudado, desde à dos dias nos encomendamos à Dios Nuestro Señor, i nos fuimos huiendo, confiando, que aunque era ià tarde, i las Tunas se acababan, con los frutos que quedarian en el Campo, podriamos andar buena parte de Tierra. Yendo aquel dia nuestro camino, con harto temor que los Indios nos havian de seguir, vimos vnos humos, i iendo à ellos, despues de Visperas llegamos allà, do vimos vn Indio, que como viò que ibamos à èl, huiò, sin querernos aguardar: nosotros embiamos al Negro tras de èl, i como viò que iba solo, aguardòlo. El Negro le dixo, que ibamos à buscar aquella Gente, que hacia aquellos humos. El respondiò, que cerca de alli estaban las Casas, i que nos guiaria allà, i asi lo fuimos siguiendo: i èl corriò à dàr aviso de como ibamos, i à puesta del Sol vimos las Casas: i dos tiros de Ballesta antes que llegasemos à ellas, hallamos quatro Indios, que nos esperaban, i nos rescibieron bien. Diximosles, en Lengua de Mariames, que ibamos à buscallos: i ellos mostraron, que se holgaban con nuestra compañia, i ansi nos llevaron à sus Casas; i à Dorantes, i al Negro aposentaron en Casa de vn Fisico: i à mi, i à Castillo en Casa de otro. Estos tienen otra Lengua, i llamanse Avavares, i son aquellos que solian llevar los Arcos à los nuestros, i iban à contratar con ellos; i aunque son de otra Nacion, i Lengua, entienden la Lengua de aquellos con quien antes estabamos, i aquel mismo dia havian llegado alli con sus Casas. Luego el Pueblo nos ofresciò muchas Tunas, porque ià ellos tenian noticia de nosotros, i como curabamos, i de las maravillas, que Nuestro Señor con nosotros obraba (que aunque no huviera otras) harto grandes eran abrirnos caminos por Tierra tan despoblada, i darnos Gente, por donde muchos tiempos no la havia, i librarnos de tantos peligros, i no permitir que nos matasen, i sustentarnos con tanta hambre, i poner aquellas Gentes en coraçon, que nos tratasen bien, como adelante dirèmos.



Capítulo XXI

De como curamos aqui vnos dolientes

Aquella misma noche, que llegamos, vinieron vnos Indios à Castillo, i dixeronle, que estaban mui malos de la cabeça, rogandole, que los curase; i despues que los huvo santiguado, i encomendado à Dios, en aquel punto los Indios dixeron, que todo el mal se les havia quitado: i fueron à sus Casas, i truxeron muchas Tunas, i vn pedaço de carne de Venado, cosa, que no sabiamos què cosa era; i como esto entre ellos se publicò, vinieron otros muchos enfermos en aquella noche, à que los sanase, i cada vno traìa vn pedaço de Venado: i tantos eran, que no sabiamos adonde poner la carne. Dimos muchas gracias à Dios, porque cada dia iba cresciendo su misericordia, i mercedes; i despues que se acabaron las curas, començaron à bailar, i hacer sus Areytos, i Fiestas, hasta otro dia que el Sol saliò: i durò la fiesta tres dias, por haver nosotros venido, i al cabo de ellos les preguntamos por la Tierra de adelante, i por la Gente que en ella hallariamos, i los Mantenimientos que en ella havia? Respondieronnos, que por toda aquella Tierra havia muchas Tunas, mas que ià eran acabadas, i que ninguna Gente havia, porque todos eran idos à sus Casas, con haver ià cogido las Tunas: i que la Tierra era mui fria, i en ella havia mui pocos Cueros. Nosotros, viendo esto, que ià el Invierno, i tiempo frio entraba, acordamos de pasarlo con estos. A cabo de cinco dias, que alli haviamos llegado, se partieron à buscar otras Tunas, adonde havia otra Gente de otras Nasciones, i Lenguas; i andadas cinco jornadas, con mui grande hambre, porque en el camino no havia Tunas, ni otra Fruta ninguna, allegamos à vn Rio, donde asentamos nuestras Casas, i despues de asentadas, fuimos à buscar vna Fruta de vnos Arboles, que es como Hieros: i como por toda esta Tierra no ai Caminos, Yo me detuve mas en buscarla: la Gente se bolviò, i Yo quedè solo, i viniendo à buscarlos, aquella noche me perdì; i plugò à Dios, que hallè vn Arbol ardiendo, i al fuego de èl pasè aquel frio aquella noche, i à la mañana Yo me carguè de Leña, i tomè dos tiçones, i bolvì à buscarlos, i anduve de esta manera cinco dias, siempre con mi lumbre, i carga de Leña, porque si el fuego se me matase en parte donde no tuviese Leña, como en muchas partes no la havia, tuviese de que hacer otros tiçones, i no me quedase sin lumbre, porque para el frio Yo no tenia otro remedio, por andar desnudo, como nascì; i para las noches Yo tenia este remedio, que me iba à las matas del Monte, que estaba cerca de los Rios, i paraba en ellas, antes que el Sol se pusiese, i en la Tierra hacia vn hoio, i en èl echaba mucha Leña, que se cria en muchos Arboles, de que por alli ai mui gran cantidad, i juntaba mucha Leña, de la que estaba caìda, i seca de los Arboles, i al derredor de aquel hoio hacia quatro fuegos en Cruz, i Yo tenia cargo, i cuidado de rehacer el fuego de rato en rato, i hacia vnas gavillas de paja larga, que por alli ai, con que me cubria en aquel hoio: i de esta manera me amparaba del frio de las noches; i vna de ellas el fuego caiò en la paja, con que Yo estaba cubierto, i estando Yo durmiendo en el hoio, començò à arder mui recio, i por mucha priesa que Yo me dì à salir, todavia saquè señal en los cabellos del peligro en que havia estado. En todo este tiempo no comì bocado, ni hallè cosa, que pudiese comer: i como traìa los pies descalços, corriòme de ellos mucha sangre; i Dios vsò conmigo de misericordia, que en todo este tiempo no ventò el Norte, porque de otra manera ningun remedio havia de Yo vivir; i à cabo de cinco dias lleguè à vna Ribera de vn Rio, donde Yo hallè à mis Indios, que ellos, i los Christianos me contaban ià por muerto, i siempre creìan, que alguna Vivora me havia mordido. Todos huvieron gran placer de verme, principalmente los Christianos, i me dixeron, que hasta entonces havian caminado con mucha hambre, que esta era la causa, que no me havian buscado: i aquella noche me dieron de las Tunas que tenian; i otro dia partimos de alli, i fuimos donde hallamos muchas Tunas, con que todos satisfacieron su gran hambre; i nosotros dimos muchas gracias à Nuestro Señor, porque nunca nos faltaba su remedio.



Capítulo XXII

Como otro dia nos truxeron otros enfermos

Otro Dia de mañana vinieron alli muchos Indios, i traìan cinco enfermos, que estaban tollidos, i mui malos, i venian en busca de Castillo, que los curase: i cada vno de los enfermos ofresciò su Arcos, i Flechas, i èl los rescibiò, i à puesta del Sol los santiguò, i encomendò à Dios Nuestro Señor, i todos le suplicamos, con la mejor manera que podiamos, les embiase salud: pues èl via, que no havia otro remedio para que aquella Gente nos aiudase, i saliesemos de tan miserable vida, i èl lo hiço tan misericordiosamente, que venida la mañana, todos amanescieron tan buenos, i sanos, i se fueron tan recios, como si nunca hovieran tenido mal ninguno. Esto causò, entre ellos, mui gran admiracion, i à nosotros despertò, que diesemos muchas gracias à Nuestro Señor, à que mas enteramente conosciesemos su bondad, i tuviesemos firme esperança, que nos havia de librar, i traer donde le pudiesemos servir; i de mi sè decir, que siempre tuve esperança en su misericordia, que me havia de sacar de aquella captividad, i asi Yo lo hablè siempre à mis Compañeros. Como los Indios fueron idos, i llevaron sus Indios sanos, partimos donde estaban otros comiendo Tunas, i estos se llaman Cutalches, i Malicones, que son otras Lenguas: i junto con ellos havia otros, que se llamaban Coayos, i Susolas, i de otra parte otros, llamados Atayos, i estos tenian Guerra con los Susolas, con quien se flechaban cada dia; i como por toda la Tierra no se hablase sino en los misterios, que Dios Nuestro Señor con nosotros obraba, venian de muchas partes à buscarnos, para que los curasemos; i à cabo de dos dias, que alli llegaron, vinieron à nosotros vnos Indios de los Susolas, i rogaron à Castillo, que fuese à curar vn herido, i otros enfermos, i dixeron, que entre ellos quedaba vno, que estaba mui al cabo. Castillo era Medico mui temeroso, principalmente quando las curas eran mui temerosas, i peligrosas, i creìa, que sus pecados havian de estorvar, que no todas veces suscediese bien el curar. Los Indios me dixeron, que Yo fuese à curarlos, porque ellos me querian bien, i se acordaban, que les havia curado en las Nueces, i por aquello nos havian dado Nueces, i Cueros; i esto havia pasado, quando Yo vine à juntarme con los Christianos, i asi huve de ir con ellos: i fueron conmigo Dorantes, i Estevanico; i quando lleguè cerca de los Ranchos, que ellos tenian, Yo vì el enfermo, que ibamos à curar, que estaba muerto, porque estaba mucha Gente al derredor de èl llorando, i su Casa deshecha, que es señal, que el dueño estaba muerto; i ansi, quando Yo lleguè, hallè el Indio los ojos bueltos, i sin ningun pulso, i con todas señales de muerto, segun à mi me paresciò, i lo mismo dixo Dorantes: Yo le quitè vna Estera, que tenia encima, con que estaba cubierto, i lo mejor que pude, supliquè à Nuestro Señor fuese servido de dàr salud à aquel, i à todos los otros, que de ella tenian necesidad; i despues de santiguado, i soplado muchas veces, me traxeron su Arco, i me lo dieron, i vna Sera de Tunas molidas, i llevaronme à curar otros muchos, que estaban malos de modorra, i me dieron otras dos Seras de Tunas, las quales dì à nuestros Indios, que con nosotros havian venido; i hecho esto, nos bolvimos à nuestro Aposento: i nuestros Indios, à quien dì las Tunas, se quedaron allà, i à la noche se bolvieron à sus Casas, i dixeron, que aquel estaba muerto, i Yo havia curado en presencia de ellos, se havia levantado bueno, i se havia paseado, i comido, i hablado con ellos, i que todos quantos havia curado, quedaban sanos, i mui alegres. Esto causò mui gran admiracion, i espanto, i en toda la Tierra no se hablaba en otra cosa. Todos aquellos à quien esta fama llegaba, nos venian à buscar, para que los curasemos, i santiguasemos sus Hijos; i quando los Indios, que estaban en compañia de los nuestros, que eran los Cutalchiches, se hovieron de ir à su Tierra, antes que se partiesen nos ofrescieron todas las Tunas, que para su camino tenian, sin que ninguna les quedase: i dieronnos Pedernales, tan largos como palmo i medio, con que ellos cortan, i es entre ellos cosa de mui gran estima. Rogaronnos, que nos acordasemos de ellos, i rogasemos à Dios, que siempre estuviesen buenos, i nosotros se lo prometimos: i con esto partieron los mas contentos Hombres del Mundo, haviendonos dado todo lo mejor que tenian. Nosotros estuvimos con aquellos Indios Avavares ocho Meses, i esta cuenta haciamos por las Lunas. En todo este tiempo nos venian de muchas partes à buscar, i decian, que verdaderamente nosotros eramos Hijos del Sol. Dorantes, i el Negro, hasta alli no havian curado: mas por la mucha importunidad que teniamos, viniendonos de muchas partes à buscar, venimos todos à ser Medicos, aunque en atrevimiento, i osar acometer, qualquier cura, era Yo mas señalado entre ellos; i ninguno jamàs curamos, que no nos dixese, que quedaba sano: i tanta confiança tenian, que havian de sanar, si nosotros los curasemos, que creìan, que en tanto que nosotros alli estuviesemos, ninguno de ellos havia de morir. Estos, i los de mas atràs, nos contaron vna cosa mui estraña, i por la cuenta que nos figuraron, parescia que havia quince, ò diez i seis Años, que havia acontescido, que decian, que por aquella Tierra anduvo vn Hombre, que ellos llaman Mala cosa, i que era pequeño de cuerpo, i que tenia barbas, aunque nunca claramente le pudieron vèr el rostro, i que guando venia à la Casa, donde estaban, se les levantaban los cabellos, i temblaban, i luego parescia à la puerta de la Casa vn tiçon ardiendo: i luego aquel Hombre entraba, i tomaba al que queria de ellos, i dabales tres cuchilladas grandes por las hijadas, con vn Pedernal mui agudo, tan ancho como vna mano, i dos palmos en luengo, i metia la mano por aquellas cuchilladas, i sacabales las tripas, i que cortaba de vna tripa poco mas, ò menos de vn palmo, i aquello que cortaba echaba en las brasas, i luego le daba tres cuchilladas en vn braço; i la segunda daba por la sangradura, i desconcertabaselo, i dende à poco se lo tornaba à concertar, i poniale las manos sobre las heridas, i deciannos, que luego quedaban sanos: i que muchas veces, quando bailaban, aparescia entre ellos en habito de Muger vnas veces, i otras como Hombre: i quando èl queria, tomaba el Buhìo, ò Casa, i subiala en alto, i dende à vn poco caia con ella, i daba mui gran golpe. Tambien nos contaron, que muchas veces le dieron de comer, i que nunca jamàs comiò, i que le preguntaban donde venia, i à què parte tenia su Casa, i que les mostrò vna hendedura de la Tierra, i dixo, que su Casa era allà debaxo. De estas cosas, que ellos nos decian, nosotros nos reìamos mucho, burlando de ellas: i como ellos vieron que no lo creìamos, truxeron muchos de aquellos, que decian que èl havia tomado, i vimos las señales de las cuchilladas, que èl havia dado en los lugares, en la manera que ellos contaban. Nosotros les diximos, que aquel era vn malo; i de la mejor manera que podimos les dabamos à entender, que si ellos creiesen en Dios Nuestro Señor, i fuesen Christianos, como nosotros, no ternian miedo de aquel, ni èl osaria venir à hacelles aquellas cosas; i que tuviesen por cierto, que en tanto que nosotros en la Tierra estuviesemos, èl no osaria parescer en ella. De esto se holgaron ellos mucho, i perdieron mucha parte del temor que tenian. Estos Indios nos dixeron, que havian visto al Asturiano, i à Figueroa con otros, que adelante en la Costa estaban, à quien nosotros llamabamos de los Higos. Toda esta Gente no conoscian los Tiempos por el Sol, ni la Luna, ni tienen cuenta del Mes, i Año, i mas entienden, i saben las diferencias de los Tiempos, quando las Frutas vienen à madurar, i en tiempo que muere el Pescado, i el aparescer de las Estrellas, en que son mui diestros, i exercitados. Con estos siempre fuimos bien tratados, aunque lo que haviamos de comer lo cababamos, i traìamos nuestras cargas de Agua, i Leña. Sus Casas, i Mantenimientos son como las de los pasados, aunque tienen mui maior hambre, porque no alcançan Maìz, ni Bellotas, ni Nueces. Anduvimos siempre encueros como ellos, i de noche nos cubriamos con Cueros de Venado. De ocho Meses, que con ellos estuvimos, los seis padescimos mucha hambre, que tampoco alcançan Pescado. Y al cabo de este tiempo, ià las Tunas començaban à madurar, i sin que de ellos fuesemos sentidos, nos fuimos à otros, que adelante estaban, llamados Maliacones: estos estaban vna jornada de alli, donde Yo, i el Negro llegamos. A cabo de los tres dias embiè, que traxese à Castillo, i à Dorantes; i venidos, nos partimos todos juntos con los Indios, que iban à comer vna Frutilla de vnos Arboles, de que se mantienen diez, ò doce dias, entretanto que las Tunas vienen; i alli se juntaron con estos otros Indios, que se llaman Arbadaos, i à estos hallamos mui enfermos, i flacos, i hinchados: tanto, que nos maravillamos mucho, i los Indios con quien haviamos venido se bolvieron por el mismo camino: i nosotros les diximos, que nos queriamos quedar con aquellos, de que ellos mostraron pesar; i asi nos quedamos en el Campo con aquellos, cerca de aquellas Casas; i quando ellos nos vieron, juntaronse, despues de haver hablado entre sì, i cada vno de ellos tomò el suio por la mano, i nos llevaron à sus Casas. Con estos padescimos mas hambre, que con los otros, porque en todo el dia no comiamos mas de dos puños de aquella Fruta (la qual estaba verde) tenia tanta leche, que nos quemaba las bocas: i con tener falta de Agua, daba mucha sed, à quien la comia; i como la hambre fuese tanta, nosotros compramosles dos Perros, i à trueco de ellos les dimos vnas Redes, i otras cosas, i vn Cuero, con que Yo me cubria. Yà he dicho, como por toda esta Tierra anduvimos desnudos, i como no estabamos acostumbrados à ello, à manera de Serpientes, mudabamos los Cueros dos veces en el año: i con el Sol, i Aire haciansenos en los pechos, i en las espaldas, vnos empeines mui grandes, de que rescebiamos mui gran pena, por raçon de las mui grandes cargas, que traìamos, que eran mui pesadas, i hacian, que las cuerdas se nos metian por los braços; i la Tierra es tan aspera, i tan cerrada, que muchas veces haciamos Leña en Montes, que quando la acababamos de sacar, nos corria por muchas partes sangre, de las espinas, i matas con que topabamos, que nos rompian por donde alcançaban. A las veces me acontesciò hacer Leña, donde despues de haverme costado mucha sangre, no la podia sacar, ni acuestas, ni arrastrando. No tenia, quando en estos trabajos me via, otro remedio, ni consuelo, sino pensar en la Pasion de Nuestro Redemptor Jesu-Christo, i en la Sangre, que por mi derramò, i considerar quanto mas seria el tormento, que de las Espinas èl padesciò, que no aquel, que Yo entonces sufria. Contrataba con estos Indios, haciendoles Peines, i con Arcos, i con Flechas, i con Redes. Haciamos Esteras, que son Casas, de que ellos tienen mucha necesidad: i aunque lo saben hacer, no quieren ocuparse en nada, por buscar entretanto que comer, i quando entienden en esto, pasan mui gran hambre. Otras veces me mandaban raer Cueros, i ablandarlos: i la maior prosperidad en que Yo alli me vì, era, el dia que me daban à raer alguno, porque Yo lo raìa mui mucho, i comia de aquellas raeduras, i aquello me bastaba para dos, ò tres dias. Tambien nos acontesció con estos, i con los que atràs havemos dexado, darnos vn pedaço de carne, i comernoslo asi crudo, porque si lo pusieramos à asar, el primer Indio que llegaba, se lo llevaba, i comia: parescianos, que no era bien ponerla en esta ventura, i tambien nosotros no estabamos tales, que nos dabamos pena comerlo asado, i no lo podiamos tambien pasar como crudo. Esta es la vida; que alli tuvimos, i aquel poco sustentamiento lo ganabamos con los Rescates, que por nuestras manos hecimos.



Capítulo XXIII

Como nos partimos, despues de haver comido los Perros

Despues que comimos los Perros, paresciendonos que teniamos algun esfuerço para poder ir adelante, encomendamonos à Dios Nuestro Señor, para que nos guiase, nos despedimos de aquellos Indios, i ellos nos encaminaron à otros de su Lengua, que estaban cerca de alli. E iendo por nuestro camino, lloviò, i todo aquel dia anduvimos con Agua: i allende de esto perdimos el camino, i fuimos à parar à vn Monte mui grande, i cogimos muchas hojas de Tunas, i asamoslas aquella noche en vn Horno, que hecimos, i dimosles tanto fuego, que à la mañana estaban para comer: i despues de haverlas comido, encomendamonos à Dios, i partimonos, i hallamos el camino, que perdido haviamos; i pasado el Monte, hallamos otras Casas de Indios, i llegados allà, vimos dos Mugeres, i Muchachos, que se espantaron, que andaban por el Monte, i en vernos huieron de nosotros, i fueron à llamar à los Indios, que andaban por el Monte; i venidos, pararonse à mirarnos detràs de vnos Arboles, i llamamosles, i allegaronse con mucho temor, i despues de haverlos hablado, nos dixeron, que tenian mucha hambre, i que cerca de alli estaban muchas Casas de ellos proprios, i dixeron, que nos llevarian à ellas: i aquella noche llegamos à donde havia cinquenta Casas, i se espantaban de vernos, i mostraban mucho temor; i despues que estuvieron algo sosegados de nosotros, allegabannos con las manos al rostro, i al cuerpo, i despues traìan ellos sus mismas manos por sus caras, i sus cuerpos: i asi estuvimos aquella noche; i venida la mañana, traxeronnos los enfermos, que tenian, rogandonos, que los santiguasemos, i nos dieron de lo que tenian para comer, que eran hojas de Tunas, i Tunas verdes asadas; i por el buen tratamiento que nos hacian, i porque aquello que tenian nos lo daban de buena gana, i voluntad, i holgaban de quedar sin comer por darnoslo, estuvimos con ellos algunos dias: i estando alli, vinieron otros de mas adelante. Quando se quisieron partir, diximos à los primeros, que nos queriamos ir con aquellos. A ellos les pesò mucho, i rogaronnos mui ahincadamente que no nos fuesemos: i al fin, nos despedimos de ellos, i los dexamos llorando por nuestra partida, porque les pesaba mucho en gran manera.



Capítulo XXIV

De las Costumbres de los Indios de aquella Tierra

Desde la Isla de Malhado, todos los Indios, que hasta esta Tierra vimos, tienen por costumbre, desde el dia que sus Mugeres se sienten preñadas, no dormir juntos, hasta que pasen dos Años, que han criado los Hijos, los quales maman hasta que son de edad de doce Años, que ià entonces estàn en edad, que por sì saben buscar de comer. Preguntamosles, que por què los criaban asi? Y decian, que por la mucha hambre, que en la Tierra havia, que acontescia muchas veces, como nosotros viamos, estàr dos, ò tres dias sin comer, i à las veces quatro: i por esta causa los dexaban mamar, porque en los tiempos de hambre no muriesen; i ià que algunos escapasen, saldrian mui delicados, i de pocas fuerças; i si acaso acontesce caer enfermos algunos, dexanlos morir en aquellos Campos, sino es Hijo, i todos los demàs, sino pueden ir con ellos, se quedan: mas para llevar vn Hijo, ò Hermano, se cargan, i lo llevan acuestas. Todos estos acostumbran dexar sus Mugeres, quando entre ellos no ai conformidad, i se tornan à casar con quien quieren: esto es entre los Mancebos, mas los que tienen Hijos, permanescen con sus Mugeres, i no las dexan: i quando en algunos Pueblos riñen, i traban questiones vnos con otros, apuñeanse, i apaleanse, hasta que estàn mui cansados, i entonces se desparten: algunas veces los desparten Mugeres, entrando entre ellos, que Hombres no entran à despartirlos: i por ninguna pasion que tengan, no meten en ella Arcos, ni Flechas; i desque se han apuñeado, i pasado su question, toman sus Casas, i Mugeres, i vanse à vivir por los Campos, i apartados de los otros, hasta que se les pasa el enojo; i quando ià estàn desenojados, i sin ira, tornanse à su Pueblo, i de ai adelante son Amigos, como si ninguna cosa hoviera pasado entre ellos, ni es menester que nadie haga las amistades, porque de esta manera se hacen; i si los que riñen no son casados, vanse à otros sus Vecinos, i aunque sean sus Enemigos los resciben bien, i se huelgan mucho con ellos, i les dàn de lo que tienen, de suerte, que quando es pasado el enojo, buelven à su Pueblo, i vienen ricos. Toda es Gente de Guerra, i tienen tanta astucia para guardarse de sus Enemigos, como ternian si fuesen criados en Italia, i en continua Guerra. Quando estàn en parte que sus Enemigos los pueden ofender, asientan sus Casas à la orilla de el Monte mas aspero, i de maior espesura que por alli hallan, i junto à èl hacen vn Foso, i en este duermen. Toda la Gente de Guerra està cubierta con Leña menuda, i hacen, sus saeteras: i estàn tan cubiertos, i disimulados, que aunque estèn cabe ellos, no los vèn, i hacen vn camino mui angosto, i entra hasta enmedio del Monte, i alli hacen lugar para que duerman las Mugeres, i Niños, i quando viene la noche, encienden lumbres en sus Casas, para que si hoviere Espias, crean que estàn en ellas, i antes del Alva tornan à encender los mismos fuegos; i si acaso los Enemigos vienen à dàr en las mismas Casas, los que estàn en el Foso salen à ellos, i hacen desde las Trincheas mucho daño, sin que los de fuera los vean, ni los puedan hallar; i quando no ai Montes en que ellos puedan de esta manera esconderse, i hacer sus celadas, asientan en llano, en la parte que mejor les paresce: i cercanse de Trincheas, cubiertas con Leña menuda, i hacen sus saeteras, con que flechan à los Indios, i estos reparos hacen para de noche. Estando Yo con los de Aguenes, no estando avisados, vinieron sus Enemigos à media noche, i dieron en ellos, i mataron tres, i hirieron otros muchos, de suerte, que huieron de sus Casas por el Monte adelante: i desque sintieron que los otros se havian ido, bolvieron à ellas, i recogieron todas las Flechas, que los otros les havian echado, i lo mas encubiertamente que pudieron, los siguieron, i estuvieron aquella noche sobre sus Casas, sin que fuesen sentidos: i al quarto del Alva les acometieron, i les mataron cinco, sin otros muchos que fueron heridos, i les hicieron huir, i dexar sus Casas, i Arcos, con toda su hacienda; i de ai à poco tiempo vinieron las Mugeres de los que se llamaban Quevenes, i entendieron entre ellos, i los hicieron Amigos, aunque algunas veces ellas son principio de la Guerra. Todas estas Gentes, quando tienen enemistades particulares, quando no son de vna Familia, se matan de noche, por asechanças, i vsan vnos con otros grandes crueldades.



Capítulo XXV

Como los Indios son prestos à un Arma

Esta es la mas presta Gente para vn Arma, de quantas Yo he visto en el Mundo, porque si se temen de sus Enemigos, toda la noche estàn despiertos, con sus Arcos à par de sì, i vna docena de Flechas: i el que duerme, tienta su Arco, i si no le halla en cuerda, le dà la buelta que ha menester. Salen muchas veces fuera de las Casas, baxados por el suelo, de arte que no pueden ser vistos, i miran, i atalaian por todas partes para sentir lo que ai: i si algo sienten, en vn punto son todos en el Campo con sus Arcos, i Flechas, i asi estan hasta el dia, corriendo à vnas partes, i otras, donde vèn que es menester, ò piensan que pueden estàr sus Enemigos. Quando viene el dia, tornan à afloxar sus Arcos, hasta que salen à Caça. Las cuerdas de los Arcos son niervos de Venados. La manera que tienen de pelear es, abaxados por el suelo, i mientras se flechan, andan hablando, i saltando siempre de vn cabo para otro, guardandose de las Flechas de sus Enemigos: tanto, que en semejantes partes pueden rescibir mui poco daño de Ballestas, i Arcabuces, antes los Indios burlan de ellos, porque estas Armas no aprovechan para ellos en Campos llanos, adonde ellos andan sueltos: son buenas para estrechos, i lugares de Agua: en todo lo demàs los Caballos son los que han de sojuzgar, i lo que los Indios vniversalmente temen. Quien contra ellos hoviere de pelear, ha de estàr mui avisado, que no le sientan flaqueça, ni codicia de lo que tienen, i mientras durare la Guerra, hanlos de tratar mui mal: porque si temor les conocen, ò alguna codicia, ella es Gente, que sabe conoscer tiempos en que vengarse, i toman esfuerço del temor de los contrarios. Quando se han flechado en la Guerra, i gastado su municion, buelvense cada vno su camino, sin que los vnos sigan à los otros, aunque los vnos sean muchos, i los otros pocos: i esta es costumbre suia. Muchas veces se pasan de parte à parte con las Flechas, i no mueren de las heridas, sino toca en las tripas, ò en el corazon, antes sanan presto. Vèn, i oien mas, i tienen mas agudo sentido, que quantos Hombres Yo creo que ai en el Mundo. Son grandes sufridores de hambre, i de sed, i de frio, como aquellos que estàn mas acostumbrados, i hechos à ello, que otros. Esto he querido contar aqui, porque allende que todos los Hombres desean saber las costumbres, i exercicios de los otros, los que algunas veces se vinieren à vèr con ellos, estèn avisados de sus costumbres, i ardides, que suelen no poco aprovechar en semejantes casos.



Capítulo XXVI

De las Naciones, i Lenguas

Tambien quiero contar sus Naciones, i Lenguas, que desde la Isla de Malhado, hasta los vltimos ai. En la Isla de Malhado ai dos Lenguas: à los vnos llaman de Caoques, i à los otros llaman de Han. En la Tierra-firme, enfrente de la Isla, ai otros, que se llaman de Chorruco, i toman el nombre de los Montes donde viven. Adelante, en la Costa de la Mar, habitan otros, que se llaman Doguenes; i enfrente de ellos otros, que tienen por nombre los de Mendica. Mas adelante, en la Costa, estàn los Quevenes; i enfrente de ellos, dentro en la Tierra-firme, los Mariames: i iendo por la Costa adelante, estàn otros, que se llaman Guaycones; i enfrente de estos, dentro en la Tierra-firme, los Yguaces. Cabo de estos estàn otros, que se llaman Atayos; i detràs de estos, otros Acubadaos, i de estos ai muchos por esta vereda adelante. En la Costa viven otros, llamados Quitoles; i enfrente de estos, dentro en la Tierra-firme, los Avavares. Con estos se juntan los Maliacones, i otros Cutalchiches, i otros, que se llaman Susolas, i otros, que se llaman Comos; i adelante, en la Costa, estàn los Camoles; i en la misma Costa adelante otros, à quien nosotros llamamos los de los Higos. Todas estas Gentes tienen Habitaciones, i Pueblos, i Lenguas diversas. Entre estos ai vna Lengua, en que llaman à los Hombres, por mira acà, arre acà, à los Perros xò: en toda la Tierra se emborrachan con vn humo, i dàn quanto tienen por èl. Beben tambien otra cosa, que sacan de las hojas de los Arboles, como de Encina, i tuestanla en vnos botes al fuego, i despues que la tienen tostada, hinchen el bote de Agua, i asi lo tienen sobre el fuego, i quando ha hervido dos veces, echanlo en vna Vasija, i estàn enfriandola con media Calabaça; i quando està con mucha espuma, bebenla tan caliente, quanto pueden sufrir; i desde que la sacan del Bote, hasta que la beben, estàn dando voces, diciendo: Que quien quiere beber. Y quando las Mugeres oyen estas voces, luego se paran sin osarse mudar; i aunque estèn mucho cargadas, no osan hacer otra cosa: i si acaso alguna de ellas se mueve, la deshonran, i la dàn de palos, i con mui gran enojo derraman el Agua que tienen para beber, i la que han bebido la tornan à lançar, lo qual ellos hacen mui ligeramente, i sin pena alguna. La raçon de la costumbre dàn ellos, i dicen: Que si quando ellos quieren beber aquella Agua, las Mugeres se mueven de donde les toma la voz, que en aquella Agua se les mete en el cuerpo vna cosa mala, i que dende à poco les hace morir; i todo el tiempo que el Agua està cociendo, ha de estàr el Bote atapado; i si acaso està desatapado, i alguna Muger pasa, lo derraman, i no beben mas de aquella Agua: es amarilla, i estàn bebiendola tres dias, sin comer, i cada dia bebe cada vno arroba i media de ella; i quando las Mugeres estàn con su costumbre, no buscan de comer mas de para sì solas, porque ninguna otra persona come de lo que ellas traen. En el tiempo que asi estaba, entre estos vi vna diablura, i es, que vì vn Hombre casado con otro, i estos son vnos Hombres amarionados impotentes, i andan tapados como Mugeres, i hacen oficio de Mugeres, i tiran Arco, i llevan mui gran carga, i entre estos vimos muchos de ellos, asi amarionados como digo, i son mas membrudos que los otros Hombres, i mas altos: sufren mui grandes cargas.



Capítulo XXVII

De como nos mudamos, i fuimos bien rescibidos

Despues que nos partimos de los que dexamos llorando, fuimonos con los otros à sus Casas, i de los que en ellas estaban fuimos bien rescebidos, i truxeron sus Hijos para que les tocasemos las manos, i dabannos mucha Harina de Mezquiquez. Este Mezquiquez es vna Fruta, que quando està en el Arbol es mui amarga, i es de la manera de Alg�rrovas, i comese con Tierra, i con ella està dulce, i bueno de comer. La manera que tienen con ella es esta: que hacen vn hoio en el suelo, de la hondura que cada vno quiere; i despues de echada la Fruta en este hoio, con vn palo tan gordo como la pierna, i de braça i media en largo, la muelen hasta mui molida; i demàs que se le pega de la Tierra del hoio, traen otros puños, i echanla en el hoio, i tornan otro rato à moler, i despues echanla en vna Vasija, de manera de vna Espuerta, i echanle tanta Agua, que basta à cubrirla, de suerte que quede Agua por cima, i el que la ha molido pruebala, i si le paresce que no està dulce, pide Tierra, i rebuelvela con ella, i esto hace hasta que la halla dulce, i asientanse todos al rededor, i cada vno mete la mano, i saca lo que puede, i las Pepitas de ella tornan à echar sobre vnos Cueros, i las Cascaras; i el que lo ha molido las coge, i las torna à echar en aquella Espuerta, i echa Agua como de primero, i tornan à espremir el �umo, i Agua que de ello sale, i las Pepitas, i Cascaras tornan à poner en el Cuero, i de esta manera hacen tres, ò quatro veces cada moledura: i los que en este Banquete, que para ellos es mui grande, se hallan, quedan las Barrigas mui grandes de la Tierra, i Agua que han bebido, i de esto nos hicieron los Indios mui gran Fiesta, i hovo entre ellos mui grandes Bailes, i Areitos, en tanto que alli estuvimos. Y quando de noche durmiamos à la puerta del Rancho donde estabamos, nos velaban à cada vno de nosotros seis Hombres, con gran cuidado, sin que nadie nos osase entrar dentro, hasta que el Sol era salido. Quando nosotros nos quisimos partir de ellos, llegaron alli vnas Mugeres de otros, que vivian adelante: i informados de ellas donde estaban aquellas Casas, nos partimos para allà, aunque ellos nos rogaron mucho, que por aquel dia nos detuviesemos, porque las Casas adonde ibamos estaban lexos, i no havia camino para ellas, i que aquellas Mugeres venian cansadas, i descansando, otro dia se irian con nosotros, i nos guiarian, i ansi nos despedimos; i dende à poco las Mugeres que havian venido, con otras del mismo Pueblo, se fueron tras nosotros: mas como por la Tierra no havia caminos, luego nos perdimos, i ansi anduvimos quatro leguas, i al cabo de ellas llegamos à beber à vn Agua adonde hallamos las Mugeres que nos seguian, i nos dixeron el trabajo que havian pasado por alcançarnos. Partimos de alli llevandolas por Guia, i pasamos vn Rio, quando ià vino la tarde, que nos daba el Agua à los pechos: serìa tan ancho como el de Sevilla, i corria mui mucho, i à puesta del Sol llegamos à cien Casas de Indios; i antes que llegasemos, saliò toda la Gente que en ellas havia à rescebirnos, con tanta grita, que era espanto, i dando en los muslos grandes palmadas: traìan las Calabaças horadadas, con Piedras dentro, que es la cosa de maior fiesta, i no las sacan sino à bailar, ò para curar, ni las osa nadie tomar sino ellos; i dicen, que aquellas Calabaças tiene virtud, i que vienen del Cielo, porque por aquella Tierra no las ai, ni saben donde las aia, sino que las traen los Rios, quando vienen de avenida. Era tanto el miedo, i tubacion que estos tenian, que por llegar mas presto los vnos que los otros à tocarnos, nos apretaron tanto, que por poco nos hovieran de matar; i sin dexarnos poner los pies en el suelo nos llevaron à sus Casas, i tanto cargaban sobre nosotros, i de tal manera nos apretaban, que nos metimos en las Casas, que nos tenian hechas, i nosotros no consentimos en ninguna manera que aquella noche hiciesen mas Fiesta con nosotros. Toda aquella noche pasaron entre sì en Areitos, i Bailes: i otra dia de mañana nos traxeron toda la Gente de aquel Pueblo, para que los tocasemos, i santiguasemos, como haviamos hecho à los otros con quien haviamos estado. Y despues de esto hecho, dieron muchas Flechas à las Mugeres del otro Pueblo, que havian venido con las suias. Otro dia partimos de alli, i toda la Gente del Pueblo fue con nosotros; i como llegamos à otros Indios, fuimos bien rescebidos, como de los pasados, i ansi nos dieron de lo que tenian, i los Venados que aquel dia havian muerto; i entre estos vimos vna nueva costumbre, i es, que los que venian à curarse, los que con nosotros estaban les tomaban el Arco, i las Flechas, i �apatos, i Cuentas, si las traìan, i despues de haverlas tomado, nos las traìan delante de nosotros para que los curasemos; i curados se iban mui contentos, diciendo, que estaban sanos. Asi nos partimos de aquellos, i nos fuimos à otros, de quien fuimos mui bien rescebidos, i nos traxeron sus enfermos, que santiguandolos decian, que estaban sanos, i el que no sanaba, creìa que podiamos sanarle; i con lo que los otros que curabamos les decian, hacian tantas Alegrias, i Bailes, que no nos dexaban dormir.



Capítulo XXIII

De otra nueva costumbre

Partidos de estos, fuimos à otras muchas Casas, i desde aqui començò otra nueva costumbre, i es, que rescibiendonos mui bien, que los que iban con nosotros los començaron à hacer tanto mal, que les tomaban las haciendas, i les saqueaban las Casas, sin que otra cosa ninguna les dexasen: de esto nos pesò mucho, por vèr el mal tratamiento que à aquellos, que tan bien nos rescebian, se hacia; i tambien porque temiamos, que aquello serìa, ò causarìa alguna alteracion, i escandalo entre ellos; mas como no eramos parte para remediarlo, ni para osar castigar los que esto hacian, hovimos por entonces de sufrir, hasta que mas autoridad entre ellos tuviesemos; i tambien los Indios mismos, que perdian la hacienda, conosciendo nuestra tristeça, nos consolaron, diciendo, que de aquello no rescibiesemos pena, que ellos estaban tan contentos de havernos visto, que daban por bien empleadas sus haciendas; i que adelante serian pagados de otros que estaban mui ricos. Por todo este camino teniamos mui gran trabajo, por la mucha Gente que nos seguia; i no podiamos huir de ella, aunque lo procurabamos, porque era mui grande la priesa que tenian por llegar à tocarnos; i era tanta la importunidad de ellos sobre esto, que pasaban tres horas que no podiamos acabar con ellos que nos dexasen. Otro dia nos traxeron toda la Gente del Pueblo, i la maior parte de ellos sin Tuertos de Nubes, i otros de ellos son Ciegos de ellas mismas, de que estabamos espantados. Son mui bien dispuestos, i de mui buenos gestos, mas blancos que otros ningunos de quantos hasta alli haviamos visto. Aqui empeçamos à vèr Sierras, i parescia que venian seguidas de àcia el Mar del Norte; i asi, por la relacion que los Indios de esto nos dieron, creemos, que estàn quince leguas de la Mar. De aqui nos partimos con estos Indios àcia estas Sierras que decimos, i llevaronnos por donde estaban vnos parientes suios, porque ellos no nos querian llevar sino por do habitaban sus Parientes, i no querian que sus enemigos alcançasen tanto bien, como les parescia, que era vernos. Y quando fuimos llegados los que con nosotros iban, saquearon à los otros; i como sabian la costumbre, primero que llegasemos, escondieron algunas cosas; i despues que nos hovieron rescebido con mucha fiesta, i alegria sacaron lo que havian escondido, i vinieronnoslo à presentar, i esto era Cuentas, i Almagra, i algunas Taleguillas de Plata. Nosotros, segun la costumbre, dimoslo luego à los Indios, que con nos venian; i quando nos lo hovieron dado, començaron sus Bailes, i Fiestas, i embiaron à llamar otros de otro Pueblo, que estaba cerca de alli, para que nos viniesen à vèr, i à la tarde vinieron todos, i nos traxeron Cuentas, i Arcos, i otras cosillas, que tambien repartimos; i otro dia, queriendonos partir, toda la Gente nos queria llevar à otros Amigos suios, que estaban à la punta de las Sierras, i decian, que alli havia muchas Casas, i Gente, i que nos darian muchas cosas, mas por ser fuera de nuestro camino no quesimos ir à ellos, i tomamos por lo llano, cerca de las Sierras, las quales creìamos que no estaban lexos de la Costa. Toda la Gente de ella es muy mala, i teniamos por mejor de atravesar la Tierra, porque la Gente que està mas metida adentro, es mas bien acondicionada, i tratabannos mejor, i teniamos por cierto, que hallariamos la Tierra mas poblada, i de mejores mantenimientos. Lo vltimo haciamos esto, porque atravesando la Tierra, viamos muchas particularidades de ella; porque si Dios Nuestro Señor fuese servido de sacar alguno de nosotros, i traerlo à Tierra de Christianos, pudiese dàr nuevas, i relacion de ella. Y como los Indios vieron, que estabamos determinados de no ir por donde ellos nos encaminaban, dixeronnos, que por donde nos queriamos ir, no havia Gente, ni Tunas, ni otra cosa alguna que comer: i rogaronnos que estuviesemos alli aquel dia, i ansi lo hicimos. Luego ellos embiaron dos Indios para que buscasen Gente por aquel camino que queriamos ir: i otro dia nos partimos, llevando con nosotros muchos de ellos, i las Mugeres iban cargadas de Agua, i era tan grande entre ellos nuestra autoridad, que ninguno osaba beber sin nuestra licencia. Dos leguas de alli topamos los Indios que havian ido à buscar la Gente, i dixeron, que no la hallaban, de lo que los Indios mostraron pesar, i tornaronnos à rogar que nos fuesemos por la Sierra. No lo quisimos hacer, i ellos como vieron nuestra voluntad, aunque con mucha tristeça, se despidieron de nosotros, i se bolvieron el Rio abaxo à sus Casas, i nosotros caminamos por el Rio arriba, i desde à vn poco topamos dos Mugeres cargadas, que como nos vieron, pararon, i descargaronse, i traxeron nos de lo que llevaban, que era Harina de Maìz, i nos dixeron, que adelante en aquel Rio hallariamos Casas, i muchas Tunas, i de aquella Harina, i ansi nos despedimos de ellas, porque iban à los otros, donde haviamos partido, i anduvimos hasta puesta del Sol, i llegamos à vn Pueblo de hasta veinte Casas, adonde nos rescibieron llorando, i con grande tristeça, porque sabian ià, que adonde quiera que llegabamos eran todos saqueados, i robados de los que nos acompañaban, i como nos vieron solos, perdieron el miedo, i dieronnos Tunas, i no otra cosa ninguna. Estuvimos alli aquella noche, i al Alva los Indios que nos havian dexado el dia pasado, dieron en sus Casas; i como los tomaron descuidados, i seguros, tomaronles quanto tenian, sin que tuviesen lugar donde asconder ninguna cosa, de que ellos lloraron mucho: i los robadores para consolarles los decian, que eramos Hijos del Sol, i que teniamos poder para sanar los enfermos, i para matarlos, i otras mentiras, aun maiores que estas, como ellos las saben mejor hacer quando sienten que les conviene: i dixeronles, que nos llevasen con mucho acatamiento, i tuviesen cuidado de no enojarnos en ninguna cosa, i que nos diesen todo quanto tenian, i procurasen de llevarnos donde havia mucha Gente, i que donde llegasemos robasen ellos, i saqueasen lo que los otros tenian, porque asi era costumbre.



Capítulo XXIX

De como se robaban los unos à los otros

Despues de haverlos informado, i señalado bien lo que havian de hacer, se bolvieron, i nos dexaron con aquellos; los quales teniendo en la memoria lo que los otros les havian dicho, nos començaron à tratar con aquel mismo temor, i reverencia que los otros, i fuimos con ellos tres jornadas, i llevaronnos adonde havia mucha Gente; i antes que llegasemos à ellos avisaron como ibamos, i dixeron de nosotros todo lo que los otros les havian enseñado, i añadieron mucho mas, porque toda esta Gente de Indios, son grandes amigos de Novelas, i mui mentirosos, maiormente donde pretenden algun interese. Y quando llegamos cerca de las Casas, saliò toda la Gente à rescebirnos con mucho placer, i fiesta: i entre otras cosas, dos Fisicos de ellos nos dieron dos Calabaças, i de aqui començamos à llevar Calabaças con nosotros, i añadimos à nuestra autoridad esta cerimonia, que para con ellos es mui grande. Los que nos havian acompañado saquearon las Casas, mas como eran muchas, i ellos pocos, no pudieron llevar todo quanto tomaron, i mas de la mitad dexaron perdido; i de aqui por la Halda de la Sierra nos fuimos metiendo por la Tierra adentro mas de cinquenta leguas, i al cabo de ellas hallamos quarenta Casas, i entre otras cosas que nos dieron, hovo Andrès Dorantes vn Cascavel gordo, grande, de Cobre, i en èl figurado vn rostro, i esto mostraban ellos, que lo tenian en mucho, i les dixeron, que lo havian havido de otros sus Vecinos: i preguntandoles, què donde havian havido aquello? dixeronles, que lo havian traìdo de àcia el Norte, i que alli havia mucho, i era tenido en grande estima; i entendimos, que do quiera que aquello havia venido, havia fundicion, i se labraba de Vaciado, i con esto nos partimos otro dia, i atravesamos vna Sierra de siete Leguas, i las Piedras de ella eran de Escorias de Hierro; i à la noche llegamos à muchas Casas, que estaban asentadas à la Ribera de vn mui hermoso Rio, i los Señores de ellas salieron à medio camino à rescebirnos con sus Hijos acuestas, i nos dieron muchas Taleguillas de Margagita, i de Alcohol molido, con esto se vntan ellos la cara, i dieron muchas Cuentas, i muchas Mantas de Vacas, i cargaron à todos los que venian con nosotros de todo quanto ellos tenian. Comian Tunas, i Piñones: ai por aquella Tierra Pinos chicos, i las Piñas de ellas son como Huevos pequeños, mas los Piñones son mejores que los de Castilla, porque tienen las cascaras mui delgadas; i quando estàn verdes, muelenlos, i hacenlos Pellas, i ansi los comen; i si estàn secos, los muelen con cascaras, i los comen hechos polvos. Y los que por alli nos rescebian, desque nos havian tocado, bolvian corriendo hasta sus Casas, i luego daban buelta à nosotros, i no cesaban de correr, iendo, i viniendo. De esta manera traiannos muchas cosas para el camino. Aqui me traxeron vn Hombre, i me dixeron, que havia mucho tiempo que le havian herido con vna Flecha por el espalda derecha, i tenia la punta de la Flecha sobre el coraçon, decia que le daba mucha pena, i que por aquella causa siempre estaba enfermo. Yo le toquè, i sentì la punta de la Flecha, i vì, que la tenia atravesada por la ternilla, i con vn Cuchillo que tenia le abri el pecho hasta aquel lugar, i vì que tenia la punta atravesada, i estaba mui mala de sacar; tornè à cortar mas, i metì la punta del Cuchillo, i con gran trabajo en fin la saquè. Era mui larga, i con vn Hueso de Venado, vsando de mi Oficio de Medicina, le dì dos puntos; i dados, se me desangraba, i con raspa de vn Cuero le estanquè la sangre; i quando huve sacado la punta, pidieronmela, i Yo se la dì, i el Pueblo todo vino à verla, i la embiaron por la Tierra adentro, para que la viesen los que allà estaban, i por esto hicieron muchos Bailes, i Fiestas, como ellos suelen hacer; i otro dia le cortè los dos puntos al Indio, i estaba sano; i no parescia la herida que le havia hecho sino como vna raia de la palma de la mano, i dixo, que no sentia dolor, ni pena alguna: i esta cura nos diò entre ellos tanto credito por toda la Tierra, quanto ellos podian, i sabian estimar, i encarescer. Mostramosles aquel Cascavel que traìamos, i dixeronnos, que en aquel Lugar de donde aquel havia venido, havia muchas Planchas de aquello enterradas, i que aquello era cosa que ellos tenian en mucho; i havia Casas de asiento, i esto creemos nosotros que es la Mar del Sur, que siempre tuvimos noticia, que aquella Mar es mas rica que la del Norte. De estos nos partimos, i anduvimos por tantas suertes de Gentes, i de tan diversas Lenguas, que no basta memoria à poderlas contar, i siempre saqueaban los vnos à los otros; i asi los que perdian, como los que ganaban, quedaban mui contentos. Llevabamos tanta compañia, que en ninguna manera podiamos valernos con ellos. Por aquellos Valles donde ibamos, cada vno de ellos llevaba vn Garrote, tan largo como tres palmos, i todos iban en ala; i en saltando alguna Liebre (que por alli havia hartas) cercabanla luego, i caìan tantos Garrotes sobre ella, que era cosa de maravilla, i de esta manera la hacian andar de vnos para otros, que à mi vèr era la mas hermosa caça que se podia pensar, porque muchas veces ellas se venian hasta las manos; i quando à la noche parabamos, eran tantas las que nos havian dado, que traìa cada vno de nosotros ocho, ò diez cargas de ellas; i los que traìan Arcos no parescian delante de nosotros, antes se apartaban por la Sierra à buscar Venados; i à la noche quando venian, traìan para cada vno de nosotros cinco, ò seis Venados, i Paxaros, i Codornices, i otras caças: finalmente, todo quanto aquella Gente hallaban, i mataban, nos lo ponian delante, fin que ellos osasen tomar ninguna cosa, aunque muriesen de hambre, que asi lo tenian ià por costumbre, despues que andaban con nosotros, i sin que primero lo santiguasemos; i las Mugeres traìan muchas Esteras, de que ellos nos hacian Casas, para cada vno la suia à parte, i con toda su Gente conoscida: i quando esto era hecho, mandabamos que asasen aquellos Venados, i Liebres, i todo lo que havian tomado; i esto tambien se hacia mui presto en vnos Hornos, que para esto ellos hacian; i de todo ello nosotros tomabamos vn poco, i lo otro dabamos al Principal de la Gente, que con nosotros venia, mandandole, que lo repattiese entre todos. Cada vno con la parte que le cabia, venian à nosotros para que la soplasemos, i santiguasemos, que de otra manera no osaran comer de ella; i muchas veces traìamos con nosotros tres, ò quatro mil personas. Y era tan grande nuestro trabajo, que à cada vno haviamos de soplar, i santiguar lo que havian de comer, i beber, i para otras muchas cosas que querian hacer, nos venian à pedir licencia, de que se puede vèr, que tanta importunidad rescebiamos. Las Mugeres nos traìan las Tunas, i Arañas, i Gusanos, i lo que podian haver, porque aunque se muriesen de hambre, ninguna cosa havian de comer, sin que nosotros la diesemos. E iendo con estos, pasamos vn gran Rio, que venia del Norte: i pasados vnos Llanos de treinta leguas, hallamos mucha Gente, que de lexos de alli venia à rescebirnos, i salian al Camino por donde haviamos de ir, i nos rescibieron de la manera de los pasados.





Capítulo XXX

De como se mudò la costumbre de rescebirnos

Desde aqui hovo otra manera de rescebirnos, en quanto toca al saquearse; porque los que salian de los Caminos à traernos alguna cosa à los que con nosotros venian, no los robaban; mas despues de entrados en sus Casas, ellos mismos nos ofrescian quanto tenian, i las Casas con ello; nosotros las dabamos à los Principales, para que entre ellos las partiesen, i siempre los que quedaban despojados nos seguian, de donde crescia mucha Gente para satisfacerse de su pèrdida: i decianles, que se guardasen, i no escondiesen cosa alguna de quantas tenian, porque no podia ser sin que nosotros lo supiesemos, i hariamos luego, que todos muriesen, porque el Sol nos lo decia. Tan grandes eran los temores que les ponian, que los primeros dias que con nosotros estaban, nunca estaban sino temblando, i sin osar hablar, ni alçar los ojos al Cielo. Estos nos guiaron por mas de cinquenta leguas de despoblado, de mui asperas Sierras, i por ser tan secas no havia caça en ellas, i por esto pasamos mucha hambre, i al cabo vn Rio mui grande, que el Agua nos daba hasta los pechos: i desde aqui nos començò mucha de la Gente que traìamos à adolescer, de la mucha hambre, i trabajo, que por aquellas Sierras havian pasado, que por extremo eran agras, i trabajosas. Estos mismos nos llevaron à vnos Llanos, al cabo de las Sierras, donde venian à rescebirnos de mui lexos de alli, i nos rescibieron como los pasados; i dieron tanta hacienda à los que con nosotros venian, que por no poderla llevar, dexaron la mitad; i diximos à los Indios que lo havian dado, que lo tornasen à tomar, i lo llevasen, porque no quedase alli perdido: i respondieron, que en ninguna manera lo harian, porque no era su costumbre, despues de haver vna vez ofrescido, tornarlo à tomar; i asi, no lo teniendo en nada, lo dexaron todo perder. A estos diximos, que queriamos ir à la puesta del Sol, i ellos respondieronnos, que por alli estaba la Gente mui lexos; i nosotros les mandabamos, que embiasen à hacerles saber, como nosotros ibamos allà, i de esto se escusaron lo mejor que ellos podian, porque ellos eran sus enemigos, i no querian que fuesemos à ellos, mas no osaron hacer otra cosa; i asi embiaron dos Mugeres, vna suia, i otra que ellos tenian captiva; i embiaron estas, porque las Mugeres pueden contratar, aunque aia Guerra, i nosotros las seguimos, i paramos en vn Lugar, donde estaba concertado que las esperasemos, mas ellas tardaron cinco Dias: i los Indios decian, que no debian de hallar Gente. Diximosles, que nos llevasen àcia el Norte: respondieron de la misma manera, diciendo, que por alli no havia Gente, sino mui lexos, i que no havia que comer, ni se hallaba Agua; i con todo esto nosotros porfiamos, i diximos, que por alli queriamos ir, i ellos todavia se escusaban de la mejor manera que podian, i por esto nos enojamos, i Yo me salì vna noche à dormir en el Campo, apartado de ellos; mas luego fueron donde Yo estaba, i toda la noche estuvieron sin dormir, i con mucho miedo, i hablandome, i diciendome quan atemoriçados estaban, rogandonos, que no estuviesemos mas enojados; i que aunque ellos supiesen morir en el camino, nos llevarian por donde nosotros quisiesemos ir, i como nosotros todavia fingiamos estàr enojados; i porque su miedo no se quitase, suscediò vna cosa estraña, i fue, que este dia mesmo adolescieron muchos de ellos; i otro dia siguiente murieron ocho Hombres. Por toda la Tierra, donde esto se supo, hovieron tanto miedo de nosotros, que parescia en vernos, que de temor havian de morir. Rogaronnos, que no estuviesemos enojados, ni quisiesemos que mas de ellos muriesen; i tenian por mui cierto, que nosotros los matabamos con solamente quererlo: i à la verdad, nosotros rescebiamos tanta pena de esto, que no podia ser maior; porque allende de vèr los que morian, temiamos, que no muriesen todos, ò nos dexasen solos de miedo, i todas las otras Gentes de al adelante hiciesen lo mismo, viendo lo que à estos havia acontecido. Rogamos à Dios Nuestro Señor, que lo remediase, i ansi començaron à sanar todos aquellos que havian enfermado; i vimos vna cosa, que fue de grande admiracion, que los Padres, i Hermanos, i Mugeres de los que murieron, de verlos en aquel estado tenian gran pena; i despues de muertos, ningun sentimiento hicieron, ni los vimos llorar, ni hablar vnos con otros, ni hacer otra ninguna muestra, ni osaban llegar à ellos, hasta que nosotros los mandabamos llevar à enterrar; i mas de quince dias, que con aquellos estuvimos, à ninguno vimos hablar vno con otro, ni los vimos reir, ni llorar à ninguna criatura; antes porque vna llorò, la llevaron mui lexos de alli, i con vnos dientes de Raton agudos la sajaron desde los hombros, hasta casi todas las piernas. E Yo viendo esta crueldad, i enojado de ello les preguntè, que por què lo hacian? i respondieron, que para castigarla, porque havia llorado delante de mì. Todos estos temores que ellos tenian, ponian à todos los otros, que nuevamente venian à conoscernos, à fin que nos diesen todo quanto tenian, porque sabian, que nosotros no tomabamos nada, i lo haviamos de dàr todo à ellos. Esta fue la mas obediente Gente que hallamos por esta Tierra, i de mejor condicion; i comunmente son mui dispuestos. Convalescidos los dolientes, i ià que havia tres dias que estabamos alli, llegaron las Mugeres que haviamos embiado, diciendo, que havian hallado mui poca Gente, i que todos havian ido à las Vacas, que era en tiempo de ellas; i mandamos à los que havian estado enfermos, que se quedasen, i los que estuviesen buenos fuesen con nosotros, i que dos jornadas de alli, aquellas mismas dos Mugeres irian con dos de nosotros à sacar Gente, i traerla al camino, para que nos rescibiesen, i con esto otro dia de mañana, todos los que mas recios estaban, partieron con nosotros, i à tres jornadas paràmos, i el siguiente dia partiò Alonso del Castillo con Estevanico el Negro, llevando por Guia las dos Mugeres; i la que de ellas era Captiva, los llevò à vn Rio, que corria entre vnas Sierras, donde estaba vn Pueblo, en que su Padre vivia, i estas fueron las primeras Casas que vimos que tuviesen parescer, i manera de ello. Aqui llegaron Castillo, i Estevanico; i despues de haver hablado con los Indios, à cabo de tres dias vino Castillo adonde nos havia dexado, i traxo cinco, ò seis de aquellos Indios, i dixo como havia hallado Casas de Gente, i de asiento, i que aquella Gente comia Frisoles, i Calabaças, i que havia visto Maìz. Esta fue la cosa del Mundo que mas nos alegrò, i por ello dimos infinitas gracias à Nuestro Señor, i dixo, que el Negro vernia con toda la Gente de las Casas à esperar al camino, cerca de alli; i por esta causa partimos, i andada legua i media topamos con el Negro, i la Gente que venian à rescebirnos, i nos dieron Frisoles, i muchas Calabaças para comer, i para traer Agua, i Mantas de Vacas, i otras cosas. Y como estas Gentes, i las que con nosotros venian, eran enemigos, i no se entendian, partimonos de los primeros, dandoles lo que nos havian dado, i fuimonos con estos, i à seis leguas de alli, ià que venia la noche, llegamos à sus Casas, donde hicieron muchas Fiestas con nosotros. Aqui estuvimos vn dia, i el siguiente nos partimos, i llevamoslos con nosotros à otras Casas de asiento, donde comian lo mismo que ellos; i de aì adelante hovo otro nuevo vio, que los que sabian de nuestra vida, no salian à rescebirnos à los caminos, como los otros hacian, antes los hallabamos en sus Casas, i tenian hechas otras para nosotros; i estaban todos asentados, i todos tenian bueltas las caras àcia la pared, i las cabeças baxas, i los cabellos puestos delante de los ojos, i su hacienda puesta en monton en medio de la Casa; i de aqui adelante començaron à darnos muchas Mantas de Cueros, i no tenian cosa que no nos diesen. Es la Gente de mejores cuerpos que vimos, i de maior viveça, i habilidad, i que mejor nos entendian, i respondian en lo que preguntabamos; i llamamos los de las Vacas, porque la maior parte que de ellas mueren, es cerca de alli: i por aquel Rio arriba mas de cinquenta leguas vàn matando muchas de ellas. Esta Gente andan del todo desnudos, à la manera de los primeros que hallamos. Las Mugeres andan cubiertas con vnos Cueros de Venado, i algunos pocos de Hombres, señaladamente los que son viejos, que no sirven para la Guerra. Es Tierra mui poblada. Preguntamosles, como no sembraban Maìz? respondieronnos, que lo hacian por no perder lo que sembrasen; porque dos Años arreo les havian faltado las Aguas, i havia sido el tiempo tan seco, que à todos les havian perdido los Maìces los Topos; i que no osarian tornar à sembrar, sin que primero hoviese llovido mucho: i rogabannos que dixesemos al Cielo que lloviese, i se lo rogasemos, i nosotros se lo prometimos de hacerlo ansi. Tambien nosotros quesimos saber de donde havian traìdo aquel Maìz, i ellos nos dixeron, que de donde el Sol se ponia, i que lo havia por toda aquella Tierra, mas que lo mas cerca de alli era por aquel camino. Preguntamosles, por donde iriamos bien? i que nos informasen del camino, porque no querian ir allà. Dixeronnos, que el camino era por aquel Rio arriba àcia el Norte, i que en diez i siete jornadas no hallariamos otra cosa ninguna que comer, sino vna Fruta, que llaman Chacàn, i que la machucan entre vnas Piedras; si aun despues de hecha esta diligencia, no se puede comer de aspera, i seca, i asi era la verdad, porque alli nos lo mostraron, i no lo podimos comer; i dixeronnos tambien, que entretanto que nosotros fuesemos por el Rio arriba, iriamos siempre por Gente, que eran sus enemigos, i hablaban su misma Lengua, i que no tenian que darnos cosa à comer, mas que nos rescibirian de mui buena voluntad, i que nos darian muchas Mantas de Algodon, i Cueros, i otras cosas de las que ellos tenian, mas que todavia les parescia que en ninguna manera no debiamos tomar aquel camino. Dudando lo que hariamos, i qual camino tomariamos, que mas à nuestro proposito, i provecho fuese, nosotros nos detuvimos con ellos dos dias. Dabannos à comer Frisoles, i Calabaças; la manera de cocerlas es tan nueva, que por ser tal, Yo la quise aqui poner, para que se vea, i se conozca quan diversos, i estraños son los ingenios, i industrias de los Hombres humanos. Ellos no alcançan Ollas; i para cocer lo que ellos quieren comer, hinchen media Calabaça grande de Agua, i en el fuego echan muchas Piedras, de las que mas facilmente ellos pueden encender, i toman el fuego; i quando vèn que estàn ardiendo, tomanlas con vnas Tenaças de Palo, i echanlas en aquella Agua que està en la Calabaça, hasta que la hacen hervir con el fuego que las Piedras llevan; i quando vèn que el Agua hierve, echan en ella lo que han de cocer, i en todo este tiempo no hacen sino sacar vnas Piedras, i echar otras ardiendo, para que el Agua hierva, para cocer lo que quieren, i asi lo cuecen.



Capítulo XXXI

De como seguimos el camino del Maìz

Pasados dos dias, que alli estuvimos, determinamos de ir à buscar el Maìz, i no quesimos seguir el camino de las Vacas, porque es àcia el Norte, i esto era para nosotros mui gran rodeo; porque siempre tuvimos por cierto, que iendo la puesta del Sol, haviamos de hallar lo que deseabamos, i ansi seguimos nuestro camino, i atravesamos toda la Tierra, hasta salir à la Mar del Sur; i no bastò à estorvarnos esto el temor que nos ponian de la mucha hambre que haviamos de pasar (como à la verdad la pasamos) por todas las diez i siete jornadas, que nos havian dicho. Por todas ellas el Rio arriba nos dieron muchas Mantas de Vacas, i no comimos de aquella su Fruta, mas nuestro mantenimiento era cada dia tanto, como vna mano de Vnto de Venado, que para estas necesidades procurabamos siempre de guardar, i ansi pasamos todas las diez i siete jornadas, i al cabo de ellas travesamos el Rio, i caminamos otras diez i siete. A la puesta del Sol, por vnos llanos, i entre vnas Sierras mui grandes, que alli se hacen, alli hallamos vna Gente, que la tercera parte del Año no comen sino vnos Polvos de Paja; i por ser aquel tiempo, quando nosotros por alli caminamos, hovimoslo tambien de comer, hasta que acabadas estas jornadas, hallamos Casas de asiento adonde havia mucho Maìz allegado, i de ello, i de su Harina nos dieron mucha cantidad, i de Calabaças, i Frisoles, i Mantas de Algodon, i de todo cargamos à los que alli nos havian traìdo, i con esto se bolvieron los mas contentos del Mundo. Nosotros dimos muchas gracias à Dios Nuestro Señor por havernos traìdo all�, adonde haviamos hallado tanto mantenimiento. Entre estas Casas havia algunas de ellas, que eran de Tierra, i las otras todas son de Estera de Cañas; i de aqui pasamos mas de cien leguas de Tierra, i siempre hallamos Casas de asiento, i mucho mantenimiento de Maìz, i Frisoles, i dabannos muchos Venados, i muchas Mantas de Algodon, mejores que las de la Nueva-España. Dabannos tambien muchas Cuentas, i de vnos Corales que ai en la Mar del Sur, muchas Turquesa; mui buenas que tiene de àcia el Nortes i finalmente dieron aqui todo quanto tenian, i à mi me dieron cinco Esmeraldas hechas puntas de Flechas, i con estas Flechas hacen ellos sus Areitos, i Bailes; i paresciendome à mi que eran mui buenas, les preguntè, que donde las havian havido? i dixeron, que las traìan de vnas Sierras mui altas, que estàn àcia el Norte, i las compraban à trueco de Penachos, i Plumas de Papagaios; i decian, que havia alli Pueblos de mucha Gente, i Casas mui grandes. Entre estos vimos las Mugeres mas honestamente tratadas que à ninguna parte de Indias que hoviesemos visto. Traen vnas Camisas de Algodon, que llegan hasta las rodillas, i vnas Medias-mangas encima de ellas, de vnas faldillas de Cuero de Venado, sin pelo, que tocan en el suelo, i enjabonanlas con vnas Raìces, que alimpian mucho, i ansi las tienen mui bien tratadas; son abiertas por delante, i cerradas con vnas Correas; andan calçados con �apatos. Toda esta Gente venia à nosotros à que les tocasemos, i santiguasemos; i eran en esto tan importunos, que con gran trabajo lo sufriamos, porque dolientes, i sanos, todos querian ir santiguados. Acontecia muchas veces, que de las Mugeres que con nosotros iban, parian algunas, i luego en nasciendo nos traìan la criatura à que la santiguasemos, i tocasemos. Acompañabannos siempre, hasta dexarnos entregados à otros; i entre todas estas Gentes se tenia por mui cierto, que veniamos del Cielo. Entretanto que con estos anduvimos, caminamos todo el dia sin comer hasta la noche; i comiamos tan poco, que ellos se espantaban de verlo. Nunca nos sintieron cansancio; i à la verdad nosotros estabamos tan hechos al trabajo, que tampoco lo sentiamos. Teniamos con ellos mucha autoridad, i gravedad, i para conservar esto les hablabamos pocas veces. El Negro les hablaba siempre: se informaba de los caminos que queriamos ir, i los Pueblos que havia, i de las cosas que queriamos saber. Pasamos por gran numero, i diversidades de Lenguas, con todas ellas Dios Nuestro Señor nos favoresciò, porque siempre nos entendieron, i les entendimos, i ansi preguntabamos, i respondian por señas, como si ellos hablàran nuestra Lengua, i nosotros la suia; porque aunque sabiamos seis Lenguas, no nos podiamos en todas partes aprovechar de ellas, porque hallamos mas de mil diferencias. Por todas estas Tierras, los que tenian Guerras con los otros, se hacian luego amigos para venirnos à rescebir, i traernos todo quando tenian, i de esta manera dexamos toda la Tierra en paz, i diximosles por las señas que nos entendian, que en el Cielo havia vn Hombre que llamabamos Dios, el qual havia criado el Cielo, i la Tierra, i que este adorabamos nosotros, i teniamos por Señor, i que haciamos lo que nos mandaba, i que de su mano venian todas las cosas buenas, i que si ansi ellos lo hiciesen, les iria mui bien de ello; i tan grande aparejo hallamos en ellos, que si Lengua hoviera con que perfectamente nos entendieramos, todos los dexàramos Christianos. Esto les dimos à entender lo mejor que podimos; i de aì adelante, quando el Sol salia, con mui gran grita abrian las manos juntas al Cielo, i despues las traìan por todo su cuerpo; i otro tanto hacian quando se ponia. Es Gente bien acondicionada, i aprovechada para seguir qualquiera cosa bien aparejada.



Capítulo XXXII

De como nos dieron los coraçones de los venados

En el Pueblo donde nos dieron las Esmeraldas, dieron à Dorantes mas de seiscientos coraçones de Venado abiertos, de que ellos tienen siempre mucha abundancia para su mantenimiento, i por esto le pusimos nombre, el Pueblo de los Coraçones, i por èl es la entrada para muchas Provincias, que estàn à la Mar del Sur; i si los que la fueren à buscar, por aqui no entraren, se perderàn; porque la Costa no tiene Maìz, i comen Polvo de Bledo, i de Paja, i de Pescado, que toman en la Mar con Balsas, porque no alcançan Canoas. Las Mugeres cubren sus verguenças con Yerva, i Paja. Es Gente mui apocada, i triste. Creemos, que cerca de la Costa, por la via de aquellos Pueblos, que nosotros truximos, ai mas de mil Leguas de Tierra poblada, i tienen mucho mantenimiento, porque siembran tres veces en el Año Frisoles, i Maìz. Ai tres maneras de Venados, los de la vna de ellas son tamaños como Novillos de Castilla: ai Casas de asiento, que llaman Buhios, i tienen Yerva, i esto es de vnos Arboles, al tamaño de Mançanos, i no es menester mas de coger la Fruta, i vntar la Flecha con ella; i sino tiene Fruta, quiebran vna Rama, i con la Leche que tienen hacen lo mesmo. Ai muchos de estos Arboles, que son tan ponçoñosos, que si majan las Hojas de èl, i las laban en alguna Agua allegada, todos los Venados, i qualesquier otros Animales, que de ella beben, rebientan luego. En este Pueblo estuvimos tres dias, i à vna jornada de alli estaba otro, en el qual nos tomaron tantas Aguas, que porque vn Rio cresciò mucho no lo podimos pasar, i nos detuvimos alli quince dias. En este tiempo Castillo viò al cuello de vn Indio vna Evilleta de Talabarte de Espada, i en ella cosido vn Clavo de herrar: tomòsela, i preguntamosle, què cosa era aquella? i dixeronnos, que havian venido del Cielo. Preguntamosle mas, que quien la havia trìdo de allà? i respondieron, que vnos Hombres que traìan barbas como nosotros, que havian venido del Cielo, i llegado à aquel Rio, i que traìan Caballos, i Lanças, i Espadas, i que havian alanceado dos de ellos; i lo mas disimuladamente que podimos les preguntamos, què se havian hecho aquellos Hombres? i respondieronnos, que se havian ido à la Mar, i que metieron las Lanças por debaxo del Agua, i que ellos se havian tambien metido por debaxo, i que despues los vieron ir por cima, àcia puesta del Sol. Nosotros dimos muchas gracias à Dios Nuestro Señor, por aquello que oìmos, porque estabamos desconfiados de saber nuevas de Christianos: i por otra parte nos vimos en gran confusion, i tristeça, creiendo que aquella Gente no seria sino algunos, que havian venido por la Mar à descubrir: mas al fin, como tuvimos tan cierta nueva de ellos, dimonos mas priesa à nuestro camino, i siempre hallabamos mas nueva de Christianos; i nosotros les deciamos, que les ibamos à buscar, para decirles, que no los matasen, ni tomasen por Esclavos, ni los sacasen de sus Tierras, ni les hiciesen otro mal ninguno, i de esto ellos holgaban mucho. Anduvimos mucha Tierra, i toda la hallamos despoblada, porque los Moradores de ella andaban huiendo por las Sierras, sin osar tener Casas, ni labrar, por miedo de los Christianos. Fue cosa de que tuvimos mui gran lastima, viendo la Tierra mui fertil, i mui hermosa, i mui llena de Aguas, i de Rios, i vèr los Lugares despoblados, i quemados, i la Gente tan flaca, i enferma, huìda, i escondida toda; i como no sembraban, con tanta hambre, se mantenian con corteças de Arboles, i Raìces. De esta hambre à nosotros alcançaba parte en todo este camino, porque mal nos podian ellos proveer, estando tan desventurados, que parescia que se querian morir. Truxeronnos Mantas, de las que havian escondido por los Christianos, i dieronnoslas: i aun contaronnos, como otras veces havian entrado los Christianos por la Tierra, i havian destruìdo, i quemado los Pueblos, i llevado la mitad de los Hombres, i todas las Mugeres, i Muchachos, i que los que de sus manos se havian podido escapar, andaban huiendo. Como los viamos tan atemoriçados, sin osar parar en ninguna parte, i que ni querian, ni podian sembrar, ni labrar la Tierra, antes estaban determinados de dexarse morir, i que esto tenian por mejor, que esperar ser tratados con tanta crueldad, como hasta alli, i mostraban grandisimo placer con nosotros, aunque temimos, que llegados à los que tenian la frontera con los Christianos, i Guerra con ellos, nos havian de maltratar, i hacer que pagasemos, lo que los Christianos contra ellos hacian. Mas como Dios Nuestro Señor fue servido de traernos hasta ellos, comenençaronnos à temer, i acatar, como los pasados, i aun algo mas, de que no quedamos poco maravillados: por donde claramente se vè, que estas Gentes todas, para ser atraìdas à ser Christianos, i à obediencia de la Imperial Magestad, han de ser llevados con buen tratamiento, i que este es camino mui cierto, i otro no. Estos nos llevaron à vn Pueblo, que està en vn cuchillo de vna Sierra, i se ha de subir à èl por grande aspereça: i aqui, hallamos mucha Gente, que estaba junta, recogidos, por miedo de los Christianos. Recibieronnos mui bien, i dierronos quanto tenian, i dieronnos mas de dos mil cargas de Maìz, que dimos à aquellos miserables, i hambrientos, que hasta alli nos havian traìdo; i otro dia despachamos de alli quatro Mensageros por la Tierra, como lo acostumbrabamos hacer, para que llamasen, i convocasen toda la mas Gente que pudiesen; à vn Pueblo, que està tres jornadas de alli; i hecho esto, otro dia nos partimos con toda la Gente, que alli estaba: i siempre hallabamos rastro, i señales adonde havian dormido Christianos; i à medio dia topamos nuestros Mensageros, que nos dixeron, que no havian hallado Gente, que toda andaba por los Montes escondidos, huiendo, porque los Christianos no los matasen, i hiciesen Esclavos: i que la noche pasada havian visto à los Christianos, estando ellos detràs de vnos Arboles, mirando lo que hacian, i vieron como llevaban muchos Indios en Cadenas: i de esto se alteraron los que con nosotros venian, i algunos de ellos se bolvieron, para dàr aviso por la Tierra, como venian Christianos, i muchos mas hicieran esto, si nosotros no les dixeramos que no lo hiciesen, ni tuviesen temor: i con esto se aseguraron, i holgaron mucho. Venian entonces con nosotros Indios de cien Leguas de alli, i no podiamos acabar con ellos, que se bolviesen à sus Casas; i por asegurarlos, dormimos aquella noche alli, i otro dia caminamos, i dormimos en el camino; i el siguiente dia, los que haviamos embiado por Mensageros, nos guiaron adonde ellos havian visto los Christianos; i llegados à hora de Visperas, vimos claramente, que havian dicho la verdad: i conocimos la Gente, que era de à Caballo, por las Estacas en que los Caballos havian estado atados. Desde aqui, que se llama el Rio de Petutàn, hasta el Rio donde llegò Diego de Guzmàn, puede haver hasta èl, desde donde supimos de Christianos, ochenta Leguas: i desde alli al Pueblo donde nos tomaron las Aguas, doce Leguas; i desde alli, hasta la Mar del Sur, havia doce Leguas. Por toda esta Tierra, donde alcançan Sierras, vimos grandes muestras de Oro, i Alcohol, Hierro, Cobre, i otros Metales. Por donde estàn las Casas de asiento es caliente, tanto, que por Enero hace gran calor. Desde alli àcia el Mediodia, de la Tierra que es despoblada, hasta la Mar del Norte, es mui desastrada, i pobre, donde pasamos grande, i increìble hambre; i los que por aquella Tierra habitan, i andan, es Gente crudelisima, i de mui mala inclinacion, i costumbres. Los Indios, que tienen Casa de aliento, i los de atràs, ningun caso hacen de Oro, i Plata, ni hallan que pueda haver provecho de ello.



Capítulo XXXIII

Como vimos rastro de Christianos

Despues que vimos rastro claro de Christianos, i entendimos, que tan cerca estabamos de ellos, dimos muchas gracias à Dios Nuestro Señor, por querernos sacar de tan triste, i miserable captiverio; i el placer que de esto sentimos, juzguelo cada vno, quando pensare el tiempo que en aquella Tierra estuvimos, i los peligros, i trabajos porque pasamos. Aquella noche Yo roguè à vno de mis Compañeros, que fuese tras los Christianos, que iban por donde nosotros dexabamos la Tierra asegurada, i havia tres dias de camino. A ellos se les hiço de mal esto, escusandose por el cansancio, i trabajo: i aunque cada vno de ellos lo pudiera hacer mejor que Yo, por ser mas recios, i mas moços, mas vista su voluntad, otro dia por la mañana tomè conmigo al Negro, i once Indios, i por el rastro que hallaba, siguiendo à los Christianos, pasè por tres Lugares, donde havian dormido: i este dia anduve diez Leguas; i otro dia de mañana alcancè quatro Christianos de Caballo, que rescibieron gran alteracion de verme tan estrañamente vestido, i en compañia de Indios. Estuvieronme mirando mucho espacio de tiempo, tan atonitos, que ni me hablaban, ni acertaban à preguntarme nada. Yo les dixe, que me llevasen adonde estaba su Capitan: i asi fuimos media Legua de alli, donde estaba Diego de Alcaràz, que era el Capitan; i despues de haverlo hablado, me dixo, que estaba mui perdido alli, porque havia muchos dias, que no havia podido tomar Indios, i que no havia por donde ir, porque entre ellos començaba à haver necesidad, i hambre; Yo le dixe, como atràs quedaban Dorantes, i Castillo, que estaban diez Leguas de alli, con muchas Gentes, que nos havian traìdo: i èl embiò luego tres de Caballo, i cinquenta Indios, de los que ellos traìan: i el Negro bolviò con ellos para guiarlos, i Yo quedè alli, i pedì, que me diesen por Testimonio el Año, i el Mes, i Dia, que alli havia llegado, i la manera en que venia, i ansi lo hicieron. De este Rio, hasta el Pueblo de los Christianos, que se llama Sant Miguèl, que es de la Governacion de la Provincia, que dicen la Nueva Galicia, ai treinta Leguas.



Capítulo XXXIV

De como embiè por los Christianos

Pasados cinco dias, llegaron Andrès Dorantes, i Alonso del Castillo, con los que havian ido por ellos, i traìan consigo mas de seiscientas Personas, que eran de aquel Pueblo, que los Christianos havian hecho subir al Monte, i andaban escondidos por la Tierra, i los que hasta alli con nosotros havian venido, los havian sacado de los Montes, i entregado à los Christianos, i ellos havian despedido todas las otras Gentes, que hasta alli havian traìdo; i venidos adonde Yo estaba, Alcaràz me rogò, que embiasemos à llamar la Gente de los Pueblos, que estàn à vera del Rio, que andaban ascondidos por los Montes de la Tierra, i que les mandasemos que truxesen de comer, aunque esto no era menester, porque ellos siempre tenian cuidado de traernos todo lo que podian; i embiamos luego nuestros Mensageros à que los llamasen, i vinieron seiscientas Personas, que nos truxeron todo el Maìz que alcançaban, i traìanlo en vnas ollas tapadas con barro, en que lo havian enterrado, i escondido, i nos truxeron todo lo mas que tenian, mas nosotros no quisimos tomar de todo ello, sino la comida, i dimos todo lo otro à los Christianos, para que entre sì lo repartiesen; i despues de esto pasamos muchas, i grandes pendencias con ellos, porque nos querian hacer los Indios que traìmos Esclavos; i con este enojo, al partir dexamos muchos Arcos Turquescos, que traìamos, i muchos �urrones, i Flechas, i entre ellas las cinco de las Esmeraldas, que no se nos acordò de ellas, i ansi las perdimos. Dimos à los Christianos muchas Mantas de Vaca, i otras cosas que traìamos: vimonos con los Indios en mucho trabajo, porque se bolviesen à sus Casas, i se asegurasen, i sembrasen su Maìz. Ellos no querian sino ir con nosotros, hasta dexarnos, como acostumbraban, con otros Indios; porque si se bolviesen sin hacer esto, temian que se moririan, que para ir con nosotros no temian à los Christianos, ni à sus Lanças. A los Christianos les pesaba de esto, i hacian, que su Lengua les dixese, que nosotros eramos de ellos mismos, i nos haviamos perdido muchos tiempos havia, i que eramos Gente de poca suerte, i valor, i que ellos eran los Señores de aquella Tierra, à quien havian de obedescer, i servir. Mas todo esto los Indios tenian en mui poco, ò nonada de lo que les decian: antes vnos con otros, entre sì platicaban, diciendo, que los Christianos mentian, porque nosotros veniamos de donde salia el Sol, i ellos donde se pone: i que nosotros sanabamos los enfermos, i ellos mataban los que estaban sanos: i que nosotros veniamos desnudos, i descalços, i ellos vestidos, i en Caballos, i con Lanças: i que nosotros no teniamos cobdicia de ninguna cosa, antes todo quanto nos daban, tornabamos luego à dàr, i con nada nos quedabamos, i los otros no tenian otro fin, sino robar todo quanto hallaban, i nunca daban nada à nadie; i de esta manera relataban todas nuestras cosas, i las encarescian por el contrario de los otros; i asi les respondieron à la Lengua de los Christianos, i lo mismo hicieron saber à los otros, por vna Lengua, que entre ellos havia, con quien nos entendiamos, i aquellos que la vsan llamamos propriamente Primahaitu (que es como decir Vascongados) la qual mas de quatrocientas Leguas de las que anduvimos, hallamos vsada entre ellos, sin haver otra por todas aquellas Tierras. Finalmente nunca pudo acabar con los Indios creer, que eramos de los otros Christianos, i con mucho trabajo, i importunacion los hecimos bolver à sus Casas, i les mandamos, que se asegurasen, i asentasen sus Pueblos, i sembrasen, i labrasen la Tierra, que de estàr despoblada estaba ià mui llena de Monte, la qual sin dubda es la mejor de quantas en estas Indias ai, i mas fertil, i abundosa de Mantenimientos, i siembran tres veces en el Año. Tiene muchas Frutas, i mui hermosos Rios, i otras muchas Aguas mui buenas. Ai muestras grandes, i señales de Minas de Oro, i Plata: la Gente de ella es mui bien acondicionada: sirven à los Christianos (los que son Amigos) de mui buena voluntad. Son mui dispuestos mucho mas que los de Mexico; i finalmente, es Tierra, que ninguna cosa le falta; para ser mui buena. Despedidos los Indios, nos dixeron, que harian lo que mandabamos, i asentarian sus Pueblos, si los Christianos los dexaban; i Yo asi lo digo, i afirmo por mui cierto, que si no lo hicieren, serà por culpa de los Christianos.

Despues que hovimos embiado à los Indios en paz, i regraciadoles el trabajo, que con nosotros havian pasado, los Christianos nos embiaron (debaxo de cautela) à vn Cebreros, Alcalde, i con èl otros dos. Los quales nos llevaron por los Montes, i despoblados, por apartarnos de la conversacion de los Indios, i porque no viesemos, ni entendiesemos lo que de hecho hicieron: donde paresce quanto se engañan los pensamientos de los Hombres, que nosotros andabamos à les buscar libertad, i quando pensabamos que la teniamos, sucediò tan al contrario, porque tenian acordado de ir à dàr en los Indios que embiabamos, asegurados, i de paz; i ansi como lo pensaron, lo hicieron: llevaronnos por aquellos Montes dos dias, sin Agua, perdidos, i sin camino, i todos pensamos perescer de sed, i de ella se nos ahogaron siete Hombres, i muchos Amigos, que los Christianos traìan consigo, no pudieron llegar hasta otro dia à medio dia, adonde aquella noche hallamos nosotros el Agua: i caminamos con ellos veinte i cinco Leguas, poco mas, ò menos; i al fin de ellas llegamos à vn Pueblo de Indios de Paz; i el Alcalde que nos llevaba nos dexò alli, i el pasò adelante otras tres Leguas à vn Pueblo, que se llamaba Culiaçàn, adonde estaba Melchior Diaz, Alcalde Maior, i Capitan de aquella Provincia.



Capítulo XXXV

De como el Alcalde Maior nos rescibiò bien la noche que llegamos

Como el Alcalde Maior fue avisado de nuestra salida, i venida, luego aquella noche partiò, i vino adonde nosotros estabamos, i llorò mucho con nosotros, dando loores à Dios Nuestro Señor, por haver vsado de tanta misericordia con nosotros, i nos hablò, i tratò mui bien; i de parte del Governador Nuño de Guzmàn, i suia, nos ofresciò todo lo que tenia, i podia: i mostrò mucho sentimiento de la mala acogida, i tratamiento, que en Alcaràz, i los otros haviamos hallado; i tuvimos por cierto, que si èl se hallàra alli, se escusara lo que con nosotros, i con los Indios se hiço; i pasada aquella noche, otro dia nos partimos, i el Alcalde Maior nos rogò mucho, que nos detuviesemos alli, i que en esto hariamos mui gran servicio à Dios, i � V. Mag. porque la Tierra estaba despoblada, sin labrarse, i toda mui destruìda, i los Indios andaban escondidos, i huìdos por los Montes, sin querer venir à hacer asiento en sus Pueblos, i que los embiasemos à llamar, i les mandasemos, de parte de Dios, i de V. Mag. que viniesen, i poblasen en lo llano, i labrasen la Tierra. A nosotros nos paresciò esto mui dificultoso de poner en efecto, porque no traìmos Indio ninguno de los nuestros, ni de los que nos solian acompañar, i entender en estas cosas. En fin, aventuramos à esto dos Indios de los que traìan alli captivos, que eran de los mismos de la Tierra, i estos se havian hallado con los Christianos, quando primero llegamos à ellos, i vieron la Gente que nos acompañaba, i supieron de ellos la mucha autoridad, i dominio, que por todas aquellas Tierras haviamos traìdo, i tenido, i las maravillas, que haviamos hecho, i los enfermos que haviamos curado, i otras muchas cosas; i con estos Indios mandamos à otros del Pueblo, que juntamente fuesen, i llamasen los Indios, que estaban por las Sierras alçados, i los del Rio de Petaan, donde haviamos hallado à los Christianos, i que les dixesen, que viniesen à nosotros, porque les queriamos hablar; i para que fuesen seguros, i los otros viniesen, les dimos vn Calabaçon de los que nosotros traìamos en las manos (que era nuestra principal insignia, i muestra de gran estado) i con este ellos fueron, i anduvieron por alli siete dias, i al fin de ellos vinieron, i truxeron consigo tres Señores de los que estaban alçados por las Sierras, que traìan quince Hombres, i nos truxeron Cuentas, i Turquesas, i Plumas; i los Mensageros nos dixeron, que no havian hallado à los Naturales del Rio donde haviamos salido, porque los Christianos los havian hecho otra vez huir à los Montes; i el Melchior Diaz dixo à la Lengua, que de nuestra parte les hablase à aquellos Indios, i les dixese, como venia de parte de Dios, que està en el Cielo, i que haviamos andado por el Mundo muchos Años, diciendo à toda la Gente, que haviamos hallado, que creiesen en Dios, i lo sirviesen, porque era Señor de todas quantas cosas havia en el Mundo, i que èl daba galardon, i pagaba à los buenos, i pena perpetua de fuego à los malos; i que quando los buenos morian, los llevaba al Cielo, donde nunca nadie moria, ni tenian hambre, ni frio, ni sed, ni otra necesidad ninguna, sino la maior gloria, que se podria pensar; i que los que no le querian creer, ni obedescer sus Mandamientos, los echaba debaxo la Tierra, en compañia de los Demonios, i en gran fuego, el qual nunca se havia de acabar, sino atormentarlos para siempre; i que allende de esto, si ellos quisiesen ser Christianos, i servir à Dios, de la manera que les mandasemos, que los Christianos les ternian por Hermanos, i los tratarian mui bien, i nosotros les mandariamos, que no les hiciesen ningun enojo, ni los sacasen de sus Tierras, sino que fuesen grandes Amigos suios: mas que si esto no quisiesen hacer, los Christianos les tratarian mui mal, i se los llevarian por Esclavos à otras Tierras. A esto respondieron à la Lengua, que ellos serian mui buenos Christianos, i servirian à Dios; i preguntados en què adoraban, i sacrificaban, i à quien pedian el Agua para sus Maìçales, i la salud para ellos? Respondieron, que à vn Hombre que estaba en el Cielo. Preguntamosles, como se llamaba? Y dixeron, que Aguar, i que creìan, que èl havia criado todo el Mundo, i las cosas de èl. Tornamosles à preguntar, como sabian esto? Y respondieron, que sus Padres, i Abuelos se lo havian dicho, que de muchos tiempos tenian noticia de esto, i sabian, que el Agua, i todas las buenas cosas las embiaba aquel. Nosotros les diximos, que aquel que ellos decian, nosotros lo llamabamos Dios, i que ansi lo llamasen ellos, i lo sirviesen, i adorasen como mandabamos, i ellos se hallarian mui bien de ello. Respondieron, que todo lo tenian mui bien entendido, i que asi lo harian; i mandamosles, que baxasen de las Sierras, i viniesen seguros, i en paz, i poblasen toda la Tierra, i hiciesen sus Casas, i que entre ellas hiciesen vna para Dios, i pusiesen à la entrada vna Cruz, como la que alli teniamos, i que quando viniesen alli los Christianos, los saliesen à rescebir con las Cruces en las manos, sin los Arcos, i sin Armas, i los llevasen à sus Casas, i les diesen de comer de lo que tenian, i por esta manera no les harian mal, antes serian sus Amigos; i ellos dixeron, que ansi lo harian como nosotros lo mandabamos: i el Capitan les diò Mantas, i los tratò mui bien; i asi se bolvieron, llevando los dos, que estaban captivos, i havian ido por Mensageros. Esto pasò en presencia del Escrivano, que alli tenian, i otros muchos Testigos.



Capítulo XXXVI

De como hecimos hacer Iglesias en aquella Tierra

Como los Indios se bolvieron, todos los de aquella Provincia, que eran Amigos de los Christianos, como tuvieron noticia de nosotros, nos vinieron à vèr, i nos truxeron Cuentas, i Plumas; i nosotros les mandamos, que hiciesen Iglesias, i pusiesen Cruces en ellas, porque hasta entonces no las havian hecho; i hecimos traer los Hijos de los Principales Señores, i baptiçarlos; i luego el Capitan hiço Pleito omenage à Dios, de no hacer, ni consentir hacer entrada ninguna, ni tomar Esclavo por la Tierra, i Gente, que nosotros haviamos asegurado; i que esto guardaria, i cumpliria, hasta que su Magestad, i el Governador Nuño de Guzmàn, ò el Visorrei en su nombre proveiesen en lo que mas fuese servicio de Dios; i de su Mag. i despues de bautiçados los Niños, nos partimos para la Villa de Sant Miguèl, donde como fuimos llegados vinieron Indios, que nos dijeron, como mucha Gente bajaba de las Sierras, i poblaban en lo llano, i hacian Iglesias, i Cruces, i todo lo que les haviamos mandado: i cada Dia teniamos nuevas de como esto se iba haciendo, i cumpliendo mas enteramente; i pasados quince Dias, que alli aviamos estado, llegò Alcaraz con los Christianos que havian ido en aquella entrada, i contaron al Capitan, como eran bajados de las Sierras los Indios, i havian poblado en lo llano, i havian hallado Pueblos con mucha Gente, que de primero estaban despoblados, i desiertos, i que los Indios les salieron à recibir con Cruces en las manos, i los llevaron à sus Casas, i les dieron de lo que tenian, i durmieron con ellos alli aquella noche. Espantados de tal novedad, i de que los Indios les dixeron, como estaban ià asegurados, mandò que no les hiciesen mal, i ansi se despidieron. Dios Nuestro Señor por su infinita misericordia quiera, que en los dias de V. Magestad, i debajo de vuestro Poder, i Señorìo, estas Gentes vengan à ser verdaderamente, i con entera voluntad sujetas al verdadero Señor que las criò, i redimiò. Lo qual tenemos por cierto que asi serà, i que V. Magestad ha de Ser el que lo ha de poner en efecto (que no serà tan dificil de hacer) porque dos mil Leguas que anduvimos por Tierra, i por la Mar en las Barcas, i otros diez Meses que despues de salidos de Captivos, sin parar anduvimos por la Tierra, no hallamos Sacrificios, ni Idolatria. En este tiempo travesamos de vna Mar à otra; i por la noticia que con mucha diligencia alcançamos à entender de vna Costa à la otra, por lo mas ancho, puede haver docientas Leguas: i alcançamos à entender, que en la Costa del Sur, ai Perlas, i mucha riqueça, i que todo lo mejor, i mas rico està cerca della. En la Villa de Sant Miguèl estuvimos hasta quince Dias del Mes de Maio; i la causa de detenernos alli tanto, fue porque de alli hasta la Ciudad de Compostela, donde el Governador Nuño de Guzman residia, ai cien Leguas, i todas son despobladas, i de enemigos: i ovieron de ir con nosotros Gente, con que iban veinte de Caballo, que nos acompañaron hasta quarenta Leguas: i de alli adelante vinieron con nosotros seis Christianos, que traìan quinientos Indios hechos Esclavos; i llegados en Compostela, el Governador nos rescibiò mui bien, i de lo que tenia nos diò de vestir: lo qual Yo por muchos Dias no pude traer, ni podiamos dormir sino en el suelo: i pasados diez, ò doce Dias, partimos para Mexico, i por todo el camino fuimos bien tratados de los Christianos, i muchos nos salian à vèr por los Caminos, i daban gracias à Dios de avernos librado de tantos peligros. Llegamos à Mexico Domingo, vn Dia antes de la Vispera de Santiago, donde del Visorei, i del Marquès de el Valle fuimos mui bien tratados, i con mucho placer rescibidos, i nos dieron de vestir, i ofrescieron todo lo que tenian, i el Dia de Santiago ovo Fiesta, i juego de Cañas, i Toros.



Capítulo XXXVII

De lo que acontesciò quando me quise venir

Despues que descansamos en Mexico dos Meses, Yo me quise venir en estos Reinos: i iendo à embarcar en el Mes de Octubre, vino vna tormenta que diò con el Navio al travès, i se perdiò: i visto esto, acorde de dejar pasar el Invierno, porque en aquellas partes es mui recio tiempo para navegar en èl: i despues de pasado el Invierno por Quaresma, nos partimos de Mexico Andrès Dorantes, i Yo para la Vera-Cruz para nos embarcar, i alli estuvimos esperando tiempo hasta Domingo de Ramos que nos embarcamos, i estuvimos embarcados mas de quince Dias por falta de tiempo; i el Navio en que estabamos, hacia mucha Agua. Yo me sali de èl, i me pasè à otros de los que estaban para venir, i Dorantes se quedò en aquel: i à diez Dias de el Mes de Abril partimos del Puerto tres Navios, i navegamos juntos ciento i cinquenta Leguas: i por el camino los dos Navios hacian mucha Agua, i vna noche nos perdimos de su conserva; porque los Pilotos, i Maestros, segun despues paresciò, no osaron pasar adelante con sus Navios, i bolvieron otra vez al Puerto do havian partido, sin darnos cuenta de ello, ni saber mas de ellos, i nosotros seguimos nuestro viage; i à quatro Dias de Maio llegamos al Puerto de la Havana, que es en la Isla de Cuba, adonde estuvimos esperando los otros dos Navios, creiendo que vernian hasta dos Dias de Junio, que partimos de alli con mucho temor de topar con Franceses, que havia pocos Dias que havian tomado alli tres Navios nuestros: i llegados sobre la Isla de la Belmuda, nos tomò vna tormenta, que suele tomar à todos los que por alli pasan, la qual es conforme à la Gente, que dicen que en ella anda, i toda vna noche nos tuvimos por perdidos, i plugò à Dios, que venida la mañana cesó la tormenta, i seguimos nuestro camino. A cabo de veinte i nueve Dias que partimos de la Habana, haviamos andado mil i cien Leguas, que dicen que ai de alli hasta el Pueblo de los Açores: i pasando otro Dia por la Isla, que dicen del Cuervo, dimos con vn Navio de Franceses, à hora de medio dia nos començò à seguir, con vna Carabela que traìa, tomada de Portugueses, i nos dieron caça, i aquella tarde vimos otras nueve Velas, i estaban tan lejos, que no podimos conocer si eran Portugueses, ò de aquellos mismos que nos seguian: i quando anocheciò, estaba el Francès à tiro de Lombarda de nuestro Navio; i desque fue obscuro, hurtamos la derrota, por desviarnos de èl; i como iba tan junto de nosotros, nos viò, i tirò la via de nosotros, i esto hecimos tres, ò quatro veces: i èl nos pudiera tomar si quisiera, sino que lo dejaba para la mañana. Plugò à Dios, que quando amaneciò, nos hallamos el Franceses, i nosotros juntos, i cercados de las nueve Velas que he dicho, que à la tarde antes aviamos visto, las quales conosciamos ser de la Armada de Portugal, i dì gracias à Nuestro Señor, por averme escapado de los trabajos de la Tierra, i peligros de la Mar: i el Francès como conosció ser el Armada de Portugal, soltò la Caravela que traìa tomada, que venia cargada de Negros, la qual traìan consigo, para que creiesemos que eran Portugueses, i la esperasemos; i quando la soltò, dijo al Maestre, i Piloto de ella, que nosotros eramos Franceses, i de su conserva: i como dijo esto, metió sesenta remos en su Navio, i ansi à remo, i à vela se començò à ir; i andaba tanto, que no se puede creer; i la Caravela que soltò, se fue al Galeon, i dijo al Capitan, que el nuestro Navio, i el otro eran de Franceses: i como nuestro Navio arribó al Galeon, i como toda la Armada via que ibamos sobre ellos, teniendo por cierto que eramos Franceses, se pusieron à punto de Guerra, i vinieron sobre nosotros: i llegados cerca les salvamos. Conosciò que eramos Amigos, se hallaron burlados por averseles escapado aquel Cosario, con aver dicho que eramos Franceses, i de su compañia, i asi fueron quatro Caravelas tras èl: i llegado à nosotros el Galeon despues de averles saludado, nos preguntò el Capitan Diego de Silveira, que de donde veniamos, i que Mercaderia traìamos: i le respondimos, que veniamos de la Nueva-España, i que traìamos Plata, i Oro: i preguntónos que tanto seria, el Maestro le dixo que traeria trecientos mil Castellanos. Respondió el Capitan: Boa fee, que venis muito ricos, pero tracedes mui ruin Navio, i muito ruin Artilleria, ò fide puta can à renegado Frances, i que bon bocado perdeo, vota Deus. Ora sus pois vos avedes escapado, seguime, i non vos apartedes de mi, que con aiuda de Deus eu vos porne en Castela. Y dende à poco bolvieron las Caravelas que havian seguido tras el Francès, porque les paresció que andaba mucho, i por no dejar el Armada que iba en guarda de tres Naos que venian cargadas de Especeria; i asi llegamos à la Isla Tercera, donde estuvimos reposando quince Dias tomando refresco, i esperando otra Nao, que venia cargada de la India, que era de la conserva de las tres Naos que traìa el Armada: i pasados los quince Dias nos partimos de alli con el Armada, i llegamos al Puerto de Lisbona à nueve de Agosto, Vispera de Señor Sant Laurencio, Año de mil i quinientos i treinta i siete Años. Y porque es asi la verdad, como arriba en esta Relacion digo, lo firmè de mi nombre. Cabeça de Vaca. Estaba firmado de su nombre, i con el Escudo de sus Armas, la Relacion donde este se sacò.



Capítulo XXXVIII

De lo que suscediò à los demàs que entraron en las Indias

Pues he hecho relacion de todo lo susodicho en el viage, i entrada, i salida de la Tierra hasta bolver à estos Reinos, quiero asimismo hacer memoria, i Relacion de lo que hicieron los Navios, i la Gente que en ellos quedò, de lo qual no he hecho memoria en lo dicho atras; porque nunca tuvimos noticia de ellos hasta despues de salidos, que hallamos mucha Gente de ellos en la Nueva-España, i otros acà en Castilla, de quien supimos el suceso, i todo el fin de ello de que manera pasò. Despues que dejamos los tres Navios, porque el otro era ià perdido en la Costa Braba, los quales quedaban à mucho peligro, i quedaban en ellos hasta cien personas con pocos mantenimientos, entre los quales quedaban diez Mugeres casadas, i vna de ellas havia dicho al Governador muchas cosas que le acaecieron en el viage antes que le suscediesen: i esta le dijo, quando entraba por la Tierra, que no entrase, porque ella creìa, que èl, ni ninguno de los que con èl iban, no saldrian de la Tierra: i que si alguno saliese, que haria Dios por èl mui grandes milagros; pero creìa, que fuesen pocos los que escapasen, ò no ningunos; i el Governador entonces le respondiò, que èl, i todos los que con èl entraban iban à pelear, i conquistar muchas, i mui estrañas Gentes, i Tierras: i que tenia por mui cierto, que conquistandolas havian de morir muchos; pero aquellos que quedasen, serian de buena ventura, i quedarian mui ricos, por la noticia que èl tenia de la riqueça que en aquella Tierra havia: i dijole mas, que le rogaba que ella le dijese las cosas que havia dicho pasadas, i presentes, quien se las havia dicho. Ella le respondiò, i dijo, que en Castilla, vna Mora de Hornachos se lo havia dicho, lo qual antes que partiesemos de Castilla, nos lo havia à nosotros dicho, i nos havia suscedido todo el viage de la misma manera que ella nos havia dicho. Y despues de aver dejado el Governador por su Teniente, i Capitan de todos los Navios, i Gente, que alli dejaba à Carvallo, natural de Cuenca de Huete, nosotros nos partimos de ellos, dejandoles el Governador mandado, que luego en todas maneras se recogiesen todos à los Navios, i siguiesen su viage derecho la via del Panuco, i iendo siempre costeando la Costa, i buscando lo mejor que ellos pudiesen el Puerto, para que en hallandolo parasen en èl, i nos esperasen. En aquel tiempo que ellos se recogian en los Navios, dicen que aquellas personas que alli estaban, vieron, i oieron todos mui claramente, como aquella Muger dijo à las otras, que pues sus Maridos entraban por la Tierra adentro, i ponian sus personas en tan gran peligro, no hiciesen en ninguna manera cuenta de ellos: i que luego mirasen con quien se havian de casar, porque ella asi lo havia de hacer, i asi lo hiço, que ella, i las demàs se casaron, i amancebaron con los que quedaron en los Navios; i despues de partidos de alli los Navios hicieron vela, i siguieron su viage, i no hallaron el Puerto adelante, i bolvieron atras: i cinco Leguas mas abajo de donde aviamos desembarcado, hallaron el Puerto, que entraba siete, ó ocho Leguas la Tierra adentro, i era el mismo que nosotros aviamos descubierto, adonde hallamos las Cajas de Castilla, que atras se ha dicho, à do estaban los cuerpos de los Hombres muertos, los quales eran Christianos: i en este Puerto, i esta Costa anduvieron los tres Navios, i el otro que vino de la Habana, i el Vergantin buscandonos cerca de vn Año, i como no nos hallaron fueronse à la Nueva-España. Este Puerto que decimos, es el mejor de el Mundo, i entra la Tierra adentro siete, ò ocho Leguas, i tiene seis braças à la entrada, i cerca de Tierra tiene cinco, i es Lama el suelo de èl, i no ai Mar dentro, ni tormenta brava, que como los Navios que cabràn en èl son muchos, tiene mui gran cantidad de Pescado. Està cien Leguas de la Habana, que es vn Pueblo de Christianos en Cuba, i està à Norte S�r, con este Pueblo, i aqui reinan las Brisas siempre, i vàn, i vienen de vna parte à otra en quatro Dias, porque los Navios van, i vienen à Quartèl.

Y pues he dado relacion de los Navios, serà bien que diga quien son, i de que Lugar de estos Reinos, los que Nuestro Señor fue servido de escapar de estos trabajos. El primero, es Alonso del Castillo Maldonado, natural de Salamanca, hijo del Doctor Castillo, i de Doña Aldonça Maldonado. El segundo, es Andrès Dorantes, hijo de Pablo Dorantes, natural de Bejar, i Vecino de Gibraleon. El tercero, es Alvar Nuñez Cabeça de Vaca, hijo de Francisco de Vera, i nieto de Pedro de Vera el que ganò à Canaria, i su Madre se llamaba Doña Teresa Cabeça de Vaca, natural de Xerez de la Frontera. El quarto, se llama Estevanicò, es Negro Alarabe, natural de Açamor.

¶ Deo gracias,




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de Vaca, Alvar Núñez Cabeza. La Relación de los Naufragios y Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Adelantado y Gobernador del Río de la Plata. Madrid: V.Suárez, 1906. Internet Archive. 8 July 2006. Web. 10 Oct. 2013. <http://archive.org/ details/ 16thcent relacibon 05nbudrich>.

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Antología Luisianense